El poder de tu amor
Me llamo Erick Blander y quiero entregar en tus manos el primer escrito de mi carrera. Conocí a un gran hombre en los montes altos de Himalaya llamado Herdi Mantelus. Fui enviado por el periódico en el que trabajaba para cubrir la noticia de los hallazgos arqueológicos encontrados en ese lugar.
Teníamos un guía encargado de llevarnos al área donde fueron encontrados los restos. Se llamaba Herdi. Era enorme de estatura, pero siempre una persona muy callada. No había mejor guía en ese lugar tan frío. Herdi era conocido por su estatura y su silencio total, un silencio que a veces incomodaba a los presentes.
Como siempre, llegaba por la mañana, nos recogía en su trineo comandado por perros y nos llevaba al lugar del hallazgo. Nos esperaba alrededor de cinco horas y nos traía de vuelta al campamento y de ahí desaparecía.
Un día le pregunté a Herdi: “¿De dónde eres?”, pero sólo se volteó, me miró y golpeó la cuerda de los perros diciendo: “Arre, arre”, y los animales comenzaban a caminar. Eso me parecía misterioso y obviamente me inquietaba bastante.
Pasamos casi diez días en los hallazgos arqueológicos y ya tenía el reportaje completo, pero para ser sincero, me inquietaba más ese hombre que el reportaje.
Un día lo seguí de regreso a su casa. Guardaba distancia pues parecía tener un temperamento fuerte y su enorme estatura me daba miedo. Caminé alejado considerablemente de él y después de unos kilómetros, hielo adentro, vi una pequeña choza que tiraba humo por una chimenea.
Entró y vi por la ventana cómo tomó a un niño de unos cinco años y lo cargó en sus hombros. Lucía un hombre totalmente diferente a como era con nosotros. De ahí regresé al campamento y al día siguiente lo volví a saludar sin obtener respuesta alguna. Así fue durante siete días y cada vez que lo seguía, la imagen de un hombre tierno aparecía cuando llegaba a su casa.
Al octavo día no desistí y volví a saludarlo sin obtener respuesta, sólo que esta vez me respondió con una sonrisa. Eso era un gran avance considerando que era llamado el Hombre de Hierro. Así lo conocían en esa área. Entonces ese día lo seguí como lo había hecho durante más de una semana. Cuando llegó, volvió a cargar al mismo niño de siempre, pero esta vez salió afuera y se dirigió a la parte posterior de la choza.
Lo seguí con mucho cuidado y lo vi arrodillarse ante una tumba con una cruz congelada. Vi cómo bajaba su vista y le decía a la tumba: “Analea, hoy tu hijo dijo que te extraña, preguntó por ti. Hacía mucho que no lo hacía. Me preguntó si estás bien en el cielo y si aún te acuerdas de él, si lo cuidas desde allá. Le respondí que lo sigues amando tanto como ayer. También me dijo que desea verte pronto y abrazarte. Me comentó que se siente grande y que cuando deje de ser niño quiere ser como yo, grande y fuerte. ¿Sabes?, aquí te extrañamos mucho. Quiero que sepas que cuido de nuestro hijo como te lo prometí hace tiempo. Bueno, debo entrar a la casa, el pequeño espera. Te veré mañana como siempre. Recuerda que te amo”.
Sentí un vacío horrible. El Hombre de Hierro tenía un gran peso en sus hombros y la responsabilidad de criar a su hijo, siendo padre y madre. Regresé al campamento con lágrimas en los ojos sin poder contener el llanto de ver a ese gigante hablar con una tumba fría.
Al día siguiente cuando subí al trineo lo miré y no pude evitar sentirme triste por aquella imagen que tenía de él hincado en esa tumba, así que no dije nada. Él me miró y partimos al lugar de siempre. Cuando nos trajo de regreso uno de ellos le avisó que al día siguiente sería el último viaje, pues ya todos regresábamos a nuestras casas.
Al otro día nos subimos al trineo en lo que sería nuestro último viaje al lado de Herdi. Cuando regresamos todos nos tomamos fotos con el gigante y justo cuando iba hacia mi choza, me tomó por el brazo y me dijo: “Tu tristeza no tiene sentido, la oración cura cualquier herida. No dejes que el dolor te atrape en un rincón oscuro de donde no puedas salir. Las personas que mueren jamás se van si las llevas en el recuerdo de tu corazón. Analea dice que no estés triste, que tengas ánimo, que fue bueno conocerte cuando me seguías y te escondías para verme en mi casa, ten fuerza”. Entonces sólo pude sonreír y me fui de ahí. Por primera vez él me dirigía la palabra.
Al día siguiente el barco zarpaba y me fui a la parte de afuera mientras se alejaba. Vi a Herdi, el gigante, diciéndome adiós a lo lejos con su hijo en hombros. Sentí paz y aprendí una importante lección: “Nunca el dolor de la pérdida de alguien será más fuerte que el amor y los deseos de vivir”.
Dedicado a las personas que juzgan a los demás sin conocer su interior. Tal vez sólo estén viendo al Hombre o a la Mujer de Hierro, sin saber que dentro de ellos se encuentran las personas más tiernas del mundo. Recuerda, el poder de tu amor cambia todo, no lo olvides.
Dedicado a la memoña de Herdi Mantelos Harmakuk.
(1964 -2005)