Diario de lo oculto

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No siempre cuento lo primero que se me pasa por la cabeza. Hay veces que cuento lo primero que se me pasa por los ojos, que es más sencillo de contar, aunque no todo el mundo tiene la misma facilidad para traducir a palabras aquello que tiene delante de sus narices. La gente suele recurrir a tópicos que aprende como: "no tengo palabras para explicarlo", o "es tan fuerte que me he quedado sin palabras". Y es cierto, la gente se queda sin palabras, aunque cuando dice lo que dice sí cree tenerlas, pero sortea la situación con ese estribillo aprendido de escucharlo en boca de otros. Todo aquel que dice que sabe algo pero que no sabe cómo explicarlo en realidad está evidenciando que desconoce aquello a lo que se refiere: "Sí, lo sé, sé de qué hablo, pero ahora no sé cómo expresarlo, no me salen las palabras". Falso, viven en el registro imaginario, desconocen que la única manera de aprehender la realidad es a través del registro simbólico, o lo que es lo mismo, a través del lenguaje. En realidad uno no sabe lo que piensa hasta que lo habla o lo escribe, y muchos se alarmarían si supieran que lo que están diciendo es justamente lo contrario de lo que creen decir. Uno de mis alumnos decía ayer que "no le importaba estar gordo", con lo que de cierto estaba informándole a su universo de que estar gordo no es importante para él, de modo que lo importante es estar delgado. ¿Le importa que me siente aquí, profesor?, me preguntaba otro. Sí, me importa, y fruncía el ceño. He dicho que sí me importa, por qué no estás alegre, te estoy dando permiso para que te sientes en la primera banca, porque si para ti es importante estar atento a mis palabras, al preguntarme si me importa que tú te sientes aquí, te he respondido que sí me importa puesto que para mí también es importante que tú estés atento a mis explicaciones. Qué tío más raro, supongo que dirán de mí.

El caso es que esta mañana ha sucedido algo que pasó por mis ojos y he decidido contarlo. Tengo palabras para hacerlo. Mi tío Alfonso se ha presentado esta mañana en casa con su nueva novia, ya es la octava, o la novena, no sé, tal vez la décima que presenta. Y lo primero que dijo es que iban a casarse. Ella lo miró con cara de circunstancias, aguantando el tipo, pero en sus ojos se leía que no tenía la más mínima intención de firmar ningún contrato con él. Mi tío es un puñetero chulo, ya tiene 46 tacos y no ha durado más de un año con sus novias anteriores. Hay algo que no le funciona, siempre termina cortando las relaciones que inicia. La mayoría de ellas, de sus novias digo, lo mandan al carajo. Imagino que se dan cuenta de que es un chulo rico –mi tío lo gana bien, yo diría que por lo menos diez mil euros mensuales–, cambia de coche cada medio año, cena en restaurantes de lujo y le importa –le importa porque lo hace a menudo– gastarse 500 euros en una cena para dos. Se hospeda en hoteles de cinco estrellas donde reserva tres noches y finalmente pernocta una o dos porque dice que se aburre de tanto silencio. La chica que ha traído hoy a casa es una jovencita de no más de 27 años. Sí me ha sorprendido lo del matrimonio, tan prematuro, eso nunca lo había dicho antes y me he alarmado por un momento, pero luego he suspirado con alivio cuando decía que él se encargaría de los preparativos de la boda. Eso quiere decir que no se casarán porque mi tío nunca se encarga de asuntos tan aburridos para él como los protocolos de un casamiento. En dos meses ya no veremos por casa a esa chica, Delia, ese es su nombre, creo recordar. Es una chica preciosa, la verdad es que me gusta para mí, no descarto buscarla cuando mi tío se canse de ella o bien cuando ella lo mande adonde se merece. He estado investigando en internet hace un rato y he dado con su identidad. No es fácil localizar a alguien si no tienes sus apellidos. Pero mi tío facilitó un dato relevante: "es azafata en la compañía de vuelos Ryanair". El resto ha sido trabajo de Facebook. Cuando vi su foto no me pareció que fuera ella, pero al pinchar y ampliar su imagen se confirmó mi búsqueda certera. Delia Delcán Navarro, cumple 26 años el 16 de agosto. Nació en el 92, estudió Bachillerato en Madrid y es licenciada en Turismo por la Complutense. Ya la tengo localizada. Esperaré algunas semanas para conocerla algo más y luego le enviaré una petición de amistad.

Yo nunca he tenido novia. No soy enamoradizo, pero en este caso he de admitir que Delia, su cara, su melena rizada, su nariz aguileña, su tez morena y su voz dulce, me tienen aquí suspirando y escribiendo todo esto que ahora usted lee. No sé si lo que siento será el estado de enamoramiento del que muchos hablan, pero sí tengo claro que es la primera vez que lo siento. Y lo que más me inquieta es que apenas he mediado palabra con ella. Yo tengo por máxima decidir lo que quiero sentir por alguien, y no al contrario: que algo en mí decida por mí lo que yo quiero sentir. En el caso de Delia, está sucediendo algo extraño y he decidido conocerla desde la lejanía para en el futuro determinar si esa chica me conviene o no. De momento me atrae de su perfil de Facebook que es una fan de Javier Marías. No doy crédito a ello. Estoy decidido a darle una oportunidad.

Javier Marías es un autor complejo. Sus novelas apenas presentan una trama narrativa, el hilo discursivo se pierde en análisis profundos de situaciones cotidianas que el lector recibe con impacto porque deja al desnudo su mente con simplezas que de tan simples no es capaz de expresarlas con palabras. La penetración psicológica de las digresiones de Marías son un prodigio, un hallazgo, ponen de manifiesto lo oculto pero latente. Reconozco que he sido incapaz de terminar Tu rostro mañana, la trilogía se me hace pesada, pero prometo algún día abordarla y no cesar hasta el final. Que Delia sea lectora de Marías ha sido tal vez el detonante de mi embriaguez repentina por ella. No había conocido antes a una mujer tan joven y al mismo tiempo ajena al mundo intelectual que se interesara por un escritor tan exclusivo como Marías. Entre mis compañeras de claustro, mejor debiera decir entre mis compañeras de departamento (cada vez hay más profesores que sólo leen exámenes plagados de errores ortográficos), hay algunas seguidoras que se hicieron incondicionales suyas desde la publicación de Corazón tan blanco; otras son detractoras acérrimas de quienes no escriben historias con el clásico planteamiento-nudo-desenlace; y también las hay que escuchan Ja-vier-Ma-rí-as y se quedan tan panchas y frescas. Conozco a muchas mujeres escritoras, en su mayoría profesoras, periodistas y filólogas, pero todas de cuarenta para arriba. Estoy convencido de que Delia escribe en sus ratos libres, en sus estancias por el extranjero entre vuelo y vuelo. Me la imagino a solas, en las cafeterías de París, o las pizzerías de Roma, con su libro y su cuaderno bajo el brazo, la observo como si yo fuera un viandante más que pasea ocioso o abúlico por Montmartre o por la Piazza Navona y, escabullido entre tantos turistas y lugareños, me detengo a espiarla. Se sienta a tomar un café y lee unas cuantas líneas, dando sorbos y perdiendo su mirada en la imaginería de sus reflexiones inducidas por Marías. A ratos abre su cuaderno y toma nota de conversaciones de desconocidos que se detienen a charlar en mitad del gentío. Me la imagino como a Galdós en los tranvías de Madrid, nutriéndose de personajes, de ademanes, de muecas y registros verbales para sus novelas. Me la imagino escribiendo una novela. Por un instante me acerco a ella, me atrae vislumbrar en la cubierta de su libro a una mujer saliendo del baño. Así empieza lo malo, Javier Marías. Siempre es buena excusa el idioma para inaugurar una conversación.

–Eres española, ¿verdad?

Apunto con el índice al libro. Ella se hace la sorprendida, no espera que nadie en el extranjero la suspenda de sus ensoñaciones, y menos en su idioma materno. Debo ensayar alguna fórmula para disculparme por mi osadía. Ella no ha de saber que la sigo intensamente, que la espío, que la amo en la distancia del anonimato.

–Así empieza lo malo –prosigo–, es que no he podido resistirme y fisgar. Entre tanto francés leer algún título en español me hace sentir como en casa. ¿Eres escritora?

–Es difícil responder a eso. Al menos soy aprendiz de escritora. ¿De dónde eres? Quiero decir, de qué lugar de España eres.

Delia debe de ser así de simpática y extrovertida. No quiero pensarla de otra manera, no vaya a ser que me desenamore. Trato de convencerme de que es una chica que me conviene. Estoy decidiendo en estos momentos que debo amarla. Ya me encargaré de que ella decida amarme a mí. Me creo con cualidades para lograrlo, y eso que jamás en mi vida, pese a tener ya los 35 bien cumplidos, aún he conocido mujer. Y no porque no haya recibido ofertas por doquier. Es que aquellas que se me insinuaban no me convenían. Las capto al primer vuelo. No soporto a las guapas pijas con la inteligencia de una ameba; tampoco a las feas intelectuales, menos aun a las que tienen voz hombruna pero son simpáticas y rudas al mismo tiempo. Yo siempre he tenido claro que mi primera novia debe ser al menos cinco años más joven que yo, ser escritora, lectora de Javier Marías, ser simpática, extrovertida, sonriente y algo tímida a la vez. Delia cumple todos los requisitos.

–Soy de Madrid.

–Anda, como yo. ¿Y también escribes? 

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⏰ Última actualización: Feb 08, 2018 ⏰

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