Pasion y remordimientos

756 83 12
                                    

Maldita sea la hora en la que cayó en su trampa.

Maldecía a cada momento la suavidad de su tacto, la textura de sus labios, el intoxicante sabor de su piel y su aroma embriagante.

Lo odiaba. Odiaba su frenesí, la habilidad con la que podía llevarlo al cielo ciego de lujuria y repitiendo su maldito nombre una y otra vez. Odiaba que con cada estocada se impregnará más en su ser al punto de no poder alejarse de él.

Al punto de volverse adicto a su presencia.

Odiaba con su alma que, a pesar de su esfuerzo, cayera rendido una u otra vez a sus caricias, a sus insinuaciones descaradas.
Detestaba que con un solo roce lo tuviera a sus pies.

Odiaba a Arthur Kirkland con todo su ser.

Pero aún así se encontraba perdido entre besos fogosos y toques atrevidos siendo guiado por el inglés al elegante sofá que se encontraba en la sala del consejo estudiantil.
Atrás había quedado su razón y el motivo de su visita, atrás quedaron sus intenciones de terminar con su juego. Había tirado todo por la borda al escuchar al mayor cerrar con seguro las hermosas puertas de madera labrada del salón del consejo para sonreírle descaradamente mordiendose el labio inferior como anticipando lo que harían mientras aflojaba su corbata y se quitaba su elegante saco, atrás quedaba la figura del correcto presidente del consejo estudiantil y daba paso a la fiera que lo devoraba cada vez que se le antojara.
Y eso bastó para robarle lo último de voluntad que le quedaba.

Su toque era majestuoso, experto y acertado, y aunque no fuera habilidoso en estos temas, tres meses de recibir el "trato especial de Kirkland" bastaban para saber que el inglés sabia de sobra como hacer que olvidara hasta su propio nombre.

Justo como ahora, que lo tenía entre sus piernas devorándolo con avidez, produciendo una corriente eléctrica que recorría su cuerpo de pies a cabeza sin darle más opción que entregarse por completo a la calidez de su boca y la destreza de su lengua.

Des su perspectiva, los ojos verdes del inglés lo miraban con sorna, sabiendo perfectamente lo que provocaban en él, lo hacía veloz pero agonizante y justo antes de que pudiera liberar por completo su deseo se detuvo.

Dolor y frustración se instauró en su ser, quería llegar, quería esa sensación prohibida. Su respiración se volvió agitada y desesperada preguntándose porque lo castigaba de ese modo, hasta que se encontró cara a cara con el demonio de ojos verdes que le sonreía confiado y altivo.

—¿Qué es lo que venías a decirme amor?—Le dijo con una voz que le sonó a burla mientras le suministraba sutiles caricias que no eran suficiente para liberarlo y que solo ocasionaban que su frustración creciera.

El maldito lo sabía, sabía que su intención era acabar con todo pero cada vez que lo intentaba resultaba del mismo modo.

Un apretón fuerte acompañado de besos que descendían por su torso no le dejaban pensar con claridad, la sensación se incrementaba, la necesidad era urgente y su mente no procesaba nada más que su deseo.

—Por... Favor Arthur...—soltó como un susurro desesperado

—¿Qué es lo que deseas de mi, cariño?—le dijo sintiendo rozar el aliento caliente del inglés muy cerca de donde de verdad lo necesitaba.

—Hazme...—Su orgullo, su maldito orgullo no existía cuando estaba con él. No existía el capitán de equipo de football, aquel que tenía a toda la escuela a sus pies.

Rosas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora