Un giro que lo cambiaría todo.

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           Desperté y preparé lo último del refrigerador. Me duché y vestí, para complementar con mi vestimenta me coloqué un gorro, acto seguido escucho el tocar la puerta. Sabía ya quién era.

- Buenos días, cariño. – Decía mientras me abrazaba.

- Buenos días, viejo.

- Que aún no llego a los setenta,

- Jajaja.

- ¿Las maletas ya están listas? – Sobaba sus manos.

- Sí, pasa.

           Tomó las tres maletas y sentía que iba a caerse, así que lo ayudé con una. Tomé mi mochila, las llaves, cerré por última vez la puerta y sentía una gran nostalgia y sentimientos encontrados. Suspiré y bajamos las escaleras. Subimos todo al auto. El aeropuerto quedaba a una distancia considerable así que papá aprovechó el tiempo para decirme lo mucho que me amaba y que se sentía orgulloso y triste por el paso que daba. Me preguntó unas cien veces si todo estaba confirmado sobre el lugar donde me quedaría. Le expliqué por decimosexta vez que era uno de los asistentes para la empresa a la cual trabajaría y sería el que me esperaría.

              Al llegar, llevamos las maletas a su destino. Esperó conmigo el que inspeccionaran todo lo que llevaba, demás protocolos y procedimientos. Nos sentamos a tomar un café hasta que escuchamos la voz un tanto fastidiosa de aquella mujer anunciando mi vuelo. Se levantó y me abrazó fuerte. Desde ahí emprendía sola el camino.

Mientras me dirigía hacia aquella puerta un joven que iba en dirección contraria me quedo observando, iba caminando y no despejaba su mirada de mí. Fue un poco extraño, pero era atractivo. Tal vez esté sepultando mi querer por Daniel. Suspiré. Al llegar a la dichosa puerta una de las azafatas me recibió y comenzó con un saludo cordial. No presté mucha atención a lo que decía sólo abordaba. Espero que no me toque sentarme al lado de un bebé llorón o de aquel que ronca como locomotora... pero para mi sorpresa sólo fueron un par de jóvenes, una pareja madura y quedaba un puesto vacío, esperaba que no fuera ninguno de los anteriores mencionados.

             Entró el mismo joven de hace un rato jadeando y se sentó a mi lado. Bien, espero que el destino haga su trabajo. Acomodó su saco y limpiaba un poco sus lentes, tenía la barba muy prolija y cuidada, un corte elegante. Se percató de que lo observaba así que sonreía y rompió el hielo.

- Un gusto, Alejandro. – Estrechaba su mano con una gran sonrisa.

- Igualmente, Gerd. – Contesté.

- ¿Gerd?

- Sí. – Dije con algo de vergüenza.

- ¿Es griego o algo?

- Danés...

- Oh vaya. ¿Y este viaje a qué se debe? – Preguntaba.

- Nuevos aires. – Suspiraba al recordar a Daniel.- ¿Y el tuyo?

- Dejé algo en casa. – Respondía con coqueteo.

- Olvidadizo, ¿No?

- Un poco como el pez Paracanthurus hepatus.

- ¿El pez qué? – Reía.

- Paracanthurus hepatus o pez cirujano regal.

- Ni idea.

- Oh vamos, ¿No has visto Nemo?

- Sí, pero, esos peces tienen nombres que recuerde y no los científicos.

Despejar.Where stories live. Discover now