Capítulo 28: La verdad que ha sido revelada

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  De entre todas las personas que habría esperado encontrarse, Reese era la opción que menos le atraía. Es cierto que llevaba mucho tiempo sin ver a su hermano mayor, pero la idea no le gustaba en absoluto. Arrastró los pies en dirección contraria a él cuando vio que este comenzó a acercarse con los brazos extendidos, pretendiendo darle un abrazo. ¿Cuándo fue la última vez que su hermano le regaló una muestra de afecto? ¿Desde que eran niños? Era lo más probable. Cuando eran pequeños si que se llevaban bien, llegaron a ser uña y carne, el único consuelo que tenían.

-¡Dan! -La sonrisa que se dibujó en su cara casi le dio toda la vuelta a la cabeza, si no fuera por las dos orejas que se lo impidieron, lo habría hecho.- ¡No me puedo creer que estés aquí, hermanito! ¡Hacía años que no nos veíamos! ¿Por qué en todos estos años, no has respondido ni una sola vez a mis llamadas? Sé lo que estás pensando, te conozco bien. ¿No vas a darme un abrazo?

-No, creo que no...-Daniel retrocedió aún más, confuso.- Estoy bien así, gracias. ¿Qué haces en Arizona? La última vez que recibí noticias tuyas, estabas de viaje en Roma.

-¡Sabía que leías mis mensajes, aunque no me contestaras! -No reaccionaba ante la hostilidad de su hermano menor, ni si quiera parecía darse cuenta de que la situación no estaba siendo nada cómoda para él.- Ya sabes como soy, mi trabajo me obligaba a moverme de un lado a otro.

-Ser traficante no es un trabajo.- Sentenció, angustiado.

-Ya te está saliendo el alma de policía honrado. ¡Vamos, por favor! Que ya hace mucho tiempo que no me dedico a esas cosas, no seas rencoroso, hermanito.

-¿Rencoroso? ¿Sabes la de broncas que me tuve que comer por tu culpa? ¿O no recuerdas la de veces que te he tenido que detener yo? Me ponías las cosas demasiado difíciles. Todo lo relacionado contigo era difícil.- Apretó la mandíbula, no quería abrir el cajón de mierda, no quería tener que revivir todos aquellos percances que su hermano le había traído a su vida. No quería tener ningún tipo de contacto con él, pero sin embargo, allí estaba él, situado delante suya y esperando aún ese abrazo que no iba a llegar.

-Oh, entiendo...todavía me odias, es eso.- Hizo un puchero muy pronunciado, casi cómico.

-No es un buen momento para hablar de estas cosas. Acabamos de sobrevivir a un ataque zombie y es lo último que quiero hacer ahora. Sólo deseo descansar y poner a salvo a mis amigos.

-Vale, vale, tú mandas. Pero seguro que te alegrará saber que tenemos un refugio seguro a las afueras de la ciudad. ¿A qué es una pasada? Podrías traerte allí a tu gente, hay muchas más personas vivas y seguro que os viene bien tratar con gente normal después de todo. ¿Qué me dices, te hace?

Daniel sopesó la propuesta de Reese, algo en su interior quiso negar rotundamente y salir disparado de allí, sin mirar atrás. Pero al encontrarse con la mirada cansada y agotada de sus compañeros, sintió remordimientos. Sus sentimientos egoístas hacía su hermano no podían interponerse en la seguridad de los suyos. Los rostros enrojecidos por las salpicaduras de sangre y los jadeos leves lo hicieron tomar una decisión.

-¿Qué tipo de refugio es?- Quiso saber Daniel, antes de lanzarse a una piscina, una piscina vacía.

-Es una iglesia. No es demasiado grande, pero hay alimentos y espacio para todos. Hemos colocado los bancos de la parroquia en el exterior, a modo de trinchera. Y el espacio que ha quedado dentro ha sido sustituido por sacos de dormir y víveres. No estamos acostumbrados a encontrar a tantos supervivientes de golpe, normalmente uno o dos, como mucho.

-¿Cuántos sois?

-Cinco personas más y yo. Nadie está obligado a venir si no quiere, podéis ver el lugar y si no os convence, marcharos. Pero quiero que sepáis que allí hay sitio para todos, no se discrimina a nadie, ni si quiera a los tipos como él.- Señaló a Chris, que enrojeció violentamente.

-Le echaremos un vistazo, pero no te emociones. Aún no hay nada claro.- Daniel echó un último vistazo a los suyos y cuando asintieron, de acuerdo con las palabras de su hermano, accedió.- Pero eso no significa que...

-Ya, ya lo sé. Que todavía no me has perdonado, me ha quedado claro.- Reese sonrió, con algo de tristeza. Pero en seguida cambió su semblante por uno más alegre, como solía hacer cuando los problemas amenazaban con desbordar los diques que el mismo había construido en los abismos de su corazón.- Nuestra reducida sociedad ha aprendido a vivir con los brotes zombies, seguro que vosotros también. Parecéis todo unos maestros con esas armas que manejáis. Me han puesto a mi al mando, claro que yo no elegí eso. Simplemente fue por el cariño que nos tenemos y que soy el que sale del escondite para traer comida y solucionar los problemas que se nos presentan. Aunque la iglesia está bien escondida, eso no nos ha protegido de ataques de todo tipo, desde zombies hambrientos a personas desconsideradas sin miramientos.

-Nosotros también hemos sufrido numerosos ataques desde entonces.- Añadió Elliot, abriéndose paso ante los demás, para colocarse a la altura de Daniel y Reese.- Hemos tenido que pasar por cosas horribles y es vitalizante encontrar personas hospitalarias de vez en cuando. Casi todas a las que hemos conocido han muerto, por desgracia.

-Pues si hubieseis visto como la ciudad se llenó de muertos...-Hizo un gesto con las manos, para acentuar el terror que sentía en esos momentos, recordando lo ocurrido.- Lo habríais flipado en colores, como me pasó a mi. ¿Sabes, Daniel? Yo estaba en el calabozo cuando eso pasó.

-No me sorprende...-Masculló, molesto por la actitud de su hermano.

-Un trabajito que salió mal.- Se encogió de hombros, con una mueca infantil y divertida.- Pero joder, todos los que estaban allí retenidos caían como moscas, yo por poco no salgo vivo de aquello. Era una auténtica marea de muertos, sembraban el terror por donde quiera que pasaban, era un verdadero caos. El policía que estaba vigilándonos, no nos dejó salir hasta que vio que la cosa se puso chunga de verdad, porque pensó que se trataba de una broma pesada. ¡Un ataque zombie, por favor! ¿Quién se podría imaginar algo así?

-Pues ocurrió y es muy real.- Dijo tajante, esperando acallar la conversación atropellada de su hermano, pero no fue así, el parecía querer hablando, animado, mientras los dirigía al coche. Era evidente que no podrían ir todos en un viaje.

-Lo sé, tío, lo sé. Pero seguro que cuando ocurrió, tu tampoco te lo querías creer. Es decir, joder...los muertos no mueren, se levantan. ¡Cuántas veces habré visto yo películas sobre eso! Es que es de alucine. Nos han invadido hasta el punto de hacernos parecer la raza invasora, ¿no habéis tenido nunca esa sensación? Es decir, parecemos guiris en un mundo que no es el nuestro, al menos yo me siento así.

-Sí, a veces me siento así.- Corroboró Bruce, entrando también en la conversación.- Pero por eso estamos vivos aún, por eso estamos resistiendo. Queremos que el mundo vuelva a ser lo que era antes, un sitio seguro.

-Bueno, eso de seguro...-Daniel volteó los ojos, mirando a su hermano de reojo.- Que antes de todo esto también teníamos mucho trabajo con los delincuentes y los gilipollas que no sabían acatar las órdenes del país. Aunque Arizona ha cambiado mucho desde la última vez que la vi, cuando me gradué.

-¿Has estado aquí? ¿Y por qué no me lo dijiste?

-Tú no pillas el concepto de no hablar a tu hermano. ¿Verdad? No me iba a poner a contarte todas las cosas que hacía, si ni quiera te dignaste a aparecer por mi graduación. Estuvieron todos menos tú.

-Oh, vamos...seguramente tendría algo que hacer, no me reproches eso también. Que bastantes cosas hay ya.

-No te lo reprocho, que te pasases todo el día colocado hasta las cejas es asunto tuyo, no mío.- Avanzó más rápidamente, casi dando zancadas.- Vayámonos de aquí ya, antes de que esas criaturas sin inteligencia se den cuenta de nuevo de que seguimos aquí. Ya hemos tenido suficiente por hoy.

-Sois un montón, haré un viaje con algunos y después volveré a por los demás. Subid los que quepáis.- Anunció, cambiando de tema al ver que no había conseguido nada de nada.

Daniel decidió quedarse para el segundo viaje, así tendría más tiempo de pensar y calcular lo que pasaría a continuación. Elliot también se había quedado con él, había visto que no estaba del todo cómodo con la situación y decidió mostrarle su apoyo de la mejor forma que sabía. El rostro del hombre se había suavizado mucho al ver marchar el coche, mirando como se alejaban y su pecho subía y baja de manera tranquila, sin incidentes. Necesitaba dormir, era evidente. Pero había algo más, algo que Daniel no le había contado a nadie en el mundo y que tenía que ver con su hermano mayor.

-Elliot, te podías haber ido en el primer viaje, tienes un aspecto realmente cansado.

-Estoy bien, no te preocupes.- La sonrisa del chico lo hizo sonreír también. Ese chico había cambiado mucho en el poco tiempo que llevaba con él. Cuando lo conoció le pareció un simple adolescente curioso, impertinente y algo infantil. Bueno, quizá demasiado. Pero ahora...hasta su mirada era diferente, más dura y veterana. Sabía manejar un arma casi a la perfección, a pesar del pavor que parecía tenerles. No lo había tomado por un muchacho violento, pero se las ingeniaba bastante bien cuando se daba el caso. Ya no era un llorica, ni débil. Y estaba agradecido de que el final se hubiese quedado para hacerle compañía. La idea de encontrarse a personas nuevas también le hacía ilusión, le daba ánimos y sobre todo, le daba esperanzas. Las esperanzas que creía haber perdido hace mucho tiempo.

-Quiero que esto salga bien.- Dijo, mientras miraba como el cabello rubio de Elliot se mecía por la suave brisa.

-Va a salir bien, Dan...-Su mirada se cruzó con la suya y se quedaron un buen rato mirándose, cada uno sumido en la preciosa mirada del otro.- Nos has sacado siempre de todos los problemas, eres el mejor.

No supo porqué, pero el comentario de Elliot lo hizo revolverse al completo, de los pies a la cabeza. Temió que sus mejillas se hubiesen ruborizado, pero pensó que debían tener un aspecto tan lamentable que ni se notaría. La tranquilidad ahora reinaba en el ambiente, a pesar de la feroz batalla que se había librado allí minutos antes. Habían ganado, pero no quería asumir aquello como una victoria, porque habían perdido a uno de los suyos, era lo que más le hería. Los compañeros restantes que esperaban al segundo viaje, se habían sentado en el suelo, expectantes. Relajados, pero sin bajar la guardia.

-No te quiero hacer sentir incómodo, Dan...-Se removió nervioso y se sentó a su lado, con toda la delicadeza de la que fue capaz.- Pero he notado que no te ha hecho mucha ilusión el reencuentro con tu hermano.

-No te equivocas, es la última persona a la que pensaba ver. Incluso daba por hecho de que ya estaría muerto.- Al ver la expresión de horror en los ojos verdes del contrario, se obligó a sonreír.- Sé que suena cruel y que quizá esté siendo injusto. Pero es lo que debo hacer...

-Oh, no...yo..no quise decir eso. Pero tenéis una mala relación, sólo quería saber si te encontrabas bien, no pareces estarlo.

-No, lo cierto es que no. Pero no puedo dejar que eso me nuble el juicio. Es decir...necesitamos un refugio. Él lo tiene y también sabe como moverse por la ciudad, nosotros no conocemos nada de esto y podríamos meternos en más problemas sin quererlo. Con no entrar en su juego infantil estaré bien, así que no te preocupes.

-¿Te hizo algo malo?

-La pregunta está mal formulada. ¿A quién no le ha hecho daño? Está mejor.- Apretó los puños, agarrando un puñado de arena, moviéndola entre sus dedos.

-¿Me lo contarás?

-Puede que sí, pero no ahora. Quizá en cuanto descansemos, pero te advierto que es una historia larga y deprimente.

-Da igual, me gustan las historias.- Sonrió, poniendo su mano sobre la del hombre. Cuando se dio cuenta de lo que hizo, se temió lo peor. Pero al ver que no la apartó, respiró tranquilo.

-Pues ya sacaré un momento para hablar de ello, pero no te esperes gran cosa tampoco.- Alzó la cabeza al escuchar el motor de nuevo, no habían tardado demasiado, lo cual le indicó que el refugio no debía de estar demasiado lejos. Casi que lo prefirió así, así no te tendría que aguantar a su hermano más tiempo del debido.

-Ya están aquí.- Comentó Chris, levantándose también. El no necesitaba descansar nunca, pero se guiaba por inercia y se sentaba cuando los demás lo hacían. Quizá para parecer un poco más normal y humano.

Fue entonces cuando comenzaron a escuchar alaridos, provenientes del otro extremo de la calle. Más zombies ajetreados que habían escuchado el jaleo y que cada vez estaban más cerca. Daniel se levantó al ver al primero que se acercaba, iban bastante más rápido que los que se acaban de encontrar, y sintió que todas sus alarmas internas se ponían a funcionar a la vez. No tuvieron que hacer nada, porque el coche de Reese impactó de lleno contra el caminante, haciendo que un brazo completamente ensangrentado comenzara a rodar por el suelo, como si de una peonza se tratara. Vinieron más gritos y gruñidos salvajes, algunos de ellos hasta vomitaban una sustancia negra, seguramente sangre. Volvían a encontrarse en medio de una feroz estampida.

-¡Aquí está vuestro salvador! -Exclamó Reese, sacando su brazo izquierdo por la ventanilla. A Daniel le recordó a un vaquero, montando a un cabello enloquecido. El coche le pasó por encima a uno de los seres, que andaba a cuatro patas, agarrando algún trozo de su víctima con los dientes afilados, comiéndoselo como si no hubiese comido nunca, devorando también el hueso. Algunos de los muertos miraban la escena como en trance, en un profundo estado de ignorancia. Reese consiguió deshacerse de ellos, apartándolos del camino, enviándolos de nuevo al infierno de donde se habían escapado.

Daniel disparó a uno que se había adelantado, aunque se trataba de una criatura lenta y escasa de reflejos, pero cayó al suelo de golpe, seco, como si se tratase de un muñeco roto. Divisó a un grupo de bestias, pero aún tardarían en llegar hasta donde ellos se encontraban, aún así, prefirió no bajar el arma, nunca se sabe.

Reese derrapó en la arena, levantando nubes de polvo que enrarecieron el ambiente de inmediato. Los zombies, llamados por el ruido del motor, continuaban avanzando, con su típico caminar errante. Abrió las puertas con las llaves de contacto e hizo un movimiento de muñeca para que el resto del grupo pudiese subir sin perder tiempo.

-¿Estáis todos? -Giró la cabeza, para mirar los rostros, uno a uno. Cuando se cruzó con la mirada de Chris, sonrió amablemente.- Sí, parece que estáis todos bien. Aunque madre mía, llego a tardar un poco más en venir y se os echan encima otra vez.

-Ha faltado poco.- Suspiró Elliot, apoyando la cabeza en la ventana del vehículo, que estaba salpicada por numerosos lados de sangre fresca. Al darse cuenta, se separó un poco, asqueado.- Gracias por arriesgarte a venir de nuevo a por nosotros.

-Eh, yo os dije que vendría. Ahora soy un tipo legal y cumplo con todas mis promesas.-Daniel entornó los ojos al escuchar las palabras de su hermano, con un gesto decaído. Tenía muchas ganas de salir de allí, así que se relajó en el asiento de cuero y cerró los ojos. Reese sonrió un poco y condujo hasta el escondite, sin decir nada más.

Elliot pensó en su familia, recordándolos con cariño. También echaba de menos su casa, que aunque no fuese demasiado grande, estaba adornada de una manera tan acogedora que incitaba a no querer salir de allí nunca. Echaba de menos demasiadas cosas. Cuando volvió en sí, después de haber estado cavilando en sus pensamientos, se dio cuenta de que el coche ya estaba frenando.

-Bien, ya hemos llegado.- Abrió la puerta con energía, saltando al exterior.

La iglesia estaba protegida con unos gruesos muros, construidos por ellos mismos, posiblemente. Y bancos a modo de trinchera por todas partes, por si sufrían algún ataque, tener más puntos a su favor y poder defenderse. El edificio daba una sensación de seguridad tan fuerte, que jamás se habían sentido tan aliviados de llegar a un sitio. Había un pequeño huerto en una de las esquinas, con unos jugosos tomates asomando por las hojas.

-V-vaya...que sitio tan bonito...-Susurró Elliot, paseando la vista por todas partes, con los ojos como platos y la boca muy abierta.- ¿Vosotros lo habéis convertido en esto?

-Así es, mucho esfuerzo y constancia.- Reese parecía orgulloso, al ver que por fin alguien alababa su costoso trabajo. Había invertido muchísimas horas en hacer de aquella iglesia un refugio seguro.- Tenemos una despensa, mirad, os la enseñaré.

La despensa, como él la había llamado, era la sala del confesionario, con bastantes años de antigüedad, debía de ser una de las iglesias más viejas de la zona. Pero lo que más les llamó la atención a todos, fueron las numerosas latas de conservas que estaban amontonadas contra la pared, pulcramente ordenadas. No había mucha variedad, pero eran los alimentos que más fácilmente podían encontrar en aquella situación de crisis, ya que los demás se habían agotado en seguida, nada más que apareció el brote. Estaban llenas de conservantes y productos extraños, sí, pero las latas eran los alimentos que tenían la más larga caducidad.

-Nunca había visto tanta comida junta...-Exclamó Bruce, sin dar crédito a lo que sus ojos veían.- ¿De dónde habéis sacado todo esto?

-¿De verdad queréis saberlo? -Sonrió, con misterio. Pero después su sonrisa se volvió más triste, con un matiz de nostalgia.- Bueno, tuvimos que apropiarnos de uno de esos camiones de carga. Estaba repleto de latas como estas y la verdad es que nos han venido muy bien. Sé que robar no está mal, pero si es para proteger a los tuyos...la cosa ya cambia, ¿no es así?

Salió de la sala, cerrándola con llave y se dispuso a enseñarles el resto de la iglesia, que ahora se había convertido en su hogar. También los presentó al resto de supervivientes que vivían con él. Nathan, un pequeño niño de ojos castaños y pelo rubio, que no había dejado de mirarlos con curiosidad desde que entraron. Llevaba un viejo peto vaquero, con numerosas manchas oscuras visibles por todas partes. Las zapatillas rojas que llevaba resaltaban con fuerza. Norah, una hermosa adolescente de cabellos rubios y ojos como el mar, que parecían estar juzgándolos en todo momento. Su chaqueta de cuero marrón había tenido tiempos mejores. Arthur, un anciano tan arrugado y extremadamente delgado que se preguntaron como había conseguido sobrevivir durante tanto tiempo, aunque los recibió a todos con una sonrisa honrada y amable. Sam, un chico muy alto y musculoso, atractivo y con una melena oscura sobre los ojos. Llevaba una camisa de cuadros roja y unos guantes grasientos. Y Audrie, una mujer rubia, con el rostro endurecido, que se había apoyado en la pared para inspeccionarlos con atención, quizá algo desconfiaba y fría, con la mirada distante.

-Tranquilos, reaccionan así porque ya han pasado por muchas cosas y no se fían. Pero os digo de corazón que son unas personas estupendas.- Reese rodeó la cintura de Audrie con sus manos y le dio un tierno beso en los labios.- Son los amigos de mi hermano Daniel, amor. Ese del que tanto te he hablado. Así que no debéis preocuparos, ya he podido comprobar que son personas de fiar.

-Eso espero...-Sentenció ella, mostrando sólo su lado dulce a Reese, al único hombre que había conseguido amar, después del desastroso matrimonio del que apenas pudo salir ilesa en el pasado. Reese era su vida entera.- Porque no dudaré en hacer lo que tenga que hacer para que este lugar siga estando a salvo.

-Esa es mi chica.-La apremió, aún con la mano colocada en su cintura. Al separarse, paseó durante unos minutos sin rumbo fijo por la sala, hasta que Nathan reclamó su atención, con una infantil sonrisa que ablandaría el corazón de cualquiera que tuviese uno.

-¿Qué pasa, pequeñín? -Se agachó a su altura, pasándole una mano por el pelo.

-He visto un zombie viejo por la puerta trasera.- Dijo, con total claridad.- Se parecía a mi abuelo.

-¿Estás seguro de que se trataba de un monstruo? -Irguió el cuello, con tensión acumulada. Sabía perfectamente lo que el niño había visto, pero no quería creerlo. Casi todos los días se avistaban numerosos bichos por todas partes, estaban seguros allí, sí, pero era cuestión de tiempo que los monstruos se diesen cuenta y los embistiesen. Quería seguir viviendo en aquella preciosa tranquilidad que les había regalado Reese.

-¡Sí, sí! Era igual que los que habíamos visto antes, además, iba agachado, casi gateando. Pobrecito anciano, seguro que no podrá andar bien.- La mentalidad de los niños siempre era diferente y siempre miraban las cosas desde una perspectiva totalmente distinta. No temían tanto a la muerte como ellos, no le tenían ese odio a los zombies, pensaban que eran personas enfermas que necesitaban ayuda, para ellos sólo eran unos pobres vagabundos, en busca de alimentarse de la vida.- ¿Lo vamos a dejar entrar? Seguro que se alegra de vernos. ¡Vamos a llamarlo, vamos Audrie!

-No, no, tesoro, escúchame. No hagas demasiado ruido y sobretodo, no salgas bajo ningún concepto, ¿vale? Ya sabemos que tu quieres ayudar a ese pobre hombre, pero no se puede. Son personas malas que quieren comernos, debes entender eso.

-¿Pero por qué nos va a querer comer ese abuelito? Tenía una cara triste, seguro que está buscando a su familia.- Hizo un puchero, entristecido. Audrie se asomó por la puerta trasera, por donde el pequeño Nathan había asegurado ver a ese zombie. Pero al ver que el anciano pasaba de largo, arrastrando sus pies con esa cargante frialdad, sintió un gran alivio.

-Pobre desgraciado...-Susurró, más relajada.- Seguro que se ha despistado y se ha separado de su manada, normalmente suelen ir acompañados. Si hemos visto a uno, dad por seguro que habrá más, habrá que estar preparados.

-Estaremos bien.- Fue la primera vez que Norah abrió la boca desde que llegaron. Su voz era encantadora, casi angelical.- Por eso Reese ha traído consigo a esta gente. ¿No? Tienen armas y parece que saben lo que hacen. Ahora estaremos más seguros.- Sintió un fuerte escalofrío al recordar como Sam la había salvado, la primera vez que se había encontrado con uno de esos monstruos de dientes amarillentos. Gritó tanto, que se le había desencajado la mandíbula del susto. Pero lo peor era la cara del zombie, su rostro de satisfacción al tenerla acorralada, entre la espada y la pared. Recordaba a la perfección los quejidos que profería tan espantoso ser y como acercaba su pestilente boca hacia su cuello, con la intención de hincárselos sin remordimientos. No pensaba dejar que se diesen un festín con su carne. Ni con la de ella ni con la de su amado Sam.- El único zombie bueno, es el zombie muerto.- Concluyó.

-¿Soléis recibir ataques constantemente? -Quiso saber Daniel, paseando su mirada por el lugar, habituándose a las sombras que discernían por las paredes, como brazos alargados que se proponían cazarlo, cuando menos se lo esperase. Arthur se acercó a él, con paso lento y acomodado.

-Pocas veces. A veces tenemos que quedarnos callados durante largas horas, porque ven las luces y se quedan por la zona, esperando oírnos, para arramblar con todo esto. La iglesia es resistente, pero no creo que pueda resistir una estampida de las grandes, como la que tuvimos el primer día que nos instalamos. Dioses....-Se pasó la mano por la cara arrugada.- Espero que no tengamos que volver a pasar por algo así, que terror más inhóspito. ¿Vosotros también pensáis que es una plaga enviada por Dios, para castigar a la humanidad por sus numerosos pecados?

-Me temo que no, señor.- Añadió Daniel, comenzando a sentirse molesto por el matiz religioso que mucha gente quería atribuirle al asunto.- No es un tema religioso, por mucho que se empeñen en eso, es otra cosa. Es algo científico, culpa de los médicos que juegan a ser Dios y se les va de las manos. Es un virus, desarrollado en laboratorios y espero poder estar más cerca cada vez de encontrar la solución. Sé que muchos de vosotros piensa que son sectas o grupos religiosos, sé que se buscan todo tipo de respuestas a las incógnitas de esta locura....

-¿Qué sabrás tú?- Achinó los ojos, acercándose al agente, alzando uno de los dedos, encogido debido a la artrosis.- Me da mucha rabia que los jovencitos crean saberlo todo, que crean que son ellos el ojo del mundo. ¿Y si dices que es sólo una cuestión biológica....con qué sentido la crearon y porqué no hay nadie trabajando en ello? ¿Es qué nadie quiere liberar a la humanidad de estas ataduras?

-Pues...porque casi todos los científicos y médicos a los que hemos visto o conocido, han muerto. O han enloquecido.- Susurra, sintiendo de repente un escalofrío que lo recorrió completamente.

-Pues si tan seguro estás de eso, que alguien arregle el inútil fracaso de la humanidad. No se debe jugar con esas y no me gusta vivir en este nuevo modelo de mundo. ¿Es que nadie piensa que ya los viejos no estamos hechos para estos trotes? Cielos, nadie piensa en los pobres ancianos.

-Yo no...oiga, no quería decir eso.- Escudriñó el rostro del anciano, pero este ya había dejado de mirarlo. Había dirigido su atención a la ventana, mirando como el viento mecía las ramas del árbol más cercano.

-Bueno, bueno...-Reese alzó las manos, calmando las malas vibraciones.- ¿Qué tal si preparamos algo para comer y descansamos todos un poco nuestras cabecitas? Con el estómago vacío no se puede pensar, ni se debe. Ya me entendéis. ¿Alguien me ayuda? ¿Hermanito, vienes?

-Creo que es mejor que te ayude otro.- Contestó Daniel, reacio a cocinar con su hermano, al que no veía desde hace mucho y con el que no tenía ningún tipo de confianza.- Tengo cosas que pensar aún, ya sabes, yo quiero acabar con todo esto cuanto antes. Quiero poder dormir sin que me persigan las imágenes de esas incesantes pesadillas, llámame loco.

-Tampoco hace falta que me hables así...-Reese se metió en la cocina, seguido de Audrie, que lo acompañó de inmediato, agarrándole el brazo. Cuando desaparecieron por el umbral, Elliot se acercó a Daniel, dándole un toque en el hombro.

-¿Te encuentras bien? Has sido un poco brusco...-Sus ojos lo recorrían, con una gran preocupación.

-Estoy bien, es solo que...no me gusta que me trate como si no hubiese pasado nada entre nosotros, nada de nada.- Apretó los puños, con una creciente furia que sentía en su interior.

-¿Qué tal si vamos a un sitio tranquilo y me cuentas...si quieres eso que tanto te atormente? Otra cosa no sé, pero siempre me han dicho que se me da muy bien escuchar. -Acompañó lo que decía con una bonita y dulce sonrisa, que provocó que Daniel soltase poco a poco los puños, dejando caer las manos a ambos lados de su cuerpo.

-Quizá me haga bien confiar en alguien para contar esto...-Se lo pensó bien, ninguno de los presentes conocía su historia, ni si quiera su mejor amigo Bruce, sólo él y su hermano saben lo que pasó en el pasado. Sólo ellos dos. Siempre había querido que se quedase así, ser el único que cargase con aquello, pero Elliot....ese chico era diferente, siempre se sentía bien cuando estaba con él.

Se dirigió con Elliot a una de las habitaciones oscuras, para poder contar sus preocupaciones sin que nadie los molestase. Cerró la puerta, quedándose apoyado en ella, con la cabeza hacia atrás. Elliot lo miró durante unos momentos y se sentó sobre la cama, una de las camas más cómodas que había probado jamás. Dejó que Daniel se sintiese más cómodo en su presencia y esperó, esperó pacientemente.

-¿Por qué te preocupas tanto? -Arqueó las cejas, mientras formulaba la pregunta.

-Siempre he sido así de servicial, Dan. -Ladeó la cabeza, haciendo que el fino y lacio cabello rubio le cayese por la frente.- Me gusta y más si son personas que me importan, el sentimiento sale solo, supongo.- Dirigió su mirada a lo que parecía un armario de madera oscura, pero ahora era un refugio de armas, casi todo fusibles.

-En cualquier caso, te lo agradezco mucho.- Desistió y se sentó a la cama, junto al chico. Suspiró y abrió la boca un par de veces, para después volver a cerrarla, sin decir nada. Elliot dejó que se tomase su tiempo, parecía una cosa delicada.- Aunque no lo parezca, cuando éramos más jóvenes, Reese y yo nos llevábamos muy bien, casi éramos como uña y carne.- Dirigió su mirada a un punto muerto de la habitación, frotándose las manos mientras hablaba, mientras se sumía en sus recuerdos.

-Te escucho...-Lo apremió, para que continuase.

-Como ya habrás escuchado antes, Reese se pasaba los días colocado, hasta las cejas.- Tragó saliva y soltó todo el aire de golpe.- Bueno, él sabía que me gustaban los hombres, aunque nunca lo aceptó del todo. Le encantaba meterse conmigo en todo momento, siempre que encontraba una ocasión. Le hacía todo tipo de jugarretas a Daryl,mi...mi ex, que falleció al caer el brote zombie. Cuando estaba drogado, no era dueño de sus actos. Ahí dónde lo ves, es un racista y un cerrado de mente, por no decir un homófobo de un par de cojones. Cada vez que nos veía juntos, siempre conseguía hacernos sentir incómodos, incluso llegamos a discutir muchas veces por su culpa. Todo esto se remonta a una tarde de verano...- Se frotaba las manos, señal de lo que estaba contando, le dolía en lo más profundo de su corazón.- Se había ido de fiesta con unos amigos con los que salía a veces y siempre que llegaba, montaba algún número. Mi padre hacía años que murió y mi madre estaba ingresada, así que técnicamente vivíamos los dos solos, así que imagínate que cuadro. Cuando llegó, se puso a meterse conmigo, como de costumbre. Comenzó a darme golpes en la cara, sin dejar de reírse o de humillarme, preguntándome cosas como si aquel día me habían puesto el culo como la bandera de Japón o si me habían dado lo mío. Al ver que no respondía, sus golpes fueron a más, cada vez más fuertes, y más dañinos. Me agarraba del pelo y me pegaba la cabeza al sofá, gritándome todo tipo de cosas hirientes al oído, hasta que comenzó a....a.....-Se había quedado encasquillado en la frase, con la frente perlada de un sudor frío.

-Tranquilo, Dan...tranquilo....- Susurró Elliot, agarrándole las dos manos, que habían comenzado a temblar frenéticamente.- Puedes dejarlo si quieres, parece ser muy doloroso para ti...-Pero Daniel no le hizo caso, porque continuó hablando sin parar.

-Me...me decía que nunca había probado a un hombre de verdad, un hombre como él. Que nunca había conocido una buena po...bueno, ya me entiendes, no quiero ser vulgar. Pero me agarró por las piernas, abriendo mis muslos y me quitó los pantalones. Yo gritaba y le golpeaba con todas mis fuerzas. Pero él reía y reía, enloquecido. Cuando noté su erección dentro de sus pantalones, supe que no iba a acabar bien. Abusó de mi tantas veces aquella tarde...me dejó tantas marcas...- Su voz se había convertido en un susurro.- Lloré hasta que se me secaron los ojos, hasta que ya no salía ni una lágrima más. Después de eso se fue, ¿sabes? Me dejó allí sólo, ni si quiera me ayudó cuando me vio llorando de aquella manera.- Elliot tenía los ojos muy abiertos, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar. Peor se sintió cuando Daniel sollozó, ocultando su rostro.

-D-dan...oye, no debes sentirte así, estoy contigo, estoy contigo.- Le acarició la espalda, bajando por sus musculosos hombros, acabando por sus manos.- Tu hermano....es despreciable, joder. No...no lo sabía.

-No, nadie lo sabe. ¿Quién iba a pensarlo si quiera, por el comportamiento que tiene ahora? Ahora es Reese el héroe, no el Reese el violador, al que yo sólo conozco. Cree que se me ha olvidado aquello, o que he pasado página. Pero está muy equivocado, esas cosas jamás se olvidan, no para el que está en mi situación. Aquí todos creen que es un santo, por eso no quiero estar aquí. Pero tenía que poneros a salvo de alguna manera y era la opción más buena que había....

-Daniel, deja de ser siempre tú el que cuide de los demás. Estás desgastado, cansado y siempre alerta, por nosotros. Debes dejar que...alguien cuide de ti de vez en cuando. Has aceptado venir aquí por nosotros, a pesar del dolor que te está causando por dentro.

-¿Y quién va a cuidar de mi, eh? -Sonrió un poco, levantando la mirada hacia el chico.

-Tus compañeros, tus amigos...yo.- Lo dijo con determinación, apretando las manos del hombre contra las suyas.

-¿Sí, eso crees? -Acercó un poco más su cuerpo al suyo, quitándole un mechón de pelo de una de sus mejillas. No se había dado cuenta hasta ahora, de lo divino que resultaba su tacto. De lo agradable que le resultaba y de lo que lo deseaba.

-Sí, yo.- Volvió a repetir, quedándose quieto, sin mover ni un sólo músculo.

Daniel aferró la cara de Elliot con sus grandes manos, examinando su rostro con exactitud, deleitándose con la belleza del joven. Acercó sus labios a los suyos, con lentitud, como si todo aquello estuviese pasando a cámara lenta. El beso supo a pura gloria para ambos, un beso que Elliot había esperado desde el primer encuentro que tuvo con Daniel, en aquella destartalada gasolinera. Un beso que se fue acentuando cada vez más y más, hasta dejarlos a los dos sin respiración.

-Dime si quieres que pare...-Susurró Daniel, en el oído del joven, acariciando cada rincón de su piel. Se detuvo cuando introdujo sus dos manos dentro de la camiseta de Elliot, apoyándolas en su pecho.

-N-no...-Su voz era un jadeo suave.- No quiero que pares...no ahora.



-Está bien, porque no pensaba parar.- Sonrió, haciendo de aquel momento una danza de dos, un baile tribal, erótico, sudoroso, cargado de sentimientos que florecían como las flores más altas de los árboles. Ambos habían acabado bajo el azote de un poderoso hechizo que no permitía que uno se separase del otro. Elliot pensó que nadie lo había besado como Daniel, el sexo con él era espectacular, sentía como Daniel recorría su cuerpo sumido en un arrebato de pasión, pero sin ninguna prisa ni atropello. Conquistando cada centímetro de su cuerpo, haciéndolo estremecer una y otra vez. Haciendo que ninguno de los dos pensase en algo más, creando un universo paralelo y perfecto en el que sólo existían ellos.  

El último bocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora