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Justin estaba limpiando su piso, tirando a la basura todos los envases de comida para llevar, cajas de pizza y números atrasados de revistas de informática. En su amplio salón tenía un completísimo aparato para mantenerse en forma —cubierto de polvo, claro—, un fabuloso conjunto de televisor, vídeo, DVD, aparato de música, y todo lo último en materia de entretenimiento, media docena de ordenadores y un pequeño sofá. Cuando fuera a buscar su nuevo ordenador portátil, se desprendería de unos cuantos de los otros. Sonó el teléfono, y miró el reloj, pero no tenía nada en la muñeca. ¿Serían ya las siete? Fue hasta uno de los ordenadores. Eran las siete y veinte. Depositó unas cajas en el armario del recibidor y fue hasta el sofá, donde recogió las revistas que había allí y luego las tiró al interior del armario. Después se miró en el espejo que había en el interior de la puerta del piso y la abrió.

________ entró, miró alrededor e hizo un gesto de desaprobación.

—¿Vives aquí o este es tu quirófano? Lo menos que podrías hacer es escuchar música, y no esa estación que emite todo el día las cotizaciones de la bolsa. ¿Han bajado tus acciones o algo por el estilo?

—Ni siquiera me di cuenta de que la radio estaba encendida —dijo Justin—. ¿Qué pasa? —preguntó, esforzándose infructuosamente porque su voz no sonara quejosa.

—No tengo tiempo de comenzar la lista por el principio —dijo ________—, pero no importa. Regla número tres: nunca les enseñes tu casa.

Justin cogió su agenda electrónica y comenzó a introducir la sabiduría de ________. Ya tenía anotadas las instrucciones que la joven le había dado el día antes.

—¡Deja eso! —le ordenó ________.

—Solo estaba tomando unas notas —protestó.

Ella le quitó la agenda y la dejó sobre la mesa de aluminio.

—No las necesitarás.

Se quitó la chaqueta y se la dio. Justin iba a colgarla en el armario cuando se acordó de las cajas de pizza, y tras pensárselo mejor, la dobló y la dejó en el respaldo del sofá. ________ dejó su bolso, fue hasta la ventana y se volvió para mirar a Justin.

—Sigamos entonces con la regla número tres: nunca les enseñes tu casa. No tienes que traer aquí a ninguna chica. Lo arruinarías todo.

—Aquí no viene ninguna chica —reconoció Justin. Y era una pena, porque la vista era espectacular—. Ni siquiera mi madre.

De todas formas, él no pasaba mucho tiempo en casa, porque siempre estaba trabajando.

—Y otra cosa, tú tampoco vas a la casa de ellas. Sigue mis reglas y triunfarás. Eres muy buena persona, y un genio en tu profesión. Y te mereces una mujer maravillosa.

—Ya la tengo, pero contigo no me acuesto.

—Muy bien. Pues ahora podrás tenerlo todo —replicó ________, y tras una pausa continuó—: Es curioso, triunfas en tu trabajo y te las arreglas muy mal con tu vida privada. Yo, en cambio, no consigo salir adelante en mi trabajo.

—¿Y tu vida sentimental va muy bien? Lo siento, ________, pero creo que tanto tu carrera como tu novio necesitan un fuerte estímulo.

________ le lanzó una mirada asesina. Justin se encogió de hombros y se dirigió a la nevera.

—¿Quieres tomar algo? Tengo zumo de grosella y de pina. Son muy buenos para las vías urinarias. Creo que también tengo…

—¡Espera! —________ se levantó del sofá y se acercó a él—. Regla número cuatro: nunca les ofrezcas nada. Tienes que hacer que ellas te lo ofrezcan a ti. Esa es la clave de todo. Y jamás, jamás digas «vías urinarias», a menos que seas veterinario, ginecólogo o fanático religioso. —Lo cogió por las solapas de la chaqueta. Por un instante (breve, muy breve) Justin pensó que iba a besarlo. O a darle un cabezazo—. Ellas van a pedirte que les hagas el amor.

Chico malo busca chicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora