El otro día tropecé con una foto nuestra. Ahí estaba perdida en una de las tantas carpetas llenas de fotos antiguas que tengo en el ordenador y que no veo desde hace años –y que por supuesto tampoco me atrevo a borrar–. Supongo que inconscientemente a veces nos aferramos de esa forma a los recuerdos, para no olvidarlos nunca del todo y volver a tropezar con ellos algún día. Pero como te decía, lo primero que se me vino a la cabeza al ver esa fotografía fue lo guapa que estabas y lo difícil que era no enamorarse de ti, el piercing tan feo que llevaba yo en la ceja y que no se como me podía gustar, ese brillo que desprendían nuestros ojos y lo bien que quedaban mis manos rodeando tu cintura. Pero sobre todo, me di cuenta de todo lo que hemos cambiado durante todo este tiempo que ha pasado desde esa fotografía; y no te hablo solo del físico o de nuestra forma de vestir, sino de todo lo que éramos. Si te paras a pensar ya apenas queda nada de esa chica que me volvía loco con solo una sonrisa y aún menos de aquel chico que aprendió gracias a ti que los días de lluvia son menos grises si eliges bien con quién compartir paraguas. Lo segundo que observé en esa fotografía fue lo felices que éramos. Lo gracioso de todo esto, por decirlo de alguna manera para que no duela tanto, es saber que verdaderamente desconocíamos lo felices que éramos hasta que empezamos a dejar de serlo. Por eso creo que jamás llegamos a valorar lo suficiente todo lo que en aquel entonces sentimos o toda la magia que desprendíamos y que a día de hoy es truco en cualquier otra persona. Igual por eso todo nos supo siempre a poco con otras personas, y quizá por eso este rencor de querernos un poquito odiando por ser tan tontos de perdernos. Puede que nunca estuviéramos tan lejos como ahora, y no, nuestra distancia no se mide solo en metros o kilómetros –ojalá–. Nuestra distancia habla de lo diferentes que ahora somos y de los caminos tan separados que ahora recorremos. Igual esa es la razón de todo; que ya no exista la magia sin truco, ni paraguas que merezcan la pena compartir en mis días grises, o más fotografías nuestras en alguna carpeta pérdida de mi ordenador, vete tú a saber.