INTERNAS

Diana

Diana nació un buen día, en un buen hospital, en un frío mes. Sus parientes esperaban ansiosos mientras su madre pujaba con dolor, para, eventualmente, conocer a su hija.

Todo corrió bien en la infancia de la niña. Era amada,  atendida, alimentada y educada. Su familia era de bajos recursos, no obstante, siempre había comida en casa.

Su persona favorita era su padre, quien la amó tanto como el amor puede llegar a ser de inmenso. Todos los días, cuando papá llegaba a casa, Diana se lanzaba por las escaleras para ser recibida por aquellos acogedores y morenos brazos. En las noches, hacían competencias de estornudos, mientras la abuela escuchaba en silencio y se preocupaba por la salud de su nieta e hijo.

Su abuela, por otro lado, en diez años, se convertiría en el mayor tesoro de la pequeña. Hablamos de una mujer de baja estatura y cabello blanco, igual que su piel. Esta, durante su vida, había perdido a sus seres queridos: padres, hermanos, esposo, abuelos, primos y demás. Había sufrido la necesidad y enfrentado el frío. Había callado absolutamente todo, y así seguiría siendo hasta su muerte. A pesar de todo, esta anciana estaba llena de amor y de cosas para enseñar a su amada nieta. Ella fue la base de su educación, quien le enseñó las operaciones básicas, el himno de su patria, los colores, como atar los cordones de sus zapatos, como llevar una camisa, y todo lo que un niño puede aprender. Pero su abuela no sólo fue quien le enseñó a escribir o a leer, sino que también fue quien despertó todos los días a las cinco de la mañana para preparar el desayuno y calentar el agua para bañar a su niña. Y así lo hizo cada mañana de la mayor parte de su educación. El mundo podría derrumbarse, podrían oponerse, podría cansarse, o cualquier otra cosa que pusiese ocurrir; pero ella nunca, nunca, le faltaría a su nieta.

Esta abuelita no sólo tenía un hijo, también contaba con una hija mayor, quien tenía dos saludables y alegres niños. Mientras Gloria, su tía, trabajaba en hospitales, Diana jugaba con sus primos en la casa del pueblo donde estos vivían. Allí pasaba casi todas sus vacaciones.

Diana visitaba a su mamá en sus tiempos libres; pero este mundo era totalmente diferente a la burbuja en que la niña soñaba. Allí, en este ambiente, existía el vicio, el miedo y la violencia. Su madre, a diferencia de su abuela, jamás había acompañado a su pequeña en la educación, ni había cambiado sus pañales, ni le había preparado la comida. Esta mamá estaba demasiado ocupada enfrentando sus dificultades e intentando evadir él hambre. En casa siempre habían fritos, golpes, alcohol y drogas. Pero para Diana no era tan malo, ella estaba acostumbrada a evadir las adversidades, por lo que su prima era el mejor método. Paula, no había sido tan afortunada como su prima y amiga, esta conocía el dolor y la soledad. Pero cuando su prima Diana la visitaba, compartía de su burbuja y era plena.

A pesar de que Diana fue feliz y amada, creció con mentiras, las cuales tuvo que enfrentar en su adolescencia.

Su padre, quien era drogadicto y suicida, fue asesinado en una noche de octubre,mientras su hija esperaba en casa su regreso, el cual nunca llegó. Pero Diana solo se enteró de esto mucho después.

Tras la defunción, Diana fue acogida por su tía, para vivir una nueva vida con sus primos y abuela. Fueron todos felices, hasta que Diana entró en la pubertad.

Esta fue una de sus etapas más difíciles. Enfrentarse al mundo y la verdad no es nada fácil para quien ha estado ciego toda su corta vida.

La deficiencia académica de Diana y su dificultad para adaptarse a los cambios crearon dificultades  y una gran barrera entre su tía, a quien ahora consideraba madre, y con sus primos, a los que se refería como hermanos. Incluso con su abuela la relación se deterioró.

Lo anterior llevó a psicólogos, psiquiatras, intentos de sanación espiritual, diálogo, molestos castigos, comentarios fuera de línea, lágrimas, y muchas más situaciones que casi acaban con la familia.