El hogar

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Habían regresado a la Tierra hacía ya unos cuantos meses, después de pasar varios años en el espacio. Al menos dos, o tres. El tiempo allá arriba no corría de la misma manera que aquí abajo. O eso parecía. Era extraño levantarse y encontrarse de cara al Sol, abrir la ventana y dejar que entrase la brisa, saber que, en alguna parte del castillo en el que ya no vivían, no estaban sus compañeros. Todos habían retomado sus vidas. Bueno, en parte. Lejos del Garrison y aquel desierto. Lo que sí era indiscutible era la distancia que ahora los separaba. Kilómetros de tierra y agua entre cada uno. Antes podían recorrer años luz en un abrir y cerrar de ojos cuando Allura abría un agujero de gusano, y ahora, menores distancias parecían infinitas e inacortables. Solo había una persona con la que Keith seguía manteniendo contacto físico día a día: Lance. Ambos habían vuelto a Cuba, con la familia de este, a su hogar. Pasaron allí un tiempo hasta que ambos encontraron un trabajo que les permitiese alquilar un apartamento y gozar de intimidad. Era pequeño, estaba alejado del centro y podríamos decir que “se caía a cachos”, pero las vistas del mar desde la elevación en que se encontraba eran asombrosas. Allí, asomado desde el balcón, Keith podía comprender todo lo que Lance había añorado tanto: el mar, la brisa, la claridad en el cielo, los rayos de luz. Él nunca había sentido que pertenecía a ninguna parte. Quizá sí durante el poco tiempo que pasó con Shiro en el Garrison, pero aquello duró muy poco, y el resto, es historia.

Su pareja, afianzados sus lazos desde hacía ya tiempo, estaba perfectamente adaptado de nuevo a la vida en el Planeta azul. ¿Pensaría alguna vez en el castillo? En Allura y en Coran. En su león. ¿En las estrellas que día y noche los rodeaban? ¿A caso recordaba el vasto universo que pudieron explorar, más allá de esta capa azul que hoy los cubría? El castillo había sido el primer sitio al que pudo llamar hogar, y alejarse de él ahora era tan duro como debió ser para Lance marcharse de la Tierra. ¿Era esto lo que Lance quería? Una vida tranquila y rutinaria, alejada de naves y pilotos, de pistolas y estrellas, lejos de las nebulosas, de batallas y emoción.

 ¿Era esto lo que Lance quería? Una vida tranquila y rutinaria, alejada de naves y pilotos, de pistolas y estrellas, lejos de las nebulosas, de batallas y emoción

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_Pero… Lance. ¿Podemos hablar?
_Claro, cariño. Dime.
_Es… ¿Es esto lo que quieres? Quiero decir… ¿Este tipo de vida? Siempre tú y yo trabajando, volviendo a casa por la noche, haciendo la comida juntos y saliendo los domingos. ¿Quieres pasar así todos los días que te quedan?
_…
_Es solo que… Siento como si ya no te acordaras de todo lo que hemos pasado. Es todo tan diferente, y tú estás tan tranquilo, tan… Te has amoldado perfectamente a esta rutina.
_Amor. Claro que pienso en aquello. Cada día. Pero las cosas han cambiado. Y no, no quiero una vida monótona. Sabes que no soy así. Pero cada día contigo es una aventura, de alguna manera. Me da igual si vivimos en Cuba o en París. Me da igual si yo soy camarero o agricultor; si pilotamos bestias robóticas o si no vuelvo a ver el Sol. Keith. Lo único que sé es que quiero ir a donde tú vayas. Tú no estás atado a mí ni yo a ti, y no estamos atados a ningún lugar, pero quiero ir contigo a todas partes. A donde nos lleve la vida. ¿Eres feliz?
_… Soy feliz siempre que estoy contigo, pero sabes que me da miedo echar raíces. Y no, no quiero vivir así para siempre. Quiero hacer de todo. Contigo.
_Hagámoslo, entonces.

Le dedicó una tierna sonrisa. Keith se dio cuenta de algo: en el fondo, dónde vivir le daba igual, qué hacer o qué dejar atrás. Lo único que necesitaba para sentir su hogar era a Lance a su lado. Él era su refugio. Con él todo parecía tener sentido y significado. Nunca era otro día más. Pero cada mañana que amanecía, y esto sí lo agradecía, era otro día a su lado.

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