-Lo siento. Estamos de liquidación y no se venden sueltos- Esa fue la tajante contestación que recibí. Me dejó claro que compraba todo el lote... o no me llevaría ningún libro. Supongo que es cuestión de marketing.Tras un día bastante ajetreado, el recorrido por los puestos de segunda mano del Parque Rivadavia había conseguido que me olvidase un poco de mis preocupaciones cotidianas. Más tarde, una breve parada en un KFC evitó que acabase, nuevamente, rebuscando en mi frigorífico y cenando las sobras del día anterior.
Por suerte, de los cinco que componían el lote, tres de ellos me interesaban; un best-seller de Vargas Llosa que aún no había leído, la edición ilustrada de "El psicoanalista" y un recetario de cocina, imprescindible para un soltero como yo. El cuarto, "El Silmarillion" de Tolkien, lo regalaré al primer amigo friki que pase por mi casa y, en cuanto al último..., el último ni tan siquiera es un libro sino una vieja agenda que enviaré directamente a la basura. Al final, por 800 pesos me he llevado unos buenos libros.
Una vez en casa, las preocupaciones regresaron y como no conseguía dormir, mi mente empezó a divagar sobre cosas sin sentido... Que por qué dejé el Ejército, que si debería retomar mis estudios, que por qué me dejó Elena, que si debería llamarla, que si no. Mil y un pensamientos que me impedían descansar.
Tras años de experiencia, reconozco que la manera más rápida de caer vencido por el sueño es iniciar una lectura aburrida. Siguiendo mi propio consejo, decidí ojear lo primero que tenía a mano, esa agenda que aún no había tirado al contenedor. Ese fue el principio de mi fin.
-¿Quién quiere una agenda usada?- recuerdo que pensé.
Esperando que estuviese lleno de apuntes banales y garabatos, no me defraudó. La mayoría de las anotaciones eran fechas de exámenes, temas de estudio y algunas citas de amor. Nada extraordinario en una agenda perteneciente a una universitaria.
Tras mucho rebuscar, en un bolsillo interior de la agenda encontré un pequeño sobre repleto de fotografías y recortes de periódico. Las primeras mostraban un grupo de estudiantes en el día de su graduación; en todas ellas, una chica, visiblemente embarazada, posaba, sonriente, frente a la cámara. En su rostro se adivinaba el orgullo por mostrar su ya prominente barriga.
En el reverso de cada fotografía, distintos nombres y una única fecha: Teo "Garrafas", Pasquali, Camilo Bonzo, Sergio Cafaro, "La Españolita" - (Diciembre, 1974)
En otra serie de imágenes, la joven acunaba a su bebé recién nacido, junto a uno de los chicos de la graduación. A pesar de las marcadas ojeras, su rostro aún reflejaba una sonrisa.
En contraposición a los momentos felices mostrados anteriormente, los recortes de periódico sólo presentaban noticias escalofriantes, personas torturadas, manifestaciones estudiantiles y todo tipo de represiones militares durante la dictadura de Videla.
Mi interés aumentó al encontrar una fotografía en la que aparecían mis padres en una recepción en el Palacio Santamarina de Buenos Aires. En esa ocasión, mi madre llevaba un niño entre sus brazos; sorprendentemente, el mismo bebé que "La Españolita" mecía entre los suyos.
Nuevamente, otro recorte de periódico llamó mi atención. De una gran lista de militares prófugos de la Justicia argentina, mis ojos se centraron en un nombre conocido, el de mi padre. Condenado en rebeldía, había sido acusado por atrocidades como asesinatos, torturas y robo de bebés, consiguió fugarse y permanecer huido hasta que prescribieron sus delitos. Fue, entonces, cuando decidió regresar a Argentina.
El único documento oficial que encontré en la agenda resultó ser una partida de defunción. Tras leerla comprendí quién había sido Irene Reyes, conocida en Buenos Aires como "La Españolita".
<<<<<>>>>>
Aquella joven abogada, despojada de su bebé, asesinada por militares y, posteriormente, dada por desaparecida, era mi verdadera madre.
Hoy estoy frente a la Justicia por haber atacado al que creía mi padre. Confieso que no pude contener mi ira y le golpeé hasta matarle, sin embargo..., tras este oscuro descubrimiento, no me arrepiento de mi decisión.
Esteban Rebollos
(Noviembre, 2020)