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Cuatro

¡Ay, mi corazón! No, no, no ¿cuál corazón? Si el aparato ya no existía, el día en el que me enteré de que Kohaku estaba en una relación, todas mis glándulas habían fallecido. Pero yo seguía con vida, con el único destino de afrontar el ácido y tóxico sufrimiento y recibirlo en la cara, siendo desfigurado.

Pasaron tres o cuatro semanas entonces, en las cuales no pisé el bar bajo ninguna circunstancia y pensé que jamás volvería a hacerlo.

El tiempo fue gastado entonces en una refulgente depresión, que intenté desvanecer concentrándome en estudios y trabajo, ascendiendo en ambos, buenas calificaciones, sueldo aumentado.

No me atreví a revisar mi teléfono a pesar de que entonces, el tono de notificación que tenía exclusivamente para Kohaku sonaba una y otra vez, agotador, hasta que a partir de la dolorosa y homicida segunda semana, decidí dejarlo en casa todo el día. Mi vacío interior seguía doliendo y yo lo desentendía, porque jamás me sentí más desgraciado por la finalización de una relación -inexistente entre Kohaku y yo-, de hecho era la primera vez que me sentía así y apenas había visto al susodicho en ocasiones que se podían contar con los dedos de una mano.

La raticida última semana fue la más dolorosa de todas. Noches dedicadas a la masturbación exclusivamente, secando mis lágrimas con la almohada.

Consideré incluso, cual pavo en navidad, que moriría. No disfruté entonces de ninguna de las fiestas en esos días y en mis fines de semana libres, sólo me permitía hundirme en las sábanas sin ingerir alimento en las cuarenta y ocho horas.

Pero el teléfono sonaba, no sólo mensajes, sino llamadas también y entonces, todo lo que hice fue extrañarlo más y en un arranque de afiladas emociones, tomé el aparato en mis manos y mis brazos desnudos limpiaron los fluidos de mis lagrimales y nariz.

Setenta llamadas, trescientos cincuenta y dos mensajes. Tosí sin permitirme creerlo y temblé al abrir el chat para revisar lo que sucedía.

Todos los mensajes eran de Kohaku. Todas las llamadas, todo.

Acosador. El asesino de la dignidad.

En esa ocasión, experimenté una tristeza infinita al leer cada mensaje, sollozando, lagrimeando de nuevo. Él imploraba que le perdonase, aclarando que ese hombre no era su novio ni nada parecido, sólo fue producto de estar embriagado. Varios mensajes exponían su opinión acerca de lo bien que me veía ese día, otros decían que quería verme de nuevo, que los martes se quedaba hasta la madrugada llorando en el bar al no tenerme a su lado. Un mensaje con la dirección de su departamento. Otros muchos preguntando por mi estado y pidiendo infinitas disculpas.

Todo había sido un malentendido y yo... yo le había ignorado por tanto tiempo, me había precipitado en exceso.

Entonces me sentí un ser primitivo y derramé las últimas lágrimas solitarias en total silencio.

Dinosaurio. Pesado e infinitamente tonto.

Él era un cisne, sin desperfecto alguno, con amplias alas albinas y sentimientos divinos; mientras yo, era un simple pato sin plumas, torpe, quizá con un tumor en la cabeza impidiendo la fluidez de mis pensamientos, pero, aun así lo anhelaba. Deseaba con todas mis fuerzas a Kamikawa Kohaku.

Era su nombre, su excentricidad, su voz, aroma, su cuerpo y el aura, todo lo que más quería de él. Lo deseaba. Lo deseaba en demasía.

Y me levanté de las sábanas y corrí, con las ropas desarregladas, grises y sucias, a colocarme los zapatos y salir, siendo ahora un guepardo, corriendo entre la naturaleza buscando a su presa. Miré cada dirección en cada lugar, esperando encontrar aquella que coincidiera con la escrita en su mensaje.

Cóctel de media naranjaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora