"Buen amor y buena muerte, no hay mejor suerte"

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La noche en que murió Amelia fue la noche más hermosa de mi vida, el cielo estaba tan despejado y la luna más grande nunca antes vista iluminaba las copas de los árboles que se reflejaban como sombras gigantes en el suelo, no había ni una sola nube que ocultara las miles de estrellas que brillaban desesperadamente por recibir el alma de mi gran amor; a lo lejos, cerca del granero donde se guardaba la cosecha, se oía el aullido de los perros que lloraban al unísono mientras el aire nos abrazaba y en su suave brisa traía consigo el olor de la primavera que anunciaba su fin, así como la vida de mi querida Amelia.

Aún recuerdo cuando mi papá me mandaba con la yunta a recoger la leña que usábamos por las tardes para poner los frijoles, siempre solía tomar el camino que llevaba al río, era el camino más largo, pero sabía que ahí la iba a ver y valía la pena la demora y los chicotazos que me iban a dar cuando regresara por haberme tardado tanto, en ese entonces tenía dieciséis años y ella quince.

La primera vez que la vi estaba en la orilla del río lavando unas enaguas, el agua transparente que corría le llegaba hasta los muslos y se podía apreciar las suaves curvas que la adolescencia le estaba regalando, el sol matutino resplandecía sobre sus hombros que brillaban con pequeñas perlas de sudor, y su color de piel me recordaba tanto al piloncillo que mi abuelita usaba para endulzar la fruta que hacía para vender, y no sé, tenía la sensación que su piel tenía también ese sabor, a fruta endulzada, a dulce de almendra o de calabaza recién servido y tibio, a veces me sentía mal porque Amelia sólo tenía quince años y yo me andaba imaginando esas cosas, su cabello era largo y tan oscuro como el mismo chapote y siempre lo traía trenzado con listones de colores, en sus mejillas se dibujaban las chapas que le ocasionaba el calor, semejando a un par de duraznos tiernos, sus labios parecían tener el color de las fresas, rojos y hermosos, era un hecho que ese color era natural, aunque mi mamá aseguraba que era una mañosa y que seguramente ya usaba maquillaje.

Amelia se fue sin esas curvas que tanto me habían gustado, sin ese cuerpo esbelto que a más de uno hacía girar la cabeza, tampoco se llevó el cabello oscuro ni los labios carnosos, ni la piel morena y jovial, ni nada que diera pista alguna que en su juventud había sido una mujer asombrantemente bella, en lugar de eso se llevó un cuerpo encorvado y débil, una piel arrugada y dócil, y una cabellera blanca como la sal, y sin embargo, hasta su último respiro, en todas sus facetas y en todas sus estaciones, desde la primavera hasta el invierno de su vida, para mí, Amelia siempre fue y será la mujer más hermosa del mundo.

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⏰ Última actualización: Jan 17, 2018 ⏰

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