"Sí... recuerdo aquella sensación... no sabía cómo reaccionar. Me encontraba atenazada por el pánico, pero a su vez una creciente emoción me carcomía por dentro. Necesitaba respuestas sobre qué estaba ocurriendo, no obstante, me preocupaba que la explicación fuese peor de lo que era capaz de imaginar..."
Cerré la puerta de la habitación con un portazo y me dejé caer por la madera con el corazón latiéndome a toda velocidad. Los recientes acontecimientos golpeaban mi mente una y otra vez, haciéndome imposible olvidarlo. «Cómo si algo así se pudiese ignorar con facilidad» pensé con cierta ironía.
Después de sacar a Ayden de la cabaña, los dos caímos sobre el suelo. A penas respiraba debido a la ingente cantidad de dióxido de carbono que mis pulmones habían absorbido, sin embargo logré girarme y comprobar que mi hermano respiraba -dificultosamente, pero respiraba-. Lo que pasó a continuación lo tengo borroso: los bomberos llegaron e intentaron encontrar una explicación a lo ocurrido. Ayden no se acordaba de nada, y yo decidí que lo mejor sería no contar nada sobre lo que realmente había acaecido. Aunque tampoco lo habrían creído.
En cuanto pude, me escabullí del alboroto que se había formado y me alejé para pensar. Era lo que más necesitaba en ese momento. Sin que se percatara de ello, le arrebaté a mi padre el mechero. ¿Para qué lo quería? Simplemente quería volver a comprobar lo sucedido; y aquella era la mejor forma que se me había ocurrido.
La llama se apartó cuando la acerqué a mi piel y con mi otra mano toqué el fuego azul del mechero. Era imposible, no me quemaba. La llama crepitaba a fuego lento, bailando tranquilamente, y no se inmutaba a menos que volviese a acercar mi mano, a lo que ésta respondía alejándose. Y, cuando podía tocarla, el calor traspasaba la palma de mi mano, como si no existiera. Aquello era simplemente imposible. «No puede ser -dije incrédula-. Esto... es completamente inverosímil.» Dejé el mechero rojo a un lado y escondí la cabeza entre mis rodillas; tenía muchas preguntas, y era incapaz de responder alguna. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué ocurría aquello? ¿Desde cuándo podía hacerlo? Y otras dudas más asolaban mi mente. Sin embargo, a pesar de lo insólito de la situación, una parte de mí estaba inmensamente feliz. «¡Puedo traspasar el fuego! ¡Es genial!» Sí, la perplejidad inicial se había mezclado con el asombro y mi cabeza no paraba de pensar en el extenso abanico de posibilidades que se abrían ante mí. «Quizás sea algo así como un X-Men.» Era lo único que tenía "sentido".
Finalmente llegué a la conclusión de que debía contarle aquello a alguien, pero debía seleccionar a esa persona con sumo cuidado; si hablaba con Chris o Aly -quiénes vinieron a mi mente en primer lugar- no dirían abiertamente su opinión, pero sabía que en el fondo creerían que todo era una locura -ya que yo también lo pensaba-, así que debía buscar a otra persona. La única que se me ocurrió fue tía Leah.
La tía Leah era la hermana de mi madre y también era considerada la "oveja negra" de la familia. Le encantaba leer relatos acerca de hechicería, brujas y antiguas mitologías. Además trabajaba en un pequeño herbolario cerca del instituto y tenía fama de ser una excelente curandera. Tía Leah era una mujer joven, era la hermana menor y no superaba los cuarenta años. Llevaba su pelo rubio recogido en un clásico moño que ella misma se hacía todos los días y sus ojos negros brillaban con el excéntrico maquillaje que solía usar. Mucha gente la miraba con sorpresa al verla por primera vez, y eso le encantaba a mi tía; era una mujer flamante y natural. Vestía con fulares y ropa de tela ligera, mi madre siempre me había dicho que mi tía era muy mística y seguía creyendo en las historias de magia que se les contaba a los niños. Cuando era pequeña, a menudo acudía a su casa y me sentaba en uno de sus largos y confortables canapés con Patrick, el gato negro, sobre mi regazo mientras ella me contaba leyendas fascinantes. Nunca llegaba a saber si eran reales o inventadas pues, aunque los argumentos eran improbables, su tono de voz y la seguridad con la que hablaba me suscitaban ciertas dudas. Sin duda alguna ella era la única persona en la que podía confiar y podría creer mi historia.
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La Cazadora de Brujas [Editando]
FantasyMantener un secreto puede destruirte, tener un gran poder significa hacer un gran sacrificio. Hope Harris es una chica común de dieciséis años. Tiene una vida completamente normal, hasta que un día una misteriosa voz la conduce hasta el secreto mej...