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Yoongi recuesta con cuidado el cuerpo de Jimin sobre las sábanas, y su nariz viaja lenta hasta el cuello del menor, respirando de su aroma a colonia y a sudor, que a Yoongi lo vuelve loco. La punta de su nariz se desliza, y provoca escalofríos en el cuello de Jimin, en la espalda de Jimin, en el cuerpo entero de Jimin.

Su corazón late desesperado, y no es por el alcohol. Al diablo el alcohol, porque si no estuviese aquí con él, si estuviese aquí con otra persona, no duda que su ritmo cardíaco no estaría a punto de desbocarse, incitado por todos sus sentidos puestos en la otra persona.

Yoongi besa con delicadeza el cuello del menor, como suaves mariposas dejando rastros sobre un césped liso y suave, la piel tersa de Jimin como pétalos de rosas arrancados de su centro. Y sus dedos trazan palabras sobre la piel de la cintura de Jimin, la piel de sus caderas, de sus costados, y son palabras que Jimin no llega a entender, no llega a comprender.

Yoongi y su paciencia desesperan a Jimin, que no alcanza a ver más allá de los besos esparcidos por su abdomen, su pecho desnudo, sus pezones duros, juguetes de la lengua del mayor, que los rodea con infinito descaro, como si los gemidos de Jimin no fuesen suficiente para excitarlo, como si buscase más, como si no hallase algo que hallar.

¿Y qué pasaría, si el otro supiera lo que su corazón siente?

Yoongi gime, profundo, grave, y Jimin no tarda en seguirle, las manos del mayor en las caderas del otro, bajando sus pantalones, y guiándose desesperadas a la tienda de campaña que forma la ropa interior del menor, masajeando despacio, lento, con seguridad, y Yoongi vuelve a gemir en la boca de Jimin, cuando éste levanta las caderas, y su hombría roza fuertemente con la del mayor, cubierta todavía por dos capas de ropa, pero Jimin no tiene reparo en deshacerse de ellas con la mayor rapidez posible, y Yoongi le echa la culpa al alcohol que ambos han tomado en la fiesta que todavía tiene lugar en la primera planta de la casa.

Mierda, todo es tan caliente...

Todo aumenta en temperatura cuando Jimin posa sus labios gruesos, húmedos sobre el cuello del mayor, mordiendo con suavidad, mojando la piel blanquecina, arañando con los dientes su hombro, y Yoongi tiembla, deshaciéndose en gemidos graves, ojos cerrados y respiración entrecortada.

—Ji... Min...

Yoongi tiene que apretar los dientes cerrados, algunos gruñidos agudos escapando aún de sus labios entreabiertos, y jura, jura por Dios, Park Jimin es un pecado hecho persona.

Cuando consigue control sobre sí mismo, Yoongi deduce que Jimin no quiere detenerse, por lo que le es sencillo (o no tanto, debido a la presión en sus partes bajas) quitarle la ropa interior al menor. Y ahora sí, Min Yoongi se separa un poco, y Jimin se deja caer sobre la cama, jadeando, completamente desnudo, y Yoongi no puede sino apreciar el milagro de la naturaleza frente a él, debajo de él.

Porque Park Jimin tiene la piel suave, y no hay ni una mancha que macule su preciosa tez corporal. Porque Park Jimin tiene los brazos extendidos hacia su cabeza, tapándose con un codo el rostro, como queriendo huir de la luz y de la escudriñante mirada del mayor. Porque Park Jimin tiene el pecho subiendo y bajando, agitado, y Yoongi ha provocado eso. Así que se vuelve a inclinar sobre el menor, y besa su hombro, su brazo izquierdo, bajando hasta su mano, dejando besos ligeros por toda su extremidad, y la boca de Yoongi llega hasta la punta del dedo medio de Jimin, y éste no puede evitar estar a punto de entender algo.

—Yoongi...

Jimin jadea el nombre del mayor, suave, como él mismo, y suspira, dejando entrever sus ojos que buscan a los de Yoongi, suplicantes.

Black Canvas | ymWhere stories live. Discover now