Esquizofrenia

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Varias noches se deslizaron entre los pliegues de mi insomnio, una lucha constante contra el sueño que siempre terminaba con la interrupción de aquel sonido intruso. En ocasiones, permanecía despierto, expectante, esperando su regreso; otras, me sorprendía mientras yacía sumido en los brazos del sueño. Lo que me atormentaba más no era sólo la imprudencia que se infiltraba en mi descanso, sino también la insistencia con la que aquel ruido se repetía, noche tras noche y durante el día, sin darme tregua. Era un sonido persistente, casi obsesivo, que me perseguía incluso en mis sueños, transformando mi refugio nocturno en un escenario de inquietud constante, provocándome incluso horribles pesadillas donde el teléfono cobraba vida, convirtiéndose en un monstruo gigante con grandes y afiladas garras que se abalanzaba sobre mí mientras yo quedaba totalmente inmovilizado.

Pero, quizás lo más intrigante de todo era la curiosidad que ardía en mí, el deseo de descubrir quién era el inoportuno que llamaba. Exactamente hace una semana que el teléfono de mi hogar comenzó a desatar su furia sonora, como si un bromista en su aburrimiento se deleitara con mi desasosiego. Lo más desconcertante era que nunca llegaba a tiempo para contestar. Siempre, al llegar a la escena, el silencio regresaba como un ladrón astuto, dejándome con la frustración de que ya no había nadie del otro lado, como si me estuvieran observando.

Hoy, decidí que este juego para nada divertido, al menos para mí, llegaría a su fin. Me levanté antes del alba, dispuesto a desentrañar el enigma que me acechaba. Moví el sofá cerca del teléfono, ajusté los objetos a mi alrededor, reorganizando muebles y el televisor. Quería estar cómodo, preparado para no perder de vista mi objetivo y finalmente capturar al hijo de puta.

A las 10:00 de la mañana, el rugido del hambre ya me había asaltado. Con apenas tiempo para tomar un sorbo de jugo, decidí dirigirme a la cocina para preparar algo rápido. No habían transcurrido ni 10 minutos cuando lo oí de nuevo: dos timbrazos que resonaron en la quietud del ambiente. Corrí hacia allá, apenas a dos metros de la mesa, el sonido cesó abruptamente.

—¡Maldita sea! —me quejé entre dientes, dejando escapar mi frustración. Me senté unos instantes, esperanzado, pero el silencio se cernía sobre mí. El hambre apretaba, y no tenía a nadie más que pudiera proporcionarme alivio.

La soledad, esa compañera silenciosa que se había vuelto mi única confidente, también significaba cargar con la responsabilidad total. Vivir solo tenía sus desventajas, especialmente cuando los achaques de la edad se entrelazaban con los vaivenes de mi "esquizofrenia", como lo llamaba el diagnóstico médico. Desde que mi esposa partió, llevándose con ella a nuestra hija, entendí que la soledad era un mal necesario. Aunque nadie más compartiera mi espacio, al menos ya no era una molestia para nadie más que para mí mismo. La rutina había creado una cárcel voluntaria, y ya no recordaba cuándo fue la última vez que alguien cruzó mi umbral.

Después de unos momentos de reflexión, decidí enfrentar el desasosiego de mi estómago y me dirigí a la cocina. Comencé a comer lo que había preparado, y en ese instante, el teléfono volvió a interrumpir mi tranquila soledad. Una chispa se encendió en mi mente, un presentimiento que golpeó con tanta fuerza: tenía que llamar a mi doctor.

—Está sucediendo de nuevo —murmuré, era difícil aceptarlo, siempre lo fue. Las alucinaciones, cada vez más fuertes y tangibles, se manifestaban de manera inmisericorde. Siempre se me hacía imposible discernir entre lo que era real y lo que aun pareciendo real, era solo producto de mi imaginación.

Antes de llamar al doctor, me asomé por la ventana, la lluvia se detuvo brevemente, y decidí salir. El día, fresco y húmedo, me trajo cierta nostalgia, noté la imagen de mi vecino parado en su ventana, alzó la mano en un gesto amistoso, y le respondí de la misma manera, en ese momento la llovizna comenzó de nuevo, me disponía a regresar cuando escuché el teléfono una vez más y tomé una decisión. «Le daré otra oportunidad». Le sonreí al vecino que aún permanecía en su ventana y entré apresuradamente.

Cuentos: Tiempos de lluvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora