Ciudad del Amor.

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"AMOLAD es propiedad de The Snipster"

El vestido blanco se hondeaba, con el viento parisino que casi le vuela el sombrero de sol, los lentes cubrían sus inusuales ojos sakura, mientras sus cabellos platinados se despeinaban un poco, caminaba a compás de unos tacones color rosa, que combinaba perfecto con su piel morena.

Un libro en su mano mientras buscaba una banca donde poder leer cómoda, los hombres le silbaban, era una mujer hermosa, ella lo sabía, y él también.

Con sus ojos color azul la seguía, admirando cada curva de aquel cuerpo, que aunque menudo estaba muy bien proporcionado, todos los días su mirada recorría a aquella morena, sin dignarse a hablarle, siempre con la máscara de inseguridad, de un rechazo.

De cabellos rubios, casi platinados como los de la morena de sus sueños, pero con unas entradas no tan pronunciadas, por los años que ya rondaba, el hombre de ojos azules y cara preocupada, se sentaba casi enfrente de la joven.

Esperando que sus suspiros no llegaran a oídos de la jovencita, quien siempre animada leía con avidez el texto de pastas rojas.

Tan solo un murmullo, un buen día señorita, y todo sería mejor, tal vez le regalara una bella sonrisa, de esas que adornaban su labios carmín e iluminaria su mundo, o puede que incluso naciera valentía de su ser, y la invitara a ese nuevo café llamado Ardent.

Pero como cada día por la mañana, solo la veía ponerse de pie y marcharse a su hogar.

"Eres un cobarde, Augusto" se recriminaba el hombre de ojos azules y sonrisa triste, que cada día la veía marchar por las calles de París, con su andar sinuoso, pero hoy cambiaria, la lluvia empezaba a asomarse como en un típico día de verano en aquella ciudad, era demasiado tarde para un taxi, y la bella dama no tenía paraguas.

La encontró refugiándose en un techado de un restaurant, con el vestido algo empapado, y intentando proteger el libro de aquella tormenta veraniega, Augusto se acercó, con mucha cautela, y le paso un pañuelo de lunares.

— Tome, Séquese — soltó en un susurro quedó, casi como si el aire se le escapara al decir esas simples palabras, la jovencita de piel achocolatada sonrió, y le agradeció el gesto, eso lleno de un sentimiento cálido el pecho de Augusto.

— Mi nombre es Lourdes, ¿Cuál es el suyo caballero? — le preguntó la jovencita, con las mejillas sonrosadas, por la pena y el intento pronunciar una palabra, maldiciendo su tartamudeo que lo ponía en evidencia, era un perdedor comparado con semejante flor.

— A-augusto— pronuncio entre palabras, ella le extendió la mano enguantada, él la estrujo embelesado, esperando que aquel contacto se extendiera.

— Siempre lo observo frente mío, cuando leo en el parque Cherie— eso tiño de un rubor el rostro del joven quien sonreía bobamente.

— L-lamento asustarla...no quise eso — susurro entrecortado, ella negó con la cabeza.

— Es como si me acompañara a la distancia, ¿me aceptaría un café? — le sugirió Lourdes, el hombre asintió.

A veces la ciudad del amor une a las personas de formas inesperadas.

Ciudad del AmorWhere stories live. Discover now