2. 《Te mataré, mariachi》

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-¡HÉCTOR!- gritó un muchacho corpulento y pequeño, que usaba un sombrero de paja además de una guitarra en la espalda-. ¡¿Dónde está mi dinero?!

Agarró el cuello de la camisa del otro chico, el mencionado Héctor, y lo zarandeó molesto, sin dejarle replicar.

-¡Espera! ¡Espera!- dijo Héctor tratando de soltarse de su agarre-. ¡Lo tengo aquí!

El muchacho del sombrero lo soltó, sin aflojar su expresión furiosa. Héctor le tendió un sobre, y él lo agarró con ferocidad. Contó los pocos billetes, y se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Héctor sonrió triunfante, haciendo que el otro se enojara más.

-Allí esta todito compadre; te dije que te lo devolvería. Ahora si me disculpas...- se dió la vuelta y empezó a caminar hacia la Plaza. Antes de que pudiera dar un paso, el muchacho le agarró el brazo para que se diera la vuelta.

-¿Lo usaste siquiera?

-Sí...

-Creí que inventarías alguna excusa para no devolvérmelo..

-¿Y lo hice?

-Nunca me has devuelto lo que te he prestado.

-Pues ahora es diferente, ¿por qué tanto misterio?

El muchacho miró a Héctor fijamente. Siempre derrochaba el dinero en montones de comida- que no sabía a dónde iba a parar - o en flores para sus conquistas. Debía de haber hecho un intercambio o algo así para devolverle el dinero tan rápido.

-¿Con quién apostaste, idiota?

Héctor abrió la poca, atónito. Era un muchacho moreno y alto, con abundante cabello negro y ojos marrones. Tenía los pómulos marcados y una sonrisa encantadora.

-Eh...¿por qué...?

-Dios Santo, Héctor, ¿con quién te has metido?

Héctor se llevó un dedo a los labios, indicándole que se callara. Se acercó a su amigo, mirando de un lado a otro para asegurarse que nadie los oyera.

-El-el embajador...

-Eres-Un-Estúpido.

-¡Ya calla, Luis! ¡No pasó nada malo! ¡Gané!- dijo sonriendo; ya todo temor se había esfumado de su rostro-. Conseguí el dinero suficiente para comprarme una guitarra nueva y pagarte.

Luis suspiró y se llevó una mano a la cara, para sonreír sin que Héctor lo viera. Tenía un espíritu vivaz y arriesgado, aunque no se daba cuenta de los riesgos que podía llegar a correr.

-No vuelvas a apostar con el embajador, idiota; por precaución.

-Está bien, abuelita, ¿algo más? ¿Quiere que le traiga algo?- Luis le dió un golpe en el hombro y Héctor se echó a reír-. Ya no te preocupes, amigo. Nos vemos.

Y siguió con su caminar alegre y despreocupado hasta la Plaza. Era un día soleado y ajetreado: había mucha gente por todos lados, vendiendo y comprando pequeñas banalidades. Fue al lugar donde se reunían todos los músicos, amigos de cualquiera que quisiera unírseles.

-¡Ernesto!- gritó a un chico, fornido y ligeramente más alto que él, que estaba afinando una guitarra. Alzó la vista y sonrió para luego levantarse a saludarlo.

-¡Héctor! ¿Ya le pagaste a la pulga de Luis?- Héctor río y asintió. Le enseñó otro sobre que llevaba en un bolsillo de la camisa.

-Esto es para la guitarra nueva. ¿Eso que llevas puesto es nuevo?- dijo señalando sus zapatos y su camisa blanca, desabotonada en el cuello.

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora