La luz taciturna de un sol al atardecer se filtraba por las cortinas mientras Laurent observaba dormir por milésima vez al rostro tan familiar que había cuidado desde su primer día de vida.
La alarma comenzó a sonar y con ella un par de ojos color miel se abrieron como si no fuera difícil para ellos el despertarse.
- Buenos tardes – susurro al silencio
Un murmullo incomprensible fue la respuesta mientras la silueta femenina se movía con monotonía en la habitación. La rutina parecía tan marcada que se podría decir que aquel cuerpo podría realizarlo incluso con los ojos cerrados.
Mientras los minutos pasaban y los sonidos de vida invadían uno a uno el espacio del pequeño apartamento ella solo observaba como si de una película se tratara; el ruido de la regadera primero, luego la cocina y por último el arrastrar de una puerta al cerrarse detrás de su sombra.
Pronto el silencio volvió a invadir el espacio.
- Incluso cuando estás aquí pareciera que no estas – sonrió el ángel con tristeza antes de atravesar la misma puerta que antes aquella figura femenina había empujado para cerrar tras sí.
Siguió con cuidado detrás de ella mientras caminaba todo el recorrido a su trabajo.
- Dime si ahora te vas a divertir – le reclamo después de avanzar dos cuadras a su lado - eres tan irritantemente aburrida – gruño
La joven de cabellos negros no respondía a sus preguntas, y como podría, ella no había escuchado ninguno de sus pucheros antes. Nunca había si quiera sonreído por sus bromas, nunca había visto su rostro, ni siquiera estaba segura de sí reconocía su existencia.
Ella solo continuaba caminando como lo había aprendido en su infancia, solo continuaba haciendo lo que la sociedad le había enseñado sobre vivir y sobrevivir a un mundo que solo se movía por papeles, papeles pintados con un valor imaginado por alguien del pasado.
El viaje corto con paradas breves para revisar un entorno tan familiar que ya había perdido su encanto de tantas veces ser observado se volvía a repetir día tras día.
Sus pies la llevaron hasta el sexto piso de un edificio en el centro de una mundana ciudad, su lugar estaba reservado con su nombre, un escritorio, una computadora, tres monitores, unos auriculares y un paquete de comida, lo suficiente para lograr otra jornada de trabajo sin impedimentos.
Con un suspiro lento ignoro lo mejor que pudo sus sentimientos y con una calma digna de un monje comenzó a contestar las llamadas.
- Irradias frio cada vez que te sientas aquí – no era la primera vez que se lo decía, y como siempre ella solo continuaba ignorante a su presencia u opiniones – desearía que solo dejaras de hacerlo –
- 911 cuál es su emergencia – la frase de apertura de una noche más que ella dejaría pasar en el olvido recién acababa de comenzar.
Describir una escena en la que el protagonista intenta salir corriendo, o al menos su mente lo hacía, era lo más cercano a lo que los ojos podían apreciar. Una voz vacía, ojos trémulos y manos que parecían accionarse automáticamente, nada que envidiarle a un robot.
- ¿Por qué no solo sales de aquí? – volvía a cuestionar el ángel
La muchacha solo acomodo su cuello en la posición más cómoda posible y continuó con la siguiente llamada. Las voces a través del auricular eran en momentos unas más desesperantes que la otra, parecían no tener fin, así como la maldad de la humanidad.
Paso a paso se volvía a repetir el proceso designado por el sistema policial. Contestar, grabar, mantener la calma, escribir datos relevantes, contactar a las patrullas, presentar informe. Todos y cada uno de ellos variaba de acuerdo a la situación, las cuales podían estar entre el rango de llamada telefónica de broma hasta un auténtico caso de asalto, accidente u homicidio en el peor de las circunstancias, rellenando así con cada acción el espacio de ocho horas de trabajo establecido en su contrato.