Capítulo Ocho

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—Malas y buenas noticias —comenzó Antonio ajeno a lo que había sucedido—, al parecer hoy entrábamos a la siguiente hora —avisó—... ¿sucede algo? —se interrumpió, examinando con la mirada la expresión de sus amigos.

—No —se apresuró a responder Manuel.

—Ok, y por cierto ya que no querías bailar —le recordó Antonio a Carlos—, resulta que si estas en algún equipo deportivo no es necesario que vayas a taller con el resto del grupo —avisó.

—O sea que nos tocó el taller de baile —cuestionó Marlen.

—Síp, ya puedes festejar —le aclaró.

—Danna, te gustará tanto el taller de baile, básicamente no hacemos mucho —informó la castaña con entusiasmo.

—Y si cambio mi taller por la clase de baile —preguntó Daniel—, mientras yo estoy todo sediento y cansado ustedes estarán sólo... haciendo nada —se quejó.

—Que nena eres —inquirió Manuel.

—Danna —llamó Antonio.

—¿Si?

—Lamento lo del pasillo, no quería que te pusieras incómoda —se disculpó.

—No es tu culpa —decidí.

—Lo es un poco, a él le gusta suponer cosas —comenzó de nuevo, recargándose en mi butaca, mi mirada viajó por sus marcados brazos hasta donde las mangas de su playera comenzaban, y fue cómo darme cuenta, otra vez, de sus bien definidos músculos. Me obligué a mirar su cara antes de seguir examinando sus pectorales con la mirada.

—Oh... hablas de que él creyó que tú y yo... ya sabes —comencé, casi murmurando, sus ojos estaban sobre mi boca, me miró a los ojos y una sonrisa que no sabría definir con exactitud apareció en la comisura de sus labios.

—Que nosotros somos novios, ajá —aclaró.

—No, eso no fue lo que me puso incómoda aunque no sé por qué pensó eso, el punto es que... no es tu culpa, no deberías preocuparte por ello —pedí. Antonio se encogió ligeramente de hombros.

—Danna... —comenzó de nuevo, su mano viajó hasta el mechón de cabello que caía sobre mi hombro y lo tomó entre sus dedos, como inspeccionándolo. Oh Jesús, en cualquier momento mi corazón podría detenerse.

—¿Qué?

—Quiero que sepas, y que tengas muy presente —continuó, dejando mi mechón de cabello sobre mi hombro—, que personalmente, no me molestaría que piensen que tú y yo somos algo más que amigos —declaró, dejándome sin palabras.

¿Escuché bien? Y además: ¿eso cómo qué significa?

—¡Danna! —exclamó con prisa Marlen—, ¿me acompañas al baño? —pidió tomando mi brazo y sacándome de la butaca casi a rastras. Caminó aún tomada de mi brazo hasta el sanitario de mujeres, se recargó en los lavabos y suspiró fuerte.

—Mujer... tienes que enseñarme a hacer lo que sea que estás haciendo —pidió— porque créeme, he conocido a ese hombre desde Dios sabe cuánto tiempo y jamás, en mi vida, nunca nunca lo había visto coquetearle tan abiertamente a alguien como te acaba de coquetear a ti —informó.

—Yo no estoy haciendo nada —murmuré corroborando que el calor que las palabras de Antonio habían provocado en mí, se alojó por completo en mis mejillas.

—Bueno, tú le gustas y puedo decir que le gustas mucho —afirmó la castaña a mi lado— por lo que debe ser algo bueno, aunque no estés al tanto de ello

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora