¿Por qué la amo?

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Estaba bastante cabreado por la actitud de su yo del pasado, si que era un completo inmaduro. Sarada le pidió que los tolerará y eso hizo, pero  esta vez si se pasaron, ya que no solo el tuvo la culpa.
Sarada no dijo nada, pero el la conocia bien y sabe que le dolieron sus palabras.

Jamas me casaría con una hokague.

Aun no podía creer que el mismo halla dicho aquello. Fue ahí cuando estalló. Ellos no saben todo lo que pasaron, todas las lágrimas que derramaron, las pérdidas.
Fue ahí cuando se cuestionó el porqué la ama.

Era muy obvio, desde que eran gennin se sentía agusto con su presencia, casi siempre peleaban, pero era divertido. En su adolescencia  se fue de la aldea con su sensei. Sarada se había enojado con el en ese entonces, ya que le robó la atención de su padre. Cuando regresó despues de tres largos años de entrenamiento estaban algo distanciados.

Notó que su compañera había cambiado, era más alta, quizá medía uno sesenta y cinco, pero aun así no lo alcanzaba. Su cabello lo dejó crecer y era muy llamativo por el oscuro color, era tan lacio y le llegaba a la cintura.

Fue ahí cuando empezó a sentirse distinto con ella, quería seguir experimentando esas emociones, pero fueron arrebatadas de golpe

La guerra.

Ni siquiera la palabra horrible la definia.  La ganarón, nuevamente el mundo ninja obtuvo la victoria, pero a cambio de ella, se perdieron varias vidas.

La pelinegra vestia de negro al igual que todos los aldeanos, miraba con dolor el nombre de su padre escrito en las vidas perdidas por la guerra. El y el séptimo fueron los heroes nuevamente. Sin ellos jamás hubiesen madurado para poder ganar.
Miro a la esposa del septimo, ella llorava al igual que su hija, todos sus amigos, toda la aldea estaba ahí, excepto el.

Se imagino que no vendría, ni ella quería asistir, era tan doloroso. Miro el cielo que lloraba, las lágrimas se mezclaron con las gotas. Todos le decían
No estas sola, tienes que ser fuerte.

Estaba harta de escuchar lo mismo, sin resistir más, solto la mano de su hermano y corrió. Corrió y no se detuvo a pesar de escuchar que la llamaban, dolía tanto. Aun no se habia recuperado y el dolor en sus piernas era horrible. Cada pisada le dolia en el alma, pero le dolía aun más dejarlo solo.

Subió al monte de los hokages y ahí estaba, se había escapado del hospital porque aun tenía vendad, sus cabellos rubios estaban empapados por la lluvia, ella solo se acercó y se sentó, un metro de distancia los separaba.

El no dijo nada, ni ella tampoco.

No era necesario hablar o repetirle lo que todos le decían, ella deseaba estar sola, pero se ahogaba ella misma en sus lágrimas. Así que no le hablaría, no quería molestarlo, el silencio no era incómodo. Ambos compartian el mismo dolor. Simulaban estar solos aunque en realidad no lo estaban y eso les tranquilizaba.

Los días fueron pasando y la distancia se fue haciendo pequeña, era como si cada dia se acercaran un centimetro.

Las estaciones pasaban frente a sus ojos, ya no tenían heridas, pero si en el corazón.

El rubio ya se habia acostumbrado a verla diario a esa hora, era exactamente a las seis de la tarde, cuando el atardecer estaba en su esplendor y se iban a las ocho despúes de recostarse y mirar las estrellas. Ella no le dirigía la palabra, pero su silencio era suficiente, al principio bo le daba importancia, pero mientras pasaban los meses su compañia se había vuelto indispensable.

En esta ocasión el la miró, en su rostro se reflejaba el crepúsculo. Retiró su mirada cuando sintió que voltearía.
Cuando el sol se ocultó ella se había quedado dormida, sus cabellos oscuros estaban regados en el cesped.
-Sarada...- ella no respondió, con temor se acercó y la observó, sus parpados cerrados dejaban a la vista sus largas pestañas. Miró sus finos rasgos y llegó a sus labios, eran pequeños y tenian el color rosa natural. Nunca tuvo la oportunidad de contemplar su belleza y ahora lo hacía.

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