Capítulo 15

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Esperé paciente. Aunque sinceramente no sé de donde sacaba la paciencia.

Esperé hasta que fueran las once de la noche y me animé a ir hasta la casa en la que convivía con su madre.

¿Y cómo la llamaba? Si me había olvidado el celular y ella no quería que su madre me conociera.

Miré mi auto pensando la posibilidad de volver a mi apartamento a buscar mi teléfono pero quedaba bastante lejos, miré las rejas que en el extremo tenían puntas.

Estoy muy loco.

Tragué saliva y me sujeté de uno de los barrotes. Pero recordaba que me había mencionado algo de que su hermana se escapaba y el árbol junto a su casa efectivamente estaba ahí.
Me subí sin mucha dificultad, el problema fue bajar. El cierre de mi jean se enganchó en uno de los picos metálicos. Si parecía que se cortarían las pelotas.

¡No quiero quedar castrado!

¡Qué suertudo!

Tiré tan fuerte que la bragueta terminó despegándose del pantalón y yo cayendo de espaldas al piso.

La puta madre.

Mi espalda me dolía y toda la cara me ardía. Ahora estaba tirado mirando las estrellas esperando que el dolor pase, miré la parte de la reja en la que me había enganchado y mi bragueta se posaba burlona en el pico.
Me puse de pie y me acerqué a la casa. Mi espalda todavía tiraba y ahora tenía un agujero abismal en la entrepierna, como si me hubieran secuestrado y me hubiesen violado.

¿Cuál será la habitación de Macarena?

Miré hacia las ventanas, y vi una que tenía la luz encendida y se podían distinguir pósters de futbolistas. Sonreí de costado y me subí al árbol con un poco de vértigo. Llegué a la ventana y bajé en el techo fijándome bien donde pisaba.

Se veía a Macarena acostada, dándome la espalda.
Di dos golpes a la ventana pero después de cinco minutos seguía sin respuesta. Volví a golpear el vidrio.

¿Acaso estaba inconciente?

Empujé un poco la ventana y se abrió. Suspiré aliviado y entré a la habitación. Tenía muchos pósters de futbolistas en las paredes y cosas referidas al fútbol. Me acerqué a una pequeña pizarra donde tenía fotos de ella. Unas eran con sus amigos, con Carlota y con el dichoso Ian, pero la que más me llamó la atención fue en la que aparecía con su padre, en la cancha. Tenía menos de ocho años y sonreía como lo hace ahora.

—¿Qué haces acá?—me sentí como un ladrón descubierto cuando escuché su voz.

Me giré a verla, sentada en la cama sacándose los auriculares. Por eso no escuchaba. Bajó su mirada a mi entrepierna, donde mi boxer rojo no pasaba de desapercibido.

—Vine a buscarte—dije rápido y agarré un peluche para cubrir la parte rota de mi pantalón— En realidad, vine a raptarte.

Ella se mordió el labio, negando y sin dejar de mirarme.

—¿Cómo entraste?

—Dejaste la ventana abierta, la verdad me dejaste el trabajo fácil— no encontraba la forma de bajar la temperatura de mis mejillas.

—Estás loco—se puso de pie y se acercó.—Me voy a cambiar y vamos.

Se metió en el baño con pijama y salió vestida con un jean y un buzo gris, la verdad hacía frío.

Salimos por la ventana y caminé por el techo y la rama hasta llegar al tronco del árbol.

—Vamos—susurré.

Unreal | Joaquín CorreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora