Una cuestión de honor

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El sonido del timbre retumbó como la sirena de incendios en su cabeza. Se incorporó, mareado aún por los aromas de su propio aliento y caminó lentamente hacia la puerta. Ver a Sofía, tomar consciencia de su estado y ser asaltado por varios flashback poco honrosos fue todo una misma cosa.

- Diablos...

Ella sonrió

- ¿Puedo pasar?

- ¿Segura que no quieres volver en dos horas más?

- Segurísima.

- Pasa, por favor. Sergei no está. Yo soy su hermano alcohólico; imagino que nunca te ha hablado de mí.

- Sergei...

- De acuerdo, sólo déjame recuperar algo de mi dignidad. Iré a darme un baño.

- Muy bien; te esperaré. Sólo trata de no quedarte dormido bajo la ducha.

Él sonrió de medio lado, negando con la cabeza y, tras caminar algunos pasos, se devolvió, dubitativo

- ¿Todavía me quieres?

- Sí - dijo ella, riendo

Extendió más la sonrisa y, tras asentir y volver a girar sobre sí mismo, entró al baño.

Quince minutos más tarde, estaba de vuelta, enfundado en sus jeans, con el torso desnudo y una toalla en la mano para secarse el cabello.

- Creo que me comí la mitad del tubo de la pasta dental, pero no he logrado quitarme el sabor de la boca, ¿qué diablos tomé?

- Pregunté lo mismo anoche y dijiste "no sé, de todo".

- Siento como si tuviese una batucada entre las orejas.

Ella sonrió. Sergei se sentó junto a ella en el sofá y se quedaron así un momento, sólo mirándose.

- Tengo la impresión - dijo él - que me merezco una larga y sentenciosa reprimenda, pero por algún motivo no la estoy recibiendo... y eso me desconcierta.

- Quieres que te de una reprimenda.

Él sonrió

- Haz lo que quieras conmigo. Aceptaré los azotes como un sumiso.

Sofía no pudo evitar reírse

- Te merecerías un par de azotes, verdaderamente.

- No sigas, me estás excitando. 

- Pero no te los daré. Los guardaré para una mejor ocasión.

- Lástima. Ya me había hecho ilusión.

Nuevo silencio. Sergei tomó otra vez la palabra

- Tengo memorias fragmentarias de anoche. Esteban besándote..., yo tomando en el buffet de tragos, ... nosotros haciendo el amor en el baño

- Eso no pasó

- Ah. Fue en el taxi

- No, tampoco

- ¿Segura?

- Segura

- Ok. Lo imaginé, entonces. Lástima. Pero acá sí hicimos el amor

Sofía sólo negó con la cabeza y él se quedó pensando un rato

- Qué raro. Tengo la memoria viva de haberte tenido encima de mí.... ¿no?.... ya veo. 

- ... ¿Sólo eso recuerdas?

- Hay algo más sobre una pelea.. ¿le pegué a Esteban?

- No.

- ¿Él me pegó a mí?

Sofía rió nuevamente

- Sergei: te emborrachaste, querías besarme frente a todos así es que te llevé afuera. Esteban nos encontró, trataste de golpearlo pero no pudiste y juntos te trajimos aquí. Eso fue todo.

- Oh. ¿Esteban conducía el auto?

- Sí

- No era un taxi. 

- No. 

- Vaya... Dime, ¿me pasé contigo en el auto?

- Un poco

- Y Esteban no...

- Tranquilo. Estabas tan borracho que si hubieses tenido a Esteban al lado y hubiese ido yo al volante, habrías tratado de asaltarlo sexualmente también.

- Ah, no. Eso sí que no. Me podrás convencer de cualquier cosa, pero a mí las pasiones sólo me bajan contigo. Es más. Estoy seguro, segurísimo, de haber tenido tu cuerpo sobre el mío y mis manos en tus caderas.

- No. En mis caderas no.

Él hizo un gesto de incomprensión y ella, divertida con su amnesia, puso su mano sobre el pecho de Sergei, obligándolo a recostarse. Mientras se sentaba a horcajadas sobre él, le dijo

- Yo estaba sentada así, sobre ti, y tú tenías esta mano aquí y esta otra, acá.

Y, poniendo cada mano en su lugar, continuó su relato

- Entonces, yo te dije que me soltaras y tu dijiste que no. Y en ese momento yo me fui a mi casa.

Sergei había pasado de cero a mil en menos de un minuto y la miraba extasiado y sorprendido. Ella continuó, mientras se desabotonaba la blusa.

- Pero yo, que no soy ningún monstruo, prometí que regresaría para terminar lo que habíamos empezado. Así es que, a pesar de todas las cosas terribles que hiciste ayer,  aún teniendo que soportar estoicamente los efectos del alcohol en tu cuerpo, y en un acto lleno de heroísmo y sacrificio, tomé la decisión de venir a verte. Qué puedo decir, soy una mujer de honor.

La blusa de Sofía terminó de deslizarse hacia el suelo justo en el momento que sus manos empezaban a quitar el broche del jeans de Sergei

- ¿No dices nada?

Sergei sólo pudo negar con la cabeza, mientras los dedos de Sofía hacían un recorrido escalofriante por su miembro, ya dispuesto a dar todas las batallas. Por fin su cerebro pareció pertenecerle nuevamente; se incorporó un poco, subió su manos hasta el cuello de Sofía y la obligó suavemente a bajar hasta su propia boca, susurrando

- ¡Mi heroína!

Y ya nadie dijo más por un buen rato, porque la tormenta se desató sobre ellos. Salieron volando la falda, la toalla, los pantalones y la ropa interior, quedando de los amantes  sólo las manos estrujando la carne, el roce violento y obsesivo, los gemidos incontrolables, las palabras obscenas y el gesto del deseo que anuncia el éxtasis. A medio ensamblar, rodaron por la alfombra y terminaron su lucha enredados en una maraña de cabello, brazos y piernas.

Agitados aún, se recorrieron con las manos un buen rato, sin decir nada, hasta que ambos soltaron la risa.  

Luego otra vez la muda contemplación, hasta que el teléfono de Sofía suena. Sergei, que está cerca, se lo alcanza y ella, tras mirar el número, contesta, contrariada. 

- ¿Octavio?




El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora