La línea que separa la vida de la muerte es tan delgada como un hilo de seda que lucha contra la fuerza del viento, pronto te acostumbras a la idea de que en algún momento dejarás de respirar y vives cada día como si fuera el último de todos.
Ojalá fuera así.
Este lugar está lleno de gente que cree poder subirte el ánimo con un tarro de gelatina, personas que además de someterte a intensas sesiones de quimioterapia después derivarán tu caso a psiquiatría si dices que pronto te irás de este mundo.
Nadie te escucha y nadie habla contigo sinceramente; mantenerte viva es su prioridad y eso no significa que sanarás.
La verdad es que no recuerdo como llegue aquí.
Un día solo desperté con las manos atadas a una cama en un cuarto lleno de máquinas que se acoplaban a mi cuerpo; estaba sola, confundida y asustada de las respuestas que encontraban mis ojos en cada vistazo por la habitación. Grité durante horas en busca de ayuda e intenté zafarme del par que apresaba mis muñecas tantas veces que, cuando perdí la cuenta, mis brazos y las sábanas ya estaban teñidas de un rojo sutil.
Sin embargo, y sin importar qué, nadie entró por la puerta.
Las horas fueron pasando, luego llegaron los días y pronto se despidieron de mí al igual que las semanas y los meses. El reloj seguía marcando y con él mis ganas de vivir se perdían en el eco de una absurda sinfonía melancólica.
Ya no quedaba nada, ni un minúsculo sueño, ni la esperanza de despertar cuando el mañana llegara; era el fin de todo y estaba lista para ello.
Cerré los ojos en medio del suspiro más largo y me deje caer para siempre; sin gritos, sin lágrimas, sin culpa, sin dolor.
Esta vez el mañana llegaría y me encontraría aquí, en el mismo lugar donde todo comenzó.
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Hermanito, lo siento©
Short StoryJamás llenes de rencor tu corazón y alimentes de miedo al otro, no maltrates aquellos ojos que te ven con admiración y amor. No destruyas las alas de aquel ser que siempre esperó ansioso que le enseñes a volar como tú.