Capítulo Cuarenta y Dos

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—¿Jorge Alcántara? —ella asintió—, Alcántara como...Manuel Alcántara —murmuré para mí—, oh madre, ¿el papá de Manuel?

—Ajá —respondió mirándome aún atenta. Bien, no sabía qué decirle—, pero no es como si estuviéramos saliendo Danna —aseguró.

—No me molestaría si es lo que estás esperando —informé—, el señor también es divorciado, ¿no? —yo sabía que mi madre jamás hubiera volteado a ver a un hombre casado pero aun así quería saber por qué demonios entre los millones de habitantes en el mundo, Jorge Alcántara había traído a casa a mi madre.

—Viudo —informó unos segundos después.

—No sabía que trabajarías con él

—Sí, yo tampoco —comenzó a mirar dentro del refrigerador y seguí inspeccionándola, tal vez era mi imaginación o tal vez ella si estaba actuando extraño.

—Llamó Andrea, dijo que vendría con su madre, no deben tardar en llegar —avisé antes de subir a mi habitación a cambiarme de zapatos.

♦♦♦

Alejandra Rinalde miró a su alrededor cuando estuvieron a punto de entrar a su calle aún sin poder comprender cómo es que ese hombre a su lado la había logrado convencer para comer juntos y peor aún, no comprendía por qué ella había aceptado.

—Deberías quitar el ceño fruncido de tu cara —opinó Jorge, lo que sólo hizo que el ceño fruncido se profundizara más en la cara de Alejandra— luces muy bonita enojada, pero prefiero la sonrisa

—Cada vez me convenzo más de que venir aquí fue un error —murmuró Alejandra relajando su expresión. Ella debió insistir ir en su propio auto que ahora estaría hasta el día siguiente en el edificio de la empresa donde trabajaba.

—No tiene nada de malo, somos dos adultos hablando sobre nuestra hija en común

—Ni si quiera hemos hablado mucho de Danna —interrumpió Alejandra.

—Porque hablar de nosotros también es importante —respondió Jorge con rapidez.

—He pensado que podría prestarte algunas fotos de Danna cuando era pequeña, creo que incluso tengo videos de sus festivales —inquirió Alejandra cambiando el tema, cuando miró a Jorge él seguía sonriendo.

—Eso me gustaría —aceptó el hombre.

—Es justo allá —indicó Alejandra señalando la fachada de su casa. Jorge estacionó en la banqueta de enfrente y no tardaron en notar el auto estacionado frente a la entrada. Dos adolescentes aún estaban dentro.

—¿Es Danna? —preguntó Jorge sin dejar de mirar el auto.

—Sí

—¿Con quién está? —cuestionó de nuevo.

—Antonio Briseño, supongo —respondió una sonriente Alejandra.

—¿El hijo de Adriana? —Alejandra asintió—, y qué hace ese niño aquí, con mi hija —cuestionó Jorge inclinándose un poco sobre el volante para intentar observar lo que estaba pasando y por qué Danna aún no bajaba del auto de Antonio.

—No son unos niños —inquirió Alejandra ladeando un poco la cabeza, suspiró y se corrigió—, sólo son jóvenes y están enamorados

—¿Enamorados? —se quejó Jorge—, sólo tienen diecisiete años

Alejandra miró a Jorge negando ligeramente, sin poder creer que él había dicho eso, sobre todo recordando que cuando ellos se conocieron, Alejandra tenía la misma edad que Danna. Jorge lo notó y abrió la boca para corregir su metida de pata.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora