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Marcello dejó su teléfono al lado de la mesa y recogió la taza de té que Alessio le había llevado.

—¿Que tal está? —preguntó con una sonrisa en los labios. Alessio llevaba seis meses siendo su asistente personal y a esas alturas ya se había acoplado por completo a él. Horarios, gustos y demandas, todo estaba grabado dentro de su cabeza, por lo que aquella pregunta era mero protocolo.

—Está bien —dijo sin voltear a verle, acostumbrado a no ser excesivamente amable con la gente con la que trabajaba, manteniendo la distancia, aunque Alessio ya se hubiera ganado su respeto y su aprecio.

—El señor Cortez escuchó su petición y aceptó de inmediato, ha quedado encantado —comentó con cierto tono de orgullo en su voz, cómo si los logros de su jefe fueran los propios. Marcello bufó, soltando una sonrisa de suficiencia.

—Por supuesto que está encantado —se jactó, con una sonrisa en los labios.

—¿Debería cancelar sus citas en la próxima semana? —preguntó, aunque ya lo había hecho.

—Hazlo —ordenó, observando la imagen en el teléfono, con unos ojos de interés que Alessio no había ni una sola vez mientras trabajaban juntos.

—¿Quién es el muchacho? —se atrevió a preguntar, guiado por la curiosidad y la confianza que le había tomado en los últimos meses. Era muy raro que su jefe se interesara en una persona, mucho menos en un hombre, así que algo debía haber detrás de aquella mirada.

—Ya lo sabrás —dijo soltando un suspiro—. Pronto.




Giordano despertó, sintiendo que ya era tarde, sin embargo, debido a las gruesas cortinas que cubrían la ventana, la luz del sol no conseguía filtrarse por completo dentro de la casa.

Soltando un bostezo, Gio se estiró en la cama, tomando valor para bajarse del colchón y dirigirse al baño. En ese momento Marion ya se había levantado así que no tenía a nadie que le metiera presión, por lo que tardó bastante en hacerlo. Una vez que lo consiguió, se la pasó unos cinco minutos aclarando su mente en la realidad antes de lavarse los dientes. Gio era de despertar lento, tardaba bastante tiempo en espabilarse, sobre todo si había dormido demasiado la noche anterior.

Sin embargo, mientras tomaba valor para salir de la habitación, pudo captar el delicioso olor de un desayuno "Marca Marion" cocinándose afuera. Como si de una flauta de hamelín se tratara, Gio se levantó de su sitio para dirigirse a la habitación contigua. Para él estar en aquella cabaña era tan familiar como estar en casa, todos los alojamientos de Villa Rueda tenían las mismas estructuras y ya había vivido bastante tiempo en una de esas.

Una sonrisa se formó en sus labios cuando entró y halló a Marion parado frente a la estufa. Estaba usando un suéter que, contra todo pronóstico, le venía un poco grande y un delantal azul, amarrado en un moño. Ya no estaba cocinando, había apagado el fuego, pero no se movía de su sitio porque estaba concentrado mensajeándose con alguien, Joseph, probablemente. No importaba, de repente Gio estaba más despierto que nunca y se sentía un poco más juguetón que de costumbre, de modo que, aprovechando que tenía las calcetas puestas, caminó sigiloso hasta llegar a donde estaba Marion y deslizó sus manos por la cintura del chico, pegándose a su cuerpo y susurrando en su oído.

—Buenos días cariño —utilizando su voz más cantarina, disfrutó cada segundo de aquella pequeña broma y, sobre todo, del grito que pegó Marion antes de saltar de su sitio, casi dejando caer el teléfono al suelo.

—¡Que rayos te pasa! —exclamó empujándolo lejos​, mientras se acariciaba el cuello sintiendo escalofríos—. ¿Es que acaso estás loco? —Se quejó, haciendo una mueca de desagrado.

—Dame un beso mi amor —respondió extendiendo los brazos para atrapar a Marion, mientras este le golpeaba con un guante de cocina en la cara.

—¡Me vas a causar azúcar! ¡Toma esto por imbécil! ¡Toma! ¡Perro malo! ¡Perro malo! —sin embargo, a pesar de su lenguaje rudo, ya comenzaba a reírse. A veces no entendía como era que a Giordano se le ocurrían tantas estupideces. Le gustaba que el muchacho fuese espontáneo, pero en ocasiones le volvía loco y no de buena manera.

—¡Guau! ¡Guau! —ladró, sacando la lengua y lanzándose sobre Marion para lamerle la cara. Antes de darse cuenta ya estaban peleando cómo siempre, correteando por toda la cabaña y riéndose a carcajadas. A veces Marion pensaba que lo suyo era una especie de coqueteo disimulado, que los dos se gustaban y jugueteaban con el otro, tratando de animarse a dar el paso, sin embargo, después borraba esas ideas de la cabeza, después de todo se trataba de Giordano, el chico que se le había declarado a medio pueblo más de una vez ¿Qué seriedad podía haber en ello? Marion no era tan ingenuo, de modo que se conformaba con las sonrisitas y los juegos, mientras mantenía esa maravillosa amistad con el chico.

¿Qué podía ganar declarándose? Nada, no había una sola cosa que pudiesen hacer para tomar valor frente a Giordano y además, él era todavía un niño en muchos aspectos, sabía que terminaría huyendo de él si hacía su movimiento y no era correspondido. Gio no era la clase de chico que podía salir con alguien que estaba enamorado de él porque se ponía nervioso, no le gustaba tratar a la gente con pinzas y tampoco ser malinterpretado.

Sin embargo, a veces se preguntaba si hacía bien quedándose callado. Mientras jugueteaban en la sala y dejaban que los wafles que Marion había preparado se enfriaran, este observaba los rizos rojos de Giordano moverse sin parar, al tiempo que las carcajadas se escapaban de su garganta, dejándole la sensación de que debería terminar aquello de una vez antes de que la caída fuera más doloroso.

Cuando las risas se terminaron, transformándose en un cómodo silencio, volvieron a la mesa, donde Marion le mostró la caja de wafles para preparar con una nota que le había dejado su tío, deseándole unas bonitas vacaciones. Giordano sabía que el hombre no estaba ahí, pero, siempre había sido adicto a enviar notas a través de sus empleados. Así que le envió un mensaje de agradecimiento por el pequeño regalo.

Mientras escribía ignoró todas notificaciones que estaban en su pantalla, excepto una, la de Julian.

"¿Ya le has dicho?" preguntaba.

Sus dedos se detuvieron de inmediato. Giordano apretó los labios, tratando de decidir qué hacer y sin querer levantó la vista, encontrándose con la imagen de Marion desayunando, parecía pensativo, observaba su waffle como si estuviera decidiendo de que lado cortarlo. Gio tragó duro, mordiéndose los labios y tomando una profunda bocanada de aire.

"Si" respondió "Ya se lo he dicho"


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El camino de Giordano (LCDVR #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora