X: El príncipe fallecido

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Snowland, la nación sumergida en el frío, por fin despertaría de un letargo.

—¡Es un lobo! —gritaron en unísono al ver aterrados a un animal de pelaje blanco como la nieve que corría por las estrechas calles del pueblo y llevaba a un niño en su lomo.

—¡Cuidado!

Una lanza pasó volando por encima de varias personas amontonadas, mismas que observaron cómo la vara de madera se incrustaba en el asfalto sin dañar a su objetivo. Y secundando esa acción desagradable, el lobo se detuvo a la mitad de su camino y ordenó con su pensamiento al único ser que podría escucharlo: su hijo.

—No vayas a comértelos —sentenció Aysel, aceptando que su fuerza era insuficiente para contener la furia de una bestia enfurecida—. Sé un buen perro.

Sin embargo, el animal salvaje sólo contempló los rostros que una vez lo querían en el trono y se lamentó haberlos abandonado. No, más que eso, se lamentaba que no le tuvieran respeto. ¿Por qué? ¿Por qué no lo alababan como el protector del reino?

Entonces, bajo la mirada acechadora de una decena de soldados que se habían apresurado a rodearlo a él y al pequeño príncipe, no lo dudó. Debía cuidar de su hijo, la luz que lo había regresado a la vida, porque por esa criatura, lucharía con coraje. Y se transformó en lo que realmente era: un semidiós.

—Viktor Nikiforov —murmuraron estupefactos al examinar lo que sus mentes les decía que era falso porque Viktor estaba muerto.

—E—Es imposible —balbuceó una joven, quien retrocedió asustada. ¿Acaso los dioses los estaban castigando?

—Yo soy el príncipe fallecido y he venido a reclamar lo que, por derecho, me pertenece —decretó, avanzando hacia su preciado tesoro para cubrirlo detrás de su cuerpo—. Soy descendiente de Madre Luna y mis poderes podrán comprobar lo que su incredulidad no es capaz de razonar, así que, el hombre o mujer que se atreva a dañar a Aysel Nikiforov, no vivirá mañana.

—¿Nikiforov? —replicó el niño, pensando que se había confundido de apellido—. Yo soy Katsuki.

—Es aquél que nació para salvarnos —murmulló una anciana—. Tú eres el elegido por nuestra Madre.

—El elegido —cuchichearon, arrodillándose ante la figura que se erguía poderoso—. Perdónanos, Madre Luna, hemos atacado a uno de tus hijos más amados. Perdónanos por convertirnos en falsos creyentes.

—Ella escuchará sus súplicas y absolverá cualquier pecado y traición —respondió el príncipe de Snowland.

—Su Majestad, lo escoltaremos hasta el palacio —mencionó uno de los guardias que se encargaban de patrullar el área.

—No, yo iré —negó el peliplata, girándose para tomar a Aysel de la cintura y cargarlo en sus brazos—. Extiendan la vigilancia, el rey de Krasys y su esposa nos visitarán. Quiero que se me informe de su llegada.

-n-

—Yuuri, he oído muchos aullidos —articuló Yuko en el interior de la carroza, donde su esposo también se hallaba sentado—. ¿Su propósito es herirlo?

—No —objetó, apoyando su codo en la ventanilla a su derecha—, jamás le provocaría daño al bebé que sintió en su vientre.

—¿Por qué? ¿Por qué nos hace esto?

—Está enojado con la vida —explicó, admirando la belleza de los pinos blancos que crecían en el bosque más hermoso. Había tenido memorias con Viktor en ese lugar, y no lo olvidaba—. Cuando estaba embarazado, él realmente lucía... tan perfecto. Tenía una sonrisa envidiable y siempre encontraba la manera de escabullirse de los problemas —canturreó, cerrando los ojos. Y la imagen de una puesta de sol coloreó sus pensamientos; un paisaje extraño para Snowland—. Creí que era cobarde, pero era más valiente que yo. Luchaba por lo que quería, y lo hizo hasta su último aliento.

—Hablas de él como nunca lo hiciste de mí —refunfuñó, evidenciando sus celos—. ¿Tengo la culpa? No he sido bendecida y los dos embarazos que logramos, terminaron en una tragedia.

—No eres la culpable —contradijo, dirigiendo su mirada hacia la de su reina—. Yo te elegí a ti, sabiendo que mi destino había sido unido al de alguien más. Tú me has amado, y te agradezco infinitamente.

—Pero tú no correspondes mis sentimientos —protestó, agachando su vista. Se sentía avergonzada y humillada por reclamarle a su rey—. Estábamos enamorados, pero ese amor desapareció de repente, ¿no es así?

—N—No —titubeó, deseando no haber sonado tan débil con su respuesta—. Es decir, te amo, Yuko.

—¿Llegaste a amarlo? —cuestionó, empuñando sus manos—. ¿Le hiciste el amor con cariño, Yuuri?

—Era mi esposo, pero no lo quería —refutó, tratando de calmar a su mujer. No obstante, el resultado no le favorecía; estaba nervioso, temblaba y no sabía la razón—. ¡Fui obligado a ese compromiso!

—¿Y por qué lo embarazaste en tu primera noche? —interrogó sollozando, pero las lágrimas sólo comenzaron a fluir en sus mejillas. Entendía el porqué; ella conocía esos sentimientos confusos que Yuuri rechazaba en su corazón.

—¡Porque el maldito destino es así! —vociferó, golpeando la madera a su izquierda para que la carroza parara—. Porque algo en mi interior me decía que era lo correcto, que Viktor era el indicado.

...

En la enorme sala del trono, se ubicaba una silla forjada y bañada en oro puro. Se decía en el pasado que, todos aquellos que la ocuparan, gobernarían con prosperidad y justicia. Sólo había una consecuencia para quienes no lideraran siguiendo los principios estipulados por Madre Luna.

Viktor esbozó una sonrisa y admiró el brillo del asiento. Relucía más que una joya o un diamante, y debía costar demasiados costales de monedas. Con ese dinero, se podía alimentar a un país durante largos años y comerían hasta saciar sus estómagos, pero en el Palacio de Invierno era un adorno que otorgaba poder.

Su hermano, el actual rey, guiaba a un pueblo decadente hacia un rumbo desconocido. ¿Y dónde estaba? Disfrutaba de unas vacaciones con su nueva esposa, la tercera, pues ninguna de las anteriores le había dado descendencia. ¿Qué futuro pensaba regalarles a las generaciones venideras? ¿Qué riqueza les heredaría a sus nietos?

Una corona simbolizaba autoridad y supremacía, pero cuando se usaba para fines egoístas, transmutaba a un objeto sin valor. Y el portador de dicho instrumento, se transformaba en una mancha en la historia, en un tirano sin escrúpulos y su final era la muerte. Un claro ejemplo era Adrik Nikiforov.

—Me encanta este castillo —admitió Aysel, que recién ingresaba a la sala. Vestía un traje de satín azul, bordado con flores doradas y un encaje negro; un atuendo digno de un príncipe de Snowland—. ¿Papá ya viene?

—Sí —aseveró, sentándose en la silla que debía pertenecerle a él—. Ven conmigo, quiero abrazarte.

—¡Está bien! —exclamó, corriendo emocionado hacia el mayor como si fuera a desvanecerse frente a él.

—A tu edad, yo conocía los laberintos del bosque —confesó, agarrando a su adorable niño de los brazos para depositarlo en su regazo—. Tú también podrás recorrer cada pasadizo y grabarás en tus recuerdos el hogar que te fue arrebatado.

—Pero yo no vivo en Snowland—susurró entristecido, y consciente de que provenía de Krasys.

—¿Te digo un secreto? —cuestionó, acercando sus labios a la oreja derecha del menor—. Tú eres mi adoración y juro que no habrá nada ni nadie que te separe de mí. Éste es tu reino, Aysel... y yo soy tu madre.

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Nota: hola, hola, al fin reanudo actualizaciones de este fanfic. Tenía el capítulo escrito desde ayer, pero necesitaba revisar unos detalles y... bueno, espero lo hayan disfrutado porque se acercan los problemas. 

¡Nos estaremos leyendo! <33 

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora