Único

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El atardecer pintaba el cielo de París con tonos anaranjados y rosados, mientras dos figuras se encontraban en lo alto de un tejado, bajo la luz dorada que bañaba la ciudad del amor. Ladybug, con su traje rojo y negro, se encontraba frente a su compañero, Chat Noir. La tensión en el aire era increible, pero había llegado el momento que ambos temían y ansiaban a la vez.

"¡Eras tú todo este tiempo!" exclamó Chat Noir, sus ojos verdes brillando con incredulidad y asombro. La verdad, que Ladybug le había revelado, resonaba en su mente como un eco que no podía ignorar. La chica que había estado a su lado en tantas batallas, la que siempre había admirado, era la misma persona que ocupaba sus pensamientos y su corazón cuando no estaba tras la máscara.

"Lo siento si te decepcioné..." dijo la joven de cabello azabache, con la voz quebrada y las lágrimas amenazando con desbordarse. Había temido este momento más que cualquier otro. ¿Y si no era lo que él esperaba? ¿Y si la realidad no estaba a la altura del ideal que él había creado?

Pero las palabras de Chat Noir la sorprendieron y la envolvieron en una cálida sensación de alivio. "¿Bromeas? Te amo más que a mi propia vida", declaró él con una sonrisa dulce antes de inclinarse para besar suavemente su frente. Era un gesto protector, lleno de cariño, que la hizo sentir que todo estaría bien, que no importaba lo que ocurriera, él siempre estaría a su lado.

Ladybug suspiró, intentando contener las lágrimas que aún amenazaban con escapar. "Creo que es mi turno...", murmuró Chat Noir, aunque un matiz de tristeza cruzó su rostro.

"Tranquilo", lo interrumpió ella, tomando su mano con firmeza. "Yo nunca me decepcionaría de quien está detrás de esa máscara", aseguró, sincera. No importaba quién fuera, ya lo amaba por lo que era y por lo que siempre había mostrado ser.

Una luz verde apareció entonces en uno de los tejados cercanos, captando la atención de ambos. Plagg, el kwami de Chat Noir, salió del anillo y, con una sonrisa traviesa pero emocionada, voló directo hacia Tikki, el kwami de Ladybug. Ambos pequeños seres se fundieron en un abrazo que reflejaba la amistad y el cariño que también compartían sus portadores.

"¡Ad-Adri-Adrien! ¡Eras tú!", susurró Marinette, sintiendo que el mundo se detenía a su alrededor. Todo el tiempo, su compañero había estado tan cerca, y ella no lo había notado. "Oh, por Dios, fuiste tú todo este tiempo... ¿Cómo pude ser tan ciega?" pensó, luchando contra el torrente de emociones que la abrumaba.

Adrien, viendo la expresión en el rostro de Marinette, sintió una punzada de culpa. "Lo siento si te decepcioné...", dijo, bajando la mirada, temeroso de lo que ella pudiera pensar ahora.

"Claro que no", respondió Marinette con firmeza, tomando su rostro entre sus manos. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, todas las dudas y miedos se desvanecieron. Se acercaron lentamente, y sus labios se encontraron en un beso suave, lleno de promesas no dichas, pero sentidas profundamente.

Ese día marcó el inicio de algo nuevo entre ellos. Su amor, que había sido sembrado en medio del caos y las batallas, floreció con más fuerza que nunca. Después de ese día, Adrien, con el corazón latiendo desbocado, le pidió a Marinette que fuera su novia, y ella, con una sonrisa que iluminó su rostro, aceptó sin dudarlo. Los dos jóvenes, ahora más enamorados que nunca, estaban listos para enfrentar lo que el destino les tuviera preparado.

...

Los días pasaron y la relación entre Marinette y Adrien se fortaleció con cada nuevo anochecer. Una tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios parisinos, Adrien llamó a Marinette por teléfono. 

"Marinette, vamos al cine", propuso, su voz cargada de entusiasmo.

"Está bien, ¿a qué hora?", preguntó ella, anticipando una noche divertida.

Promesas Rotas (Marichat) (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora