Capítulo Unico

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Había pasado gran parte de la tarde parado frente al espejo con entradas y salidas continuas a su vestidor y no había quedado para nada satisfecho con el resultado de ninguno de los conjuntos que se había probado.

A pesar de ser hijo de un reconocido diseñador la variedad en su guardarropas era más bien escasa, todo se resumía a pantalones de vestir, camisas de manga larga, corbatas, chalecos y alguna prenda más pero siempre sin dejar de perder esa imagen acartonada de haber salido de un catálogo del siglo diecinueve de las Galerías Lafayette.

Su ropa era solo la adecuada acompañante a su reservada personalidad y a su trato hosco, desde lo de su madre no se había molestado en mejorar ni lo uno ni lo otro. El haber permanecido enclaustrado tanto tiempo en su casa le hacía sentir la necesidad de relacionarse con gente de su edad y poder hacer lo mismo que ellos, pero ahora que por fin había conseguido salir de ahí y asistir a un colegio no sabía cómo hacerlo, sacando a la vista la peor versión de él.

Tal vez con algo de tiempo podría haber mejorado su apariencia y su trato hacia los demás, a fin de cuentas eso era lo que quería, conseguir amigos. Pero la conversación, la inoportuna conversación que por casualidad escucho vino a trastocar sus planes, las palabras de sus compañeros le habían dolido.

- ¿Tenemos ya todo listo para la fiesta?.

- Si, no falta nada, los hielos los recogemos de camino a tu casa.

- Pero falta alguien. - hizo notar la azabache.

- ¿Eh? - pudo notar cómo todos miraban confusos a la chica.

- No le hemos avisado a Félix.

- ¿Avisarle a Agreste?, ¡ni hablar!, es un ególatra maleducado.

- Sí, estoy de acuerdo, tiene muy inflado el orgullo, si hasta parece que le molesta saludarnos.

- Además, ¿han visto cómo viste?, parece que le quito la ropa a su bisabuelo, es un snob.

- Jajaja - empezó el pequeño grupo a reír por el último comentario, todos menos una chica de ojos azules que en ese momento los había posado sobre el suelo con un brillo cristalino .

Esa conversación lo había llevado a esta situación de buscar una solución inmediata a su pequeño problema y salir del ostracismo social en el que él solo se había metido.

Miró con decepción la montaña de ropa sobre su cama y se dejó caer cansado en su silla.

- ¿Nada de tu agrado, chico? - inquirió su kwami apareciendo desde un cajón con un trozo de queso entre sus pequeñas patas.

- No, nada. En todo eso - dijo señalando la pila de ropa - no hay nada que me aporte una nueva identidad.

- ¿Por qué no pides ayuda?, habla con tu padre. - aconsejó la pequeña criatura negra.

- Sería perder el tiempo, él no me prestaría atención en esto y posiblemente hasta estaría en contra.

- ¿Humm? - Plagg daba vueltas sobre la cabeza de su portador pensando en cómo ayudarlo hasta que posó la vista sobre la pantalla de la computadora y entonces una sonrisa apareció en su cara.

- ¿Y por qué no usas eso? - indicó señalando la pantalla.

- ¿La computadora? - lo miró con duda.

Por un instante se quedó mirando la pantalla hasta que una sonrisa entusiasta apareció en sus labios. Si iba a intentar cambiar para poder conseguir lo que tanto quería que mejor que hacerlo de la mano de alguien que fuera querido y apreciado por sus compañeros.

My Fair AgresteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora