En Seattle, después de medianoche, la temperatura era suave. Había mucha humedad, pero el aire era tibio y acariciador. Era la hora en que uno cedía a la fatiga, o la vencía, volvía a animarse y seguía la juerga. Pero el trabajo del día siguiente despuntaba, amenazante, en el horizonte.
—Vamos, date prisa —dijo ________.
—Ve tú más rápido —replicó Justin.
Se le veía muy mejorado a la luz de las grandes ventanas del Java, The Hut. ________ se sentía orgullosa de su trabajo. Si uno se tomaba literalmente lo que decía la Biblia, a Dios le había llevado seis días crear el mundo. Y seguro que era un hombre, porque mira lo que una mujer podía hacer en pocas horas: Justin estaba de pie en la acera húmeda, los brazos separados del cuerpo. Puede que su postura todavía fuera la de un *******, pero su pinta ya no lo era. ________ sabía que Justin medía un metro ochenta —y probablemente era el único hombre en Estados Unidos que no mentía diciendo que medía un metro ochenta y cinco—, y ahora parecía un tío realmente alto. Los téjanos, la camiseta ajustada, y el largo de la chaqueta, hacían que lo miraras como si fuera una elevada columna oscura. Lo único horizontal era la línea de los hombros. A Dios gracias, tenía buenos hombros. Y las hombreras de la chaqueta hacían que parecieran aún mejores.
El problema era la cabeza. No porque Justin fuera feo, pero el corte de pelo, las gafas y la manera en que la adelantaba, como si quisiera que su rostro llegara antes que el resto del cuerpo, arruinaban su obra. Justin no solo necesitaba pantalones insinuantes, sino también otro corte de pelo. Bueno, Roma no fue construida en un día, se dijo ________, le dio un poco más de crédito a Dios, y decidió concederse ella misma un poco más de tiempo. Justin, claro, no tenía idea de que ella lo estaba admirando. También tendría que cambiar eso. Parecía que su radar no funcionaba. ¿Pensaría que mientras lo miraba ella estaría meditando? ¿O repasando la receta para una tarta?
—Me voy a casa —anunció él.
—No, no —dijo ________, alzando un poco la voz—. Solo una cosa más.
Justin negó con la cabeza.
—________, aprecio lo que has hecho por mí y realmente te lo agradezco, pero me parece que esta noche ya no soporto más críticas.
—No temas —rió ella—. Iremos a dar un paseo y te daré deberes para que hagas en casa.
—¿Todavía más? —protestó Justin, y su voz pareció a punto de quebrarse—. ________, me he marchado del trabajo antes de las siete, y creo que es la primera vez que lo hago desde que estoy en Micro/ Con. Para ellos, marcharse a esa hora es trabajar solo media jornada. Además, yo siempre trabajo unas dos horas más en mi casa, algo que hoy no he hecho. Pero el trabajo me espera. Hace unos días tú y todas las vendedoras de Seattle os reísteis muy amablemente de mis zapatos, mi pelo, mis gafas y mi ropa interior. He gastado más dinero en tres horas que en los últimos tres años, y eso contando la compra de mi apartamento. Y ahora… —En su voz había un temblor que ________ no acertaba a descifrar. Podía ser verdadero cansancio, irritación, o una escena muy bien interpretada—. Y ahora… me dices que tengo que hacer deberes.
Ella, sin responderle, comenzó a caminar por la acera. Imaginó que él la alcanzaría antes de que llegara a la esquina. Y efectivamente, tan seguro como que todos los años hay que pagar a Hacienda, allí estaba Justin. Muy diferente de Ryan, por cierto, que siempre estaba buscando la oportunidad para irse por su lado y que probablemente no estaría en casa cuando ella lo llamara. En efecto, pensó ________ mientras Justin, con cara de enfado, caminaba junto a ella, lo único seguro de Ryan es que con él jamás se podía estar seguro de nada.
Y de repente se sintió llena de afecto por Justin y por su manera de ser, por la devoción perruna que sentía hacia ella. Lo cogió del brazo, le dio un afectuoso apretón y caminaron unos minutos en silencio.