Parte única

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Rebecca estaba asustada, tenía mucho miedo. Alguien había entrado a su casa y no sabía que hacer. Se podían oír los pesados y ruidosos pasos del extraño por toda la casa, como si sólo estuviera paseando.

Todos los días, a las siete en punto de la tarde, se escuchaba como alguien abría la puerta principal y recorría la casa. Luego la misma se volvía a abrir y se cerraba con un golpe estruendoso. Todo se silenciada y ella salía de su escondite con un alivio recorriendo su cuerpo.

En ocasiones podía verlo por las mañanas, sentado enfrente a la mesa, desayunando un café, como si fuera su casa. En esos momentos ella corría a esconderse, temiendo que le pudiera hacer algo.
Aveces, cuando aquel ente aparecía de la nada, la observaba  como si la estuviera analizando, con esos ojos muertos, vacíos, carentes de brillo y color. Su postura era encorvada y arrastraba los pies como si le costará caminar. 

Lo que más la aterraba, es que se parecía a su difunto esposo. No eran idénticos, pero compartían varias similitudes. 

Y así paso bastante tiempo, siempre con la misma rutina; lo veía por las mañanas, luego por la tarde y, cuando era de noche y ella se levantaba para ir al baño, podía sentir que algo le observaba desde la oscuridad; unos oscuros ojos que la acosaban y la miraban con fervor. Aún si no podía verlo, sentía como estaba detrás de ella, estirando una mano hacia su cuello para poder hacerle daño.

La paranoia crecía día a día y su desesperación iba incrementando, su cordura se perdía y sé le caían los cabellos por la ansiedad que le consumía.

Así que un día, hastiada de los sentimientos negativos que iban pudriendo su ser, decidió acabar con todo ese sufrimiento; tomó la  cuchilla más afilada de la cocina y se escondió en el armario de siempre, esperando que sean la siete en punto.

Al pasar varios minutos y sin previo aviso, las oscuras paredes del armario comenzaron a hacerse cada vez mas pequeñas mientras susurraban cosas inentendibles; sonaban como sacadas del mismo infierno, con tonos tan graves y roncos que podía tratarse de cualquier animal. Parecía que muchas manos esqueléticas y podridas las estaban tomando de distintas partes de su cuerpo y comenzaban a jalar de ella, como si quisieran desgarrar sus extremidades. Los sacos que estaban colgados en el armario, empezaron a alzarse en contra de ella, arrinconandola y dejándola sin salida. Comenzó a removerse tratando de safarse del agarre que la estaba aprisionando, pero solo logró el efecto contrario. Ella en la desesperación, sólo se ahogo en sus pensamientos dementes mientras comenzaba a sentir la ausencia de aire en sus pulmones, los cuales parecían plomo al entrar el oxigeno a su sistema. Dio gritos de ferocidad y atropello mientras lloraba amargamente. Todos sus lamentos y desesperanzas habían quedado atrapados dentro de la monótona oscuridad del closet.

Empezó a pensar que ese era su final, pero las voces dejaron de oírse, los atuendos dejaron de atormentarla y las paredes volvieron a la normalidad cuando se oyó la puerta principal abrirse con un horrible chirrido.

Todo quedó en silenciosa y reducida calma hasta que el ente comenzó a recorrer la casa, como siempre. Pero esta vez había algo diferente, las puertas de todas las habitaciones del lugar se escuchaban abrirse y cerrarse, como si la estuviera buscando.
Presionó con fuerza el mango del cuchillo al escuchar como los pesados pasos de aquella cosa se aproximaban hacia la sala en donde ella estaba. 

Sintió un golpe de adrenalina recorrer todo su cuerpo. Comenzó a temblar debido a la emoción del momento, por fin terminaría con esa miseria.

Las puertas del armario en donde ella estaba se abrieron de par en par, y aquella cosa la llamó por su nombre.
La mujer levantó la vista frenéticamente y vio a ese demonio con forma humana estar frente a ella. De un momento a otro, salto encima de él y empezó a clavar el cuchillo repetidas veces sobre el pecho y estómago de la criatura.
Mientras cometía tal acto, gritaba y chillaba con violencia, entretanto lo acuchillaba sin piedad haciendo movimientos desenfrenados. 

En cuanto a aquel ser, sólo se quedaban mirando a ningún punto específico en el techo con expresión vacía, como si ya supiera que esa mujer iba a cometer tales actos.
Cuando dejo de penetrar con el cuchillo el cuerpo del contrario, este le dedicó unas palabras, las cuales estaban ahogadas por la decepción. 

- Te odio.

Dijo con una voz raspada y casi inentendible.
Y con eso dicho, simplemente desapareció.

La mujer se quedó arrodillada en medio de la habitación, mirando a la nada con una extraña mueca de felicidad. Sentía que se había desecho de un problema, de una gran carga en su espalda.
Se levantó del suelo y se dirigió hacia el baño con un andar torpe. Sólo para ver su reflejo en el espejo; tenía bolsas bajo sus ojos y rasguños en su cuello y brazos. Su pelo, que estaba completamente enmarañado y recogido en un rodete mal echo, caia sobre su frente la cual tenía una fina capa de sudor. Pero lo más escalofriante de todo, es la pequeña pero demente sonrísa que estaba en su rostro.
Comenzó a reír levemente, mientras veía sus muñecas y pasaba a ver el cuchillo (el cual estaba manchado en sangre y pequeños trozos de carne). Y pudo ver no sólo su reflejo en aquel objeto afilado, si no tambien el de una sombra detrás de ella.

Para la mañana siguiente, dos policías llegaron a la casa de Rebecca por una queja de los vecinos diciendo que se escucharon gritos.
Entraron a la casa y empezaron a recorrerla; en una de las habitaciones, estaba el cadáver de un chico de no más de dieciséis años de edad. Y en el baño, el cadáver de su madre, la cual se había suicidado.

Al parecer Rebecca tenía esquizofrenia y no estaba medicada. 

Llegaron a la conclusión que la mujer en un arranque de locura, asesino a su hijo y luego se suicidó por la culpa. 

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⏰ Última actualización: Jan 30, 2018 ⏰

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