Cuarta prueba: Sorpresa.

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La tarde caía sobre la bella Puebla de los Ángeles. En cada esquina, callejón, parque, avenida y acera se respiraba completa tranquilidad. A mediados de enero y hasta octubre (que es en donde empiezan las fiestas) este periodo se disfrutaba entre los habitantes de dicha ciudad.

La panadería San Juan no tenía tantas visitas a estas horas, pues la gente solía ir a comprar pan minutos antes del anochecer, así que Leo, quien se encargaba de esta junto a su nana y Fernando, podía descansar un poco en compañía de su abuela.

—En serio, ese señor se veía bastante inteligente. — Contaba el menor de la casa mientras pasaba un cepillo por las hebras plateadas de Doña Toñita.— Yo creo que eso de la biblioteca sí se hará.

—Ojalá mijito, me gustaría que fueras de vez en cuando a ese lugar, quiero que tú también tengas muchas ideas buenas en la cabeza. Sé que no querrás vender pan toda la vida. —Sonrió la señora, volteándose para así poder ver a los ojos a su nieto.— Quiero que tú y Nando hagan algo grande, siento que podrán, confío en ustedes.

El moreno se acercó a ella para poder rodearla en un abrazo, una bella sonrisa se dibujaba en su rostro.

—Te prometo que lograré algo inimaginable, abuela. Nando y yo lo haremos.

—Es una promesa. — Ambos voltearon de inmediato para comprobar que aquella voz efectivamente venía de Fernando, quien había escuchado cada palabra de sonada conversación y ahora les sonreía.— Oye chisguete, un señor abajo en la panadería quiere verte, ¿Ahora en qué metiste la choya?

—¿Eh, qué? ¿Un señor? — Leo deshizo el abrazo que mantenía con su abuelita para ir tras Nando, no sin antes despedirse.

Mientras ambos bajaban las escaleras, su hermano venía describiendo a tal persona, entonces, por lo que decía, Leo ya tenía una idea perfecta de quién podría ser.
Al llegar, pudieron observar al señor Priettillo platicando alegremente con Dionisia a la par en que esta le entregaba una canastita de pan. Cuando se acercaron lo suficiente, el Europeo giró la cabeza y fijó sus orbes miel en los chicos.

—Oh, buenas noches, Leonardo San Juan. — Saludó el hombre. Leo no se inmutó al oír su nombre completo ser pronunciado, supuso que su nana o Nando se lo habían dicho.

—Buenas noches señor Nathanael. ¿Cómo está? ¿Necesita algo? —El moreno alzó una ceja con curiosidad, tratando de deducir alguna razón por la cual aquel hombre de saco se encontraba presente. De forma extraña, sentía que la respuesta era clara, pero la confusión aún manejaba su cabeza.

—No te preocupes, chico. No es nada malo. —Aseguró. De su espalda sacó un libro que parecía bastante viejo; en la portada se podían apreciar un conjunto de letras doradas formando la notación "Leyendas y otras historias del mundo de Adán."— Mira, esta mañana he dado un paseo para admirar la belleza del parque Montesco y, curiosamente, me topé con una niñita que jugaba con flores. Me llamó bastante la atención, puesto que nunca había visto una planta igual, así que me acerqué a hablar con la muchachita para observar también a dicha planta en flor. Al principio hablamos de cosas triviales, sin embargo, de un momento a otro, se mencionó a un tal «Leonardo San Juan» en la conversación. Extrañado, pregunté quién era ese hombre. La niña me comentó que se trataba de un aventurero que al fin había regresado a su hogar, en palabras coloquiales, a esta panadería. Maravillado, pregunté qué grandes hazañas habías realizado para ganar ese satisfactorio nombre, y me comentó que todo era relacionado a lo sobrenatural. Supe que eras tú y no tu hermano, pues cuando fuiste a mi casa a dejar lo que encargué, me observaste con un extraño brillo de curiosidad y asombro. Algo me dijo que te vería nuevamente, y pues... ¡Aquí estamos! Traje un pequeño presente para ti, me has dejado muy sorprendido por tu valentía y astucia. Espero te guste.

El azabache extendió el libro al moreno, el cual, descolocado aún, lo aceptó y dió gracias, no sin antes hacer un par de preguntas.

—Estoy confundido en realidad. No sé quién haya sido esa niña, pero creo que no soy tan sorprendente como le contó, lo siento. Solo cumplía mi deber. — Le dijo con seguridad y serenidad, tomando el libro en manos.— Muchas gracias por el libro, lo leeré todas las noches.

—¿En serio? Pensé que se conocían, pues ella hablaba de ti como si fuera una amiga de toda la vida. También sus ojos verdes brillaban cada vez que tu nombre era sacado a flote. —Prietillo colocó la mano en el mentón para terminar hundiendo la cabeza en sus hombros.

Leo no conocía a otra persona con ojos jade a parte de ella. Eso provocó que sus orbes casi salieran de sus cuencas y que por accidente casi soltara el libro. De inmediato regresó a ver a su hermano, quien lo observaba casi con la misma expresión, pero menos alarmado.
No podía creerlo, simplemente no podía ser verdad. Nadie podía ver a un espíritu, nadie.
Con un ligero dolor en el pecho por tal decepción al descubrir la racionalidad, soltó un suspiro y descartó esa idea. Tal vez había visto a la chica que el escritor describía, pero en ese caso ya ni siquiera lo recordaba.

—Oh... No se preocupe, comprendo... Bueno, de cualquier manera muchas gracias, prometo ir a devolverlo en cuanto termine. — Habló después de unos segundos con un tono de voz más apagado.

—No te preocupes, chico, te lo he dicho, es tuyo. Pero si deseas volver a leer otro, con gusto te prestaré cada uno de los que he escrito. —Sonrió el azabache mientras tomaba la canasta de pan y guiñaba  un ojo a Leo en señal de despedida.— Muchas gracias mi querida Dionisia, hoy dormiré satisfecho.

La mujer se carcajeó con inocencia mostrando un sonrojo en su rostro. Priettillo se despidió de Nando con un apretón y se apresuró a abandonar la panadería. Leo admiró como se perdía entre las personas. Después de un rato, subió a su habitación para apreciar el regalo.

—A ver, Leyendas y otras historias del mundo de Adán. — Comenzó a leer en voz alta.— Índice... Prólogo... Ahh... Las castañuelas de Ana... El bosque de la tristeza... Ajá, ajá... La leyenda del diamante rosado de la resurrección... Ah... Un momento, ¿Qué? —Al leer tales palabras, el chico se detuvo en aquel renglón, buscando inmediatamente el número de página en donde estaba escrita tal leyenda. No creía que fuese real, pero una pequeña llama de esperanza crecía dentro de él. Página 134.

En breve buscó el número en cada una de las hojas, y al encontrarlo, se tomó unos segundos antes de comenzar a leer.

A los pocos minutos de haber empezado, una expresión de total asombro se plasmó en su rostro. El libro provocó un ruido estrepitoso cuando cayó al suelo.

—No... No puede ser... Entonces... Xóchitl...


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CNA.

¿Qué habrá leído San Juan para reaccionar de tal forma? Tranquilos, que en el próximo capítulo eso será revelado.

A partir de la segunda parte, las actualizaciones serán cada fin se semana, por ahora, serán diarias.

Gracias por leer.

→Editado✓ creo, tengo sueño :(

Serie De Pruebas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora