Capítulo Treinta

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—Danna... —interrumpió alguien más, giré para ver quién nos interrumpía de nuevo cuando era obvio que ella y yo estábamos arreglando nuestros asuntos amorosos.

—Tú qué quieres con ella —espeté, Danna tomó mi muñeca para tranquilizarme y me tuvo rendido con solo ese gesto, pero no me moví de su lado, mi brazo rodeo su cintura y su cuerpo se relajó con seguridad a mi costado.

Dios, hacerla sentir segura era una experiencia tan embriagadora.

—Eso no te concierne —respondió Omar.

—Me concierne y mucho —Omar miró hacia Danna como si esperara una merecida respuesta.

—No veo por qué —murmuró él.

—¿Pueden parar por favor? —intervino Danna—, ¿qué se te ofrece? —preguntó Danna hacia Omar sin separarse de mi lado.

—Quería conversar un poco contigo, ¿es que ya no se puede?, ¿tu noviecito no te lo permite? —espetó él en respuesta.

—No, no se puede, ni se podrá, así que... si eso era todo, hasta luego —decidió la mujer a mi lado comenzando a lucir enojada, sus mejillas comenzaban a tomar un ligero tono rojo.

—¿Entonces si son novios? —preguntó con sorpresa, bien, me sorprendía como es que este tipo frente a mí y yo habíamos llegado a ser amigos antes por tanto tiempo.

Danna me miró en busca de una desesperada respuesta, ella tomó aire y estuvo a punto de negar, pero yo la tomé de la mano y asentí—, ¿cómo? —estoy seguro de que Danna quería patearme, pero lo hecho, hecho estaba.

—Como las personas normales que se atraen, así —expliqué. Omar dirigió una mirada especulativa, no parecía muy convencido, pero daba igual, el punto es que debía estar enterado.

—Danna, ojalá no te arrepientas de tus decisiones —deseó Omar—, hasta luego —se despidió comenzando a alejarse por el pasillo; Danna soltó mi mano y pasó sus pequeñas manitas por su ya despeinado cabello.

—Le acabas de decir que somos... que somos...

—Novios —completé sonriéndole.

—Sí, ¿qué rayos te sucede?, ni si quiera me caes bien como para que estés diciéndole a la gente falsos como ese —reclamó.

—Ya te lo había explicado, cuando las personas te ven conmigo, estás más segura, sobre todo de personas como ese cabrón que se acaba de ir y de idiotas como David —repetí tomándola del brazo para que dejara de caminar de un lado a otro frente a mí.

—Ese cabrón, como tú dices, tiene novia, él no es problema —espetó como si fuera obvio— y David, David está a punto de tener mi pie pateando su cara de niño acólito

—Ese cabrón —repetí— no conoce los límites Danna, entiende de una vez por todas que es mejor así

—No, no es mejor así —contradijo—, no quiero que cargues conmigo como si fuera una horrible tarea por hacer o un enorme sacrificio que estás haciendo para ser un mejor cristiano y obtener un lugar en el reino de los cielo o algo por el estilo —espetó.

—Es eso —murmuré cuando el trasfondo de sus palabras caló en mí.

—Sí, es eso

—Ya te dije que no es un sacrifico o una horrible tarea por hacer como dices tú —reiteré—, sé que lo juré por Madonna y eso para ti le resta credibilidad, pero... pero es cierto

—Entiende que, no puedo darte mi confianza Antonio, no completamente, y no me pidas eso justo ahora, porque las palabras, te repito, son sólo palabras y he visto un montón de tus actos como para poder tener fe ciega en lo que me digas —parecía triste al decir eso, pero lo decía con sinceridad.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora