CAPITULO CUATRO

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Clark ya no fue a verlo y Bruce sentía la ausencia de su compañía, de su amistad. Darse cuenta de ello fue una sorpresa para él. No son muchas las personas que ayudan a alguien sólo porque lo necesitan, sin que se lo hayan pedido. En los últimos tres días, cada vez que pensaba en Clark, recordaba sus besos apasionados y la sensación de la piel del chico contra la suya además de sus grandes manos que lo habían acariciado con una perfecta combinación de fuerza y dulzura. El recuerdo lo excitaba cada vez que pensaba en ello a pesar de que no habían hecho otra cosa más que besarse y acariciarse un poco, pero había sido mucho más significativo que todas las mamadas y los manoseos anónimos puestos juntos. Sabía que lo mejor era mantenerse alejado de Clark, sus sentimientos morirían con el tiempo y podría retornar a su vida de siempre. Pero, ¿era eso lo que de verdad deseaba?

Bruce era un buen bombero, esto lo sabía, pero no le agradaba a nadie en el escuadrón. Eso era poco más que seguro, y estaba claro por el hecho de que habían elegido enviar a Clark para que lo visitara en el hospital. Los chicos siempre le habían cubierto la espalda durante las misiones, su apoyo no estaba en discusión, pero más allá de eso, no se habían hecho amigos y ahora comprendía por qué mantenía a los otros a distancia. Era un idiota, justamente como Clark había dicho. Había pasado los últimos tres días reflexionando y se había dado cuenta de que tenía mucho en común con su padre. Sentado en la sala de estar, Bruce apagó la televisión y encendió la computadora y después de algunos intentos fallidos, logró averiguar dónde vivía Clark, decidió entonces tomar el coche e ir a ver si estaba en la casa.

Se detuvo a comprar algunas cervezas, siguió su camino, y una vez llegado a Hanover Street, la calle principal de la ciudad, estacionó. Tocó el timbre de un apartamento situado encima de una tienda de antigüedades. Parecía que no había nadie en la casa y Bruce se dispuso a marcharse cuando oyó el rumor de pasos que se acercaban a la puerta. Clark abrió la puerta y lo miró con el ceño fruncido antes de hacerse a un lado para dejarlo pasar.

Clark: ¿Qué estás haciendo aquí?

¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué pensaba que pasaría? Bruce tragó saliva y Clark empezó a subir las escaleras.

Clark: Visto que ya estás aquí, ven arriba. ―Bruce le siguió haciendo lo posible por no mirar el trasero de Clark, pero no logró contenerse.

En la parte superior de las escaleras, abrió una puerta y Bruce lo siguió hasta un pequeño apartamento que hacía parecer a Clark aún más grande de lo que ya era, sobre todo cuando el chico tuvo que agachar la cabeza para pasar de una habitación a otra.

Bruce: Bonito lugar ―dijo, apoyando las cervezas sobre la pequeña mesa de la cocina.

Clark: ¿Qué es lo que quieres, Bruce? Ahora ya te encuentras bien y en unos pocos días más podrás volver al trabajo. Ya no me necesitas.

Bruce: Yo...

Clark: ¿Qué pasa? ¿Tienes ropa para poner en la lavadora o necesitas que corte el césped? Es lo que yo era para ti, ¿no? El que te hacía los quehaceres. Está bien, te ayudé cuando tenías necesidad de ello, pero ya no más. La última vez que estuve en tu casa me hiciste entender perfectamente lo que sientes por mí. ―Clark se dirigió hacia la puerta y lo miró―. Justo a tiempo, ¿eh? Vi la forma en que me miraste cuando llegó tu padre. Como si yo no fuese siquiera una persona. ¿No pensaste en decirle a tu padre que era un amigo? ¡No! ¡Me miraste como si yo fuera mierda pegada a la suela de tu zapato! Bueno, no lo soy. Soy un ser humano como todos los demás. No debería haber esperado algo diferente, básicamente, tú tratas a todos como si fueran una mierda.

Bruce: No es cierto.

Clark: Sí, lo es. Eres un completo cretino. No me explico cómo he podido pensar otra cosa. ―Clark se acercó con pasos determinados al otro hombre que lo miraba.

FUEGO REDENORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora