Capítulo 11.1: Reproches

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¡Qué delicia es volver a escucharla reír de una manera tan fresca y genuina! Siento tanta ternura. Nos divertimos como adolescentes bailando con los hologramas y viendo las repercusiones de la pelea. No sé si que se fuera a bañar mientras yo estaba ahí, fue una insinuación o no, pero no pude resistirme. Me colé en el baño y la estoy convenciendo despacito, diciéndole las cosas sensuales que me provoca y las que me gustaría hacerle, al oído. Ya es una mujer, y es hermosa por demás, y sin embargo se siente insegura. Es en estos momentos en que me da la sensación de que aún somos chicos y que nunca se rompió el lazo tan fuerte que nos unía.

Quiero mostrarle lo mucho que me gusta y se lo pido una vez más.

Me sorprende con un beso anhelante. Pierdo los estribos y lo único que pienso es en satisfacerla hasta desmayarla de placer.

Terminamos en el piso de la ducha penetrándola mientras corre el agua por nuestros cuerpos.

La deseo tanto que no quiero acabar. La abrazo como si quisieran quitármela. Como si una fuerza centrífuga estuviera a punto de arrancarla de mis brazos. Como si pudiera quedar adherida a mí, me hundo profundo en ella.

No quiero que se aleje más. No quiero seguirme mintiendo y tratarla como si no me importara. No quiero simular esta agonía que tiene mi cuerpo por ella. No quiero seguir teniendo sexo solamente.

La abrazo, la abrazo. La quiero dentro de mi ser.

—Cane, no quiero tener más sexo con vos —confieso.

No escucho su respuesta pero sé que no me tomó en serio.

La miro y mis ojos arden.

—Quiero hacerte el amor.

No sé qué piensa. Ni yo sé lo que pienso. No sé si pienso siquiera. Sólo quiero que me crea.

La beso porque tengo miedo de su respuesta. Me pego a su pecho y acaricio su espalda porque quiero que sienta hablar a mi piel.

La penetro fuerte porque no me responde. Mis labios pegados a su cuello.

No lo soporto más. Los espasmos que transportan mi simiente la llenan y la aprisiono una vez más contra mi cuerpo. Ella gime y me fuerza a otro espasmo de placer.

Mis emociones están a flor de piel. Me siento una fiera salvaje que se debe contener. Es como si quisiera penetrar dentro de toda su piel hasta que seamos uno.

¡Por Dios! Me siento un pendejo celoso. No quiero que nadie más la tenga. Se me erizan los vellos del cuerpo de sólo pensar en otros hombres viéndola así, acariciándola, besándola. La quiero sólo para mí.

Le digo lo que siento sin pensar en nada más que en lo que me pasa en éste momento hasta que...

—¡Basta!

Se levanta, se envuelve en un toallón y sale de la ducha. Me toma por sorpresa.

—Cane...

Me incorporo y la sigo colocándome una toalla alrededor de la cintura.

—¿Cómo podés decir esas cosas como si estos últimos ocho años no hubieran ocurrido?

Me descoloca. Le expreso lo vulnerable que estoy y ¿es ella la que se enoja? Me siento un tonto.

—Te dije lo que siento, pero ahora recuerdo que solés sentirte presionada cuando...

—Sos puro verso.

—¿Cómo podés...?

—Entonces es tu ego machista que no puede compartir a "su hembra" como dijiste.

Confusiones virtualesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora