10.2 《Mi amor》

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-¿Cuál es tu problema?- le preguntó Imelda a su padre, con miles de pequeñas lágrimas dentro de sus ojos.

-¿Disculpa? Ese muchacho estaba...¿coqueteando contigo? ¿Abrazándote? ¿Y yo no podía hacer nada al respecto?

-Si no quisiera que lo haga, le abría dado su buena paliza- el padre abrió los ojos, tragando saliva a tal punto que se atragantó.

¿Entonces había pasado? ¿De verdad? ¿Se les había hecho el milagro?

Quiso responderle, pero ella se dió la vuelta y corrió escaleras arriba. Entró a su habitación, agarrando la llave, y se encerró mientras lloraba a cántaros, pero sin hacer ruido.

El cuarto estaba a oscuras, y ella estaba acostada en su cama, abrazando las sábanas mientras las lágrimas la iban humedeciendo poco a poco.

¿Por qué no se había aguantado las ganas de acercarse tanto a él?

La música a veces llegaba hasta su dormitorio, pero la ignoraba aunque sintiera punzadas en el corazón. Ahora se sentía como una muchachita estúpida que se deprimía por cada cosa que le recordaba a su amado.

De pronto, estando la música y las voces aún presentes en el piso de abajo, escuchó piedras golpearse contra la ventana. Alcanzó a ver una, pequeña y llena de irregularidades, estrellarse contra el vidrio con insistencia. Se enjuagó las lágrimas con un pañuelo que tenía escondido, se acercó a la ventana y la abrió.

En la calle estaba Héctor, escudriñándola con preocupación. Se había quitado el abrigo rojo. Cuando vió que se asomaba, viró la cabeza a todas las direcciones para percatarse que nadie estuviera viendo, y empezó a trepar la pared, tal como la había ayudado a ella a hacerlo, pero solo.

Cuando llegó a la baranda de la ventana, ella lo tomó de los brazos y aunque no sirviera de mucho, trató de ayudarlo a entrar. Una vez adentro, le besó la mejilla y lo abrazó hasta quedarse sin aliento. Las lágrimas seguían saliendo.

Él tomó su cintura y la acercó. Le empezó a dar pequeños besos en la oreja, para consolarla.

-No llores, princesa- le acariciaba el cabello con dulzura y paciencia, tratando de calmarla. Seguía besándole de cuando en cuando la oreja-. Está bien, está bien.

-No, no está bien- agarró el cuello de su camisa, arrugándolo, pero pronto lo soltó y empezo a alisarlo, en un acto nervioso. A veces dejaba de hablar para seguir llorando-. Lo acabo de arruinar to-todo.

-Claro que no- tomó su mejilla, acariciándola como siempre había hecho, y procuró limpiar las lágrimas para besarle allí-. No es cierto, todo está bien. Todo tiene solución.

-No, Héctor...tú, yo...

-Vamos a poder estar juntos, ¿sí? No importa los problemas que se nos vengan encima. Yo te quiero, y eso es suficiente para...- no pudo seguir porque ella agarró de nuevo su camisa, y lo atrajo a sí misma. Sus narices se rozaron y estaba a escasos centímetros de su boca.

Fue como si antes de besarlo parara por un segundo, para cerciorarse de que él sentía lo mismo. Parecía que estaba dispuesto a hacer todo lo que ella fuera a hacer en ese momento, con sus ojos oscuros brillando como luciérnagas gracias al destello de la ciudad.

-Imelda...- dijo en un susurro pesado, aterciopelado por el deseo que sentía en ese momento. De sus labios. De ella. De toda ella.

A ella le temblaron los labios por un momento. Nunca había besado a nadie, pero sentía que después de todo no importaba. Sólo quería demostrarle todo lo que sentía sin necesidad de palabras.

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⏰ Última actualización: Feb 27, 2018 ⏰

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Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora