El último verano de Klingsor - Hermann Hesse

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El último verano de Klingsor

Hermann Hesse

NOTA PRELIMINAR

el último verano de su vida lo pasó el pintor Klingsor -contaba cuarenta y dos años de edad- en tierras meridionales, cerca de Pampambio, Careno y Laguno, lugar que le gustaba desde hacía tiempo y que había visitado con frecuencia. Allí surgieron sus últimos cuadros, aquellas paráfrasis Ubres de las formas del mundo de los fenómenos, aquellos raros, brillantes, pero tranquilos cuadros soñolientos con árboles encorvados y casas llenas de plantas, cuadros que los expertos prefieren a los de su época «clásica». Su paleta ya presentaba entonces pocos colores, muy brillantes: amarillo y rojo cadmio, verde veronés, esmeralda, cobalto, violeta-cobalto, bermellón francés y granza.

La noticia de la muerte de Klingsor sorprendió a sus amigos a finales de otoño. Algunas de sus cartas habían manifestado presentimientos o deseos de muerte. Por ello corrió el rumor de que se había suicidado. Rumor tan poco consistente como otras habladurías que circulaban y que resultan comprensibles tratándose de un nombre tan discutido. Se decía que Klingsor había enloquecido desde hacía meses. Un escritor poco perspicaz intentó explicar lo paradójico y extático de sus últimos cuadros por esta supuesta locura. Más fundamento que esta charlatanería tiene la leyenda, rica en anécdotas, sobre su inclinación a la bebida. Esta inclinación existía realmente aunque nadie la nombraba por su nombre, excepto el propio artista. En determinados momentos, y especialmente en los últimos meses de su vida, el beber con abundancia no sólo le proporcionaba alegría, sino que buscaba en la embriaguez consuelo a su dolor y a su tristeza, sentimientos que a menudo le resultaban insoportables. Li Tai Pe, autor de profundas canciones báquicas, era su poeta preferido; en sus borracheras muchas veces se llamaba a sí mismo Li Tai Pe y a uno de sus amigos le llamaba Thu Fu.

Sus obras sobreviven. En el pequeño círculo de sus íntimos perdura, sobre todo, la leyenda de su vida y de aquel último verano.

KLINGSOR

Aquel verano se presentaba excitante y animado. Los calurosos días eran larguísimos y llameaban como banderas ardientes. A las cortas y bochornosas noches de luna seguían las cortas y bochornosas noches de lluvia; las resplandecientes semanas deliraban como sueños, rápidas y pobladas de imágenes.

A medianoche, tras un paseo nocturno, Klingsor estaba en el estrecho balcón de piedra de su taller. Ante él se hundía profunda y vertiginosamente el viejo jardín, una aglomeración compacta de copas de árbol, palmeras, cedros, castaños, ciclamos, hayas, eucaliptos, llenos todos de enredaderas, lianas, glicinas. Sobre la negrura de los árboles brillaban pálidamente las grandes hojas metálicas de las magnolias de verano, gigantescas, blancas flores semiabiertas, grandes como la cabeza de un hombre, pálidas como la luna y el marfil, con un íntimo perfume de limón que ascendía de forma penetrante. De una imprecisa lejanía llegaba una lánguida música, tal vez una guitarra, tal vez un piano; no podía precisarse. De pronto en el patio gritó un pavo real, dos, tres veces; desgarró la noche boscosa con el sonido corto, desagradable y seco de su voz atormentada, como si el canto de todos los animales del mundo brotase de forma colosal y estridente de las profundidades. La luz de las estrellas se derramaba sobre el valle; en lo alto del bosque surgía una ermita abandonada, blanca, encantadora y antigua. Lago, montañas y cielo se fundían a lo lejos.

Klingsor estaba en mangas de camisa, con los desnudos brazos apoyados en la barandilla del balcón. Leía, malhumorado, con ardientes ojos, la escritura de las estrellas sobre el pálido cielo y la de las luces suaves sobre el negro e informe nubarrón de los árboles. El pavo real le hizo recordar. Sí, era otra vez de noche, tarde, y hubiera tenido que dormir a cualquier precio, a todo trance. Tal vez si realmente durmiera durante una serie de noches, seis u ocho horas a fondo, tal vez conseguiría rehacerse, los ojos volverían a ser dóciles y pacientes, el corazón se tranquilizaría y el sueño no dolería, Pero este verano se iba terminando, este ardiente e increíble sueño de verano. Con él se habían derramado miles de copas no bebidas, se habían roto miles de miradas de amor no realizado, se habían borrado miles de imágenes irrecuperables.

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⏰ Última actualización: Jan 06, 2007 ⏰

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