Capítulo Tres

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Danna.-

—Eso fue extraño —inquirió Andrea quitando el popote de su refresco y dando un gran trago.

—¿Tú crees? —murmuré hundiéndome un poco en la silla.

—Deberías ver tú cara, es como si el hombre estuviera dispuesto a casarse contigo ahora mismo —añadió en medio de una divertida sonrisa.

—Lo noté, no hace falta que lo repitas —Andrea rio en voz baja.

—No tienes por qué preocuparte por lo menos, no mientras Genaro crea que es su deber cuidar de todas las mujeres solteras menores que él en la familia —agregó. Cierto, por lo menos él había hecho algo y había acompañado hasta su mesa al tal Pablo en un intento desesperado para que se marchara.

—No suena como algo bueno para ti —noté. Andrea suspiró y se encogió ligeramente de hombros.

—El chico que se fue antes, ¿no te parece lindo?

—¿El amigo de Pablo? —asintió—, ¿Manuel era su nombre? —asintió de nuevo, sólo que ahora con una amplia sonrisa en los labios. —¿Te gusta?

—Bueno él y yo estuvimos cerca de... estar juntos, ya sabes... —levantó un hombro y dejó el tema en el aire— ¿qué a ti no te parece lindo? —lo pensé un instante pero no, el chico, Manuel, me parecía más bien agradable a pesar de lo poco que dijo.

—No, sólo agradable —contesté.

—Pero él es muy lindo —agregó mi prima.

—Para ti —murmuré.

—Tienes razón, pero velo del lado amable, por lo menos tú no irás a una escuela solo de niñas, y te aseguro que hay muchos mejores chicos en la escuela a la que irás

—Cómo sabes eso

—Es mi deber de prima

—Eso es poco creíble

—Ok, pues... Manuel va a esa escuela y... sus amigos son lindos

—Andy, me aterra pensar que tú sabes más de esa escuela que yo, probablemente debería llevarte conmigo el Lunes para encontrar mi salón

—Iría gustosa —admitió con genuina alegría.

—Lástima que tienes clases a esa misma hora —le recordé.

—Eso fue cruel, Danna

—No era mi intención

Momentos después Genaro regresó a terminar su cena con nosotras, estuvimos un poco más en el restaurante que parecía tan acogedor y rebosante de adolescentes. Y casi una hora después estaba de regreso en la nueva casa, que era muy grande para solo dos personas, cuatro, si contamos a la señora que nos ayudaba a hacer todo (no morir de hambre o intoxicadas) y a mi perro, Deudor.

Miré la esquina de mi habitación en donde había amontado algunas cajas con libros que aún no desempacaba, así que, en medio de un suspiro frustrado por no poder mover cosas con mi mente y hacer de aquella labor algo mucho más sencillo hice un intento por desempacarlos pero cuando me di cuenta, había dejado ese trabajo a medias por releer "Las Neblinas de Almagro" y ya era casi media noche, así que salí a verificar a Deudor, la señora Cheli (quien impedía mi muerte por falta de comida decente) ya no estaba y era extraño que mi madre aún no llegara. Llevé mi libro hasta la sala y la esperé por unos diez minutos más hasta que la puerta de la cochera se escuchó y momentos más tarde mi progenitora hizo acto de presencia en la sala.

—Hola —saludó.

—Hola

—¿Cómo te fue hoy? —preguntó sentándose frente a mí en uno de los sillones.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora