________ estaba sentada a la mesa frente a Justin y lo miraba de la misma manera que un pintor mira el lienzo en blanco. Bien, pensó, en verdad sería más fácil si él fuera un lienzo en blanco. El joven iba mucho mejor vestido —una camiseta negra de Armani, la chaqueta de piel de segunda mano, y Levis 501—, pero el conjunto seguía sin funcionar. El corte de pelo estilo oficinista, las gafas, y hasta su postura eran las de un tío aburrido. ________ sabía la comida que él iba a pedir y hasta los gestos con que la comería. Y eso, definitivamente, no era sexy. Quizá Ryan tenga razón, pensó la joven. Nunca ganaré la apuesta y esta historia ni siquiera me servirá para escribir un buen artículo.
Pero ella nunca retrocedía ante un desafío. No había sido fácil hacer su master en periodismo, ni tampoco conseguir trabajo en el Seattle Times.
—Muy bien, los hombres que salen con chicas van a menudo a restaurantes —le dijo a Justin—, de manera que tienes que estar preparado.
—Lo estoy, tengo mi tarjeta American Express.
—No, no. Quiero decir que tienes que saber… lo que hay que hacer. Las mujeres se fijan en todo. Debes prestar atención a lo que pides para comer —dijo ________, y escribió algo en un bloc de notas.
—¿Qué quieres decir?
________ suspiró una vez más, y luego, muy seria, comenzó a explicárselo.
—No pidas nunca más huevos escalfados o ensalada de maíz. Los huevos escalfados no son sexy.
—Mira, la verdad es que ni siquiera me gustan —reconoció Justin—. Pero me encanta cuando Molly grita «¡Adán y Eva para uno!». Suena muy romántico.
—Solo a ti. Los huevos escalfados son para inválidos o para niños, no para hombres.
Justin miró el techo, como si alguien hubiera escrito allí que estaba permitido comer lo que a uno se le antojara. Exasperado, le preguntó a ________:
—¿Y qué tiene de malo la ensalada de maíz? No me como el pollo, pero la ensalada me gusta.
—Pero te gustará más que quieran volver a salir contigo, ¿verdad? —murmuró ella, inclinándose sobre la mesa.
—En eso tienes razón —coincidió él.
________ sonrió. Su amigo estaba muy motivado y era respetuoso. Puede que con una fuerte dosis del palo de su desaprobación, y la zanahoria del sexo, consiguiera que dejara de ser un burro.
—Hay algo que tienes que meterte en la cabeza: para las mujeres es muy importante lo que ven que comes, sobre todo al principio, cuando aún no te tienen calado. Comer es como el sexo: Tienes que dar al mismo tiempo sensación de fuerza y de control. De espontaneidad, pero con cierto refinamiento. —Él la miraba fijamente; todo aquello sonaba bien, pero lo aturdía. ________ hizo una pausa. Ella estaba tan impresionada consigo misma como Justin, y anotó casi todo lo que se le había ocurrido en su bloc de notas. Pero después recordó con quién tenía que vérselas y le dijo con expresión horrorizada—: Y por el amor de Dios, no les digas que eres vegano.
—No soy vegano, te lo he dicho mil veces —protestó Justin—. Los veganos no comen productos lácteos ni huevos. Yo solo soy vegetariano.
—Es lo mismo. No lo digas. Y no les expliques la diferencia. Recuerda, tú no eres un maestro, eres una máquina sexual —le dijo, y con un gesto de admiración ante su propia inteligencia escribió «Maestro no. Máquina sexual sí» en su bloc.
—¿Y qué pide una máquina sexual en un restaurante? ¿Carne cruda?
Molly, que estaba sentada cenando en una mesa en la parte de atrás, pero sin dejar de vigilar la sala con el rabillo del ojo, los vio y se acercó. ________ se preparó para las habituales muestras de hostilidad.