Despedidas

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Sofía estaba hecha un atado de nervios. Ayudó a Sergei a comprar sus pasajes, sólo para asegurarse que Octavio no se lo llevaría a otro destino y le acompañó en el armado de su equipaje, sin poder evitar el pensamiento de que, en el peor de los escenarios, ése podría ser su último momento juntos. 

- ¿Estás seguro que no quieres que te acompañe? Podría ahorrarte varias horas en la aduana 

Sergei terminó de cerrar su equipaje, lo dejó junto a su cama y luego se sentó junto a ella, mirándola seriamente

- ¿Vamos a seguir esta conversación? Porque ya sabemos cómo termina. O al menos cómo ha terminado las últimas ocho veces.

- No quiero que vayas - dijo ella, apoyando su cabeza en el hombro de Sergei - Ni siquiera sé cuándo volverás. Mira el tamaño de la maleta que llevas, cualquiera diría que te vas por un año. 

- No debes preocuparte. Octavio conoce a todo el mundo; si mi padre está allá, lo encontraré en poco tiempo, lo sé.

- Claro; Octavio. - dijo ella, desesperanzada

- ¿Por qué lo dices así? ¿estás celosa de él?

Sofía sonrió

- Siempre he sospechado que te ama en secreto. Va a seducirte en cuanto tenga oportunidad, ¿verdad?

- Es bastante atractivo - bromeó Sergei - Aunque después de que intentara seducirte a ti, ya no estoy tan seguro de sus preferencias.

-  Qué va. Lo hizo sólo para sacarme del camino.

Sergei rió, pero luego hizo un silencio significativo, mirándola. Tomó luego sus manos y le dijo, seriamente.

- Estaré bien. Te prometo que serás la primera en tener noticias sobre mí. Apenas llegue, te buscaré.

- Júrame que no te expondrás a ningún peligro.

- Eso no garantiza nada. 

- Júramelo.

- De acuerdo. Juro que no me expondré a ningún peligro innecesario

- No, no. Ninguno. Necesario o innecesario, no me interesa. ¡Diablos! ¡Ni siquiera podremos hablar por teléfono!

- ¿Cuántas horas faltan para mi vuelo? - interrumpió él

- ... No sé... nueve, creo. ¿Por qué?

- Nueve horas. ¿Vamos a ocuparlas conversando? Porque ya que estás aquí, podríamos tener una despedida más apropiada. 

- ... Estás jugando sucio

- ¿A ver? Son las ocho de la noche. Justo la hora en que me convierto en pulpo - dijo, abrazándola graciosamente 

- Oye, pulpo, antes de que tus tentáculos lleguen más lejos, prométeme algo

- Qué

- ... No confío en Octavio. Prométeme que si notas cualquier cosa extraña, te mantendrás al margen.

- ... Está bien. Lo prometo. ¿Puedo ahora extender mis tentáculos sobre ti?

Sofía se tomó un minuto para contemplar su rostro, sin detenerse esta vez en su belleza, que tantas otras veces le había perturbado. Registró, en cambio, la expresión de sus ojos al mirarla, tan cargada de ternura y de devoción, como nunca antes un hombre la había mirado, y se dejó abrazar por todo lo que le estaban diciendo sin hablar. 

Hicieron el amor esa noche agitadamente, con las tripas anudadas por la ansiedad y el miedo, estrujándose , pellizcándose, mordiéndose, sometiéndose, como si quisieran poseerse el uno al otro en un acto de canibalismo que no terminaba nunca de concretarse, hasta que, agotados de luchar, terminaron por abandonar el morbo y entregarse simplemente  a las caricias y a la muda contemplación. 

Cuando faltaba poco para las tres de la madrugada, se vistieron casi en silencio, se besaron largamente en la puerta  y salieron, él hacia el aeropuerto y ella a su propio departamento, con la breve esperanza de poder dormir un poco. Al día siguiente también debería tomar su vuelo hacia Ecuador.

Contra todas sus expectativas, durmió pacíficamente lo que restaba de esa noche y aunque sabía que había soñado, no fue capaz de recordar nada. Hizo su maleta, llevó a su gato a una casa de cuidados y cuando se disponía a almorzar, recibió una llamada de Esteban.

- Sofía, ¿Sergei y Octavio ya se fueron?

- Sí, tenían vuelo a las 5 de la mañana. ¿Por qué?

Un silencio ligeramente más largo de lo normal y luego el tono seco de Esteban tras el auricular

- ... No, por nada. Nos vemos en el aeropuerto.

- Cómo que por nada, ¿qué pasa?

- Nada, allá hablamos.

Sin esperar respuesta, Esteban cortó la llamada y Sofía supo de inmediato que algo andaba mal. Llamó a Esteban de vuelta, pero éste no le contestó, así que no le quedó más opción que esperarlo en el aeropuerto. Cuando le vio llegar, venía con dos compañeros más.

- Esteban, qué demonios pasa

- Lo siento. No quería decírtelo por teléfono.

Sofía sintió que le faltaba el aire de pronto

- ... ¿Acaso el avión en que viajaban...?

Esteban comprendió lo que estaba pensando y la sujetó por los hombros

- No, no, no ha habido ningún accidente, tranquila. El viaje de Sergei hasta donde sé va sin contratiempos.

El aire regresó en gloria y majestad a sus pulmones y se sujetó de su amigo

- Por Dios, qué pasa entonces, me tienes con el alma en un hilo

- El padre de Sergei... está muerto. 



El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora