"Hola… si soy yo. Yo de nuevo… ¿Qué que quiero? Nada, creo… o a lo mejor si. Tal vez un poco de libertad, unos gramos de sabiduría, unos litros de amor, unos pocos recuerdos… fácil ¿no?
Quiero gritar reír y saltar cuando y donde me de la gana. Soy joven, no se, debería de poder hacer eso sin problemas a los 17, pero no lo hago. ¿Por qué? Porque no puedo. ¿Y desde cuando me importa a mi lo que puedo o no hacer? Tal vez desde la muerte, desde la muerte de mis padres o ¿debería decir suicidio? O ¿tal vez asesinato? No lo se. No se como murieron ni por qué, lo único de lo que me acuerdo es de la ternura de mi madre y la alegría de mi padre. Ahora no tengo ni lo uno ni lo otro.
Hasta hace poco vivía en un internado, pero hace un mes más o menos, me acogió una señora en su casa. Una señora soltera llamada Lorena Arias. Una señora que tiene seis hijos… ¿para que me querría a mí allí si ya tenía compañía de sobra?
Los hijos van desde los veintiuno hasta los diecisiete. Yo tengo diecisiete. Seguro que estáis pensando que soy una suertuda por estar en la misma casa que seis chicos en su edad agitada, pues no, no lo soy. No quiero tener nada que ver con ellos. No quiero ni su cariño ni su comprensión. ¿Cómo van a entender a alguien que ha perdido a sus seres mas queridos sin haberlos perdido también?
Estoy frustrada, frustrada por tener que soportar esto. No quiero lastimar a Lorena pero tampoco puedo fingir la felicidad.
Solo quiero quedarme sola. Solo quiero sentir la soledad…”
Ginny cerró los ojos cansada. Eran las tres de la mañana y no conseguía dormir. Solo de pensar que mañana seria el primer día de las vacaciones de verano. Todo un verano que sufrir…
Dio vueltas y vueltas en la cama. Al final no aguantó más, se levantó y salió del cuarto con su pijama de pantalones de chándal y camiseta de tirantes básica verde.
El jardín de la enorme mansión en la que vivía desde hacia tampoco era precioso. Tenia de todo. Un parquecito, flores, arboles y hasta un laguito con patos y peces de colores. Se sentó en un banco enfrente del pequeño lago y contempló la tranquilidad de las aguas. Los patos y cisnes dormían plácidamente y alguna que otra flor de loto se deslizaba sobre el agua suavemente. Todo parecía en calma. De pronto una mano en el hombro de Ginny la sobresaltó.
-Ah…eres tu Lorena.
-¿Esperabas a alguien más?
-No, a decir verdad, no esperaba a nadie a estas horas.
-Pues aquí me tienes…
-Si… aquí estamos.
-Oye, ¿te preocupa algo?
-¿Algo debería de hacerlo?
-Si vienes aquí a las tres de la mañana sí.