Harry. Días 65 y 66

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En el instituto, me sorprendo mirando por la ventana y pienso: «¿Cuánto rato llevaré así?». Echo un vistazo a mi alrededor para ver si alguien se ha dado cuenta, casi esperando que todo el mundo esté mirándome, pero no. Me pasa en todas las clases, incluso en educación física.

En clase de inglés, abro el libro porque la profesora está leyendo y porque todos los demás leen con ella. A pesar de que oigo las palabras, las olvido en cuanto son pronunciadas. Oigo fragmentos de cosas, pero nada entero.

«Relájate.

»Respira hondo.

»Cuenta.»

Al salir de clase, me encamino hacia el campanario y me da igual que me vean. La puerta que da acceso a la escalera se abre sin problemas y me pregunto si Louis estará ahí. En cuanto llego arriba y estoy al aire libre, vuelvo a abrir el libro. Leo el párrafo una y otra vez, pensando en que tal vez si estoy solo podré centrarme mejor, pero en el instante en que termino una frase y paso a la siguiente, he olvidado la que acabo de leer. Hojeo otro libro, pensando que tal vez con este será distinto, pero me sucede lo mismo.

A la hora de comer me siento con Zayn. Estoy rodeado de gente, pero solo. Me hablan, hablan a mi alrededor, pero no los oigo. Finjo estar concentrado en un libro, pero las palabras bailan en la página, de modo que le digo a mi cara que sonría para que nadie lo note, y sonrío y asiento, y lo hago bastante bien hasta que Zayn dice:

—Harry, ¿qué te pasa? No me jodas.

Más tarde el señor Black se planta delante de la pizarra y nos recuerda una vez más que, precisamente porque somos alumnos de último curso y este es nuestro semestre final, no debemos aflojar en los estudios. Mientras habla, yo escribo, pero vuelve a pasarme lo  mismo que cuando intentaba leer: las palabras están ahí y al minuto se esfuman. Louis está sentado a mi lado y lo sorprendo mirando de reojo mi papel, razón por la cual lo tapo con la mano.

Es difícil describirlo, pero imagino que lo que siento en este momento debe de ser muy similar a verse absorbido por un vórtice. Todo está oscuro y gira como un remolino, pero como un remolino lento, no rápido, y hay además un peso enorme que tira de ti, como si lo tuvieras sujeto a los pies aunque no lo veas. Pienso: «Es lo que se debe de sentir cuando te quedas atrapado en arenas movedizas».

Parte de lo que escribo es un inventario de mi vida, como si estuviera verificando los puntos de una lista de comprobación: Novio estupendo, visto. Buenos amigos, visto. Un tejado sobre la cabeza, visto. Comida en la boca, visto. Nunca seré bajito, y tampoco creo que me quede calvo, si mi padre y mis abuelos sirven de referencia. 

Cuando tengo un día bueno, supero en inteligencia a la mayoría. Toco aceptablemente la guitarra y tengo buena voz. Compongo canciones. Canciones que cambiarán el mundo. 

Todo parece estar en orden, pero repaso la lista una y otra vez por si me olvido alguna cosa, obligándome a pensar más allá de los hechos importantes por si acaso los pequeños detalles escondiesen algo más. En el lado de lo importante, mi familia podría ser mejor, pero no soy el único chico que se encuentra en esta situación. Al menos no me han echado a la calle. El instituto no está mal. Podría estudiar más, pero la verdad es que no lo necesito. El futuro es incierto, aunque eso puede que sea positivo.

En el lado de las pequeñas cosas, me gustan mis ojos pero odio mi nariz, aunque no creo que sea la nariz lo que me hace sentir así. La dentadura está bien. En general, mi boca me gusta, sobre todo cuando está unida a la de Louis. Tengo los pies muy grandes, pero mejor esto que tenerlos demasiado pequeños. Si así fuera, estaría cayéndome cada dos por tres. Me gustan mi guitarra, mi cama y mis libros, sobre todo los recortados. Pienso en todo, pero al final el peso puede conmigo, como si estuviera extendiéndose por el resto de mi cuerpo y succionándome.

Broken Soul (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora