Capítulo Treinta y Cinco

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—Quiero que sepas que sólo hago esto porque también me preocupa Danna —inquirió Manuel mientras esperábamos a su novia en la dirección de su escuela luego de que una de las secretarias anotara su nombre y grupo para ir a buscarla—, también porque eres mi amigo y te conozco desde hace mucho, pero más porque me preocupa Danna

—¿Por qué te preocupa tanto? —Manuel alzó los hombros y suspiró.

—Me cayó bien desde el primer día —confesó—, tiene algo que se me hace familiar

—¿Te recuerda a Andrea?

—No, sorprendentemente no, sólo es como cuando ves a alguien en la calle y crees haberlo visto antes, pero no recuerdas donde —explicó.

—Ok...

—No te preocupes, tu chica está a salvo, la ves con tal brillo en los ojos, que cualquiera tendría miedo de si quiera acercarse a conversar con ella

—No yo, no la miro así —quise defender, pero Manuel sonrió y negó.

—Es inútil que quieras hacer algo bro, sobre todo cuando estamos aquí porque tú estás preocupado por ella

—Ahí viene Andrea —acoté aunque no era necesario hacerlo, Manuel ya tenía los ojos sobre la rubia que nos dedicó una pequeña sonrisa antes de reunirse frente a nosotros.

—Hola —saludó antes de besar a Manuel.

—Hola —respondí.

—Aquí están —me entregó un par de llaves que colgaban de una pulsera tejida de color rojo— sólo... las quiero de vuelta —sentenció.

—No te preocupes, las regresaré lo más pronto posible, muchas gracias

—No hay de qué, supongo...

—¿Vienes o te quedas, Romeo? —pregunté a Manuel.

—Me quedo, regresaré a la escuela para que no sea sospechoso, tú ve a ver a Danna —casi ordenó; agradecí de nuevo a Andrea y los dejé despedirse a gusto.

Luego de casi veinte minutos de manejar, al fin pude entrar a la casa de Danna, sólo esperaba y no me encontrara con su madre primero. Subí las escaleras e hice el recorrido a su habitación que había aprendido durante mi última visita aquí. Abrí lentamente la puerta, entré y cerré nuevamente con cuidado, la divisé entre la oscuridad de su cuarto hecha un ovillo sobre su cama mientras sostenía con fuerza entre sus brazos un cojín con forma de zombi, me hizo sonreír y tranquilizarme poco a poco; aparté los mechones de cabello de su rostro y ella suspiró.

Sus ojos comenzaron a abrirse, me vio y los cerró de nuevo, luego los abrió sorprendida de verme ahí.

—¿Qué haces aquí... otra vez? —cuestionó sentándose en la cama.

—Dijiste que irías a la escuela con Andrea y no llegaste, tuve que venir aquí y entrar por el balcón —mentí, Danna ladeó la cabeza.

—No hay balcón —señaló.

—Ya sé, sólo me estaba preocupando demasiado por ti, no respondías mis llamadas, no fuiste a la escuela, y Andrea me ayudo para venir a verte —Dan entrecerró los ojos e hizo una pequeña mueca.

—¿Te dio las llaves? —asentí—, se supone que son para mi uso solamente —se quejó.

—Hizo lo correcto, de lo contrario hubiera perdido la poca cordura que me quedaba

—No deberías preocuparte, sólo, no tenía ánimo para ir a la escuela...

—¿O responder el teléfono? —interrumpí acariciando su mejilla. Estudiando su semblante con más detenimiento ahora que mis ojos se habían acostumbrado a la poca luz.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora