¿Me ocultas algo?

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Era el fin de un día agotador de una semana agotadora, por suerte su jefe lo dejó salir media hora antes por haber terminado todo su trabajo; “Debe ser porque eres chino” le dijo, y Yuri no quiso corregirlo por mero agotamiento. Qué horrible sensación la de trabajar en algo que no es tu pasión. Pero el poco campo de la carrera que había estudiado lo empujaba a levantarse cada miserable mañana para poder sostener su hogar y a Sara Crispino, su bella esposa. Ni siquiera eso, puesto que su esposa también tenía un trabajo que realizaba desde casa; así que no tenía idea de por qué seguía en ese maldito cubículo sentado ocho horas diarias digitando fichas de documentos para luego hacer una copia física, preocupándose de memorizar cada uno de esos documentos y su ubicación, tanto digital como físicamente. Todo para que su jefe entrara y pareciera casi un hijo preguntando dónde está qué cosa.

Un momento… ¡Eso es! Podría proponerle a su esposa tener un hijo. Eso sí sería una enorme motivación para levantarse e ir a trabajar. Era un plan perfecto. Estaba decidido, apenas entrara a su casa, se sentaría a cenar con su bella y amada esposa y le hablaría del tema. Después de todo, llevaban 3 años de casados, no era un paso tan extremo ni impensable, de seguro Sara aceptaría.

Con energías renovadas, caminó las últimas cuadras que faltaban para llegar a su hogar. En cuanto llegó frente a la puerta, sacó su llave y la giró en la cerradura, empujó suavemente tratando de sorprender a su esposa por haber llegado media hora antes, pero el sorprendido fue él al ver a Sara con su cabello recogido elegantemente, maquillaje de noche, tacones negros de plataforma y un vestido rojo brillante que solo llegaba dos centímetros bajo sus glúteos. La vio escribiendo una pequeña nota en la mesa y, cuando terminó, tomó una pequeña cartera dorada donde, Yuri imaginaba, no cabían más que su celular y sus llaves.

—¿Saldrás? —Preguntó el japonés con sus marrones ojos un tanto decepcionados.

—¡Ah! ¿Amor? ¿Q-qué haces aquí tan temprano? —Respondió notablemente nerviosa su esposa.

—Mi jefe me dejó salir antes por terminar temprano, pensé que podíamos cenar juntos y hablar. ¿A dónde vas? Podría acompañarte.

La conversación se vio interrumpida por el sonido del celular de Sara. Ella miró el remitente y contestó, alejándose de la sala, como no queriendo que su esposo escuchara la conversación.

Yuri se acercó a la mesa y tomó el papel que su esposa había escrito y se alarmó al leerlo.

“Cariño, fui al gimnasio con Mila, la cena está en el microondas. No me esperes.”

Observó a su esposa hablando un poco complicada y la apreció unos momentos con melancolía. Su mujer era hermosa. Tenía una piel morena que era muy suave y, a veces, hasta parecía brillar. Su cabello negro, a pesar de ser igual que el suyo, le parecía que no tenía comparación; el cabello de Sara era largo y sedoso, y siempre olía bien. Sus ojos era lo que más le fascinaba a Yuri, eran color violeta. ¿Dónde encontraría ojos más hermosos que esos? Su esposa era perfecta, y ahora con solo una nota, sentía que estaba perdiéndola.

¿Por qué le mentiría diciendo que iba al gimnasio? Porque claramente no iba a ir con esas fachas a hacer ejercicios. A la primera sentadilla se provocaría una lesión y se le vería hasta la consciencia.

Sara volvió cuando la llamada fue terminada y guardó su celular en la pequeña cartera.

—¿Por qué aquí dice que vas al gimnasio? —Preguntó levantando el papel.

Sara se vio totalmente nerviosa, y su risa fingida lo reflejó.

—¿Dice “gimnasio”? ¿Eso escribí? ¡Qué tonta! Debe ser la costumbre. Lo siento, amor, me confundí.

La Curiosidad mató mi Matrimonio [Vikturi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora