¿Felices Vacaciones?

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Gracias a Dios, el primer trimestre había finalizado. Después de tres aparentemente eternos meses que pareciesen más siglos de noches de desvelos, tragarnos la furia que nos producían las oratorias de mi tierna consejera pues digamos que era un poco inconformista cuando se trataba de nuestras notas, y no sé si sea el hecho no no haber tenido la oportunidad de tener su propios hijos el motivo de ser tan poco importa que incluso anunciaba a los chicos de mi clase fracasados. Si, ¡y vaya que era humillante! Todo lo que dije anteriormente sin contar el cabeza hueca de ciencias que ayer te decía que podías entregar el trabajo hasta el viernes, y el viernes te deía otra historia totalmente distinta; la amargada de francés, o la encargada de fracasar generaciones enteras: la profesora de informática. 

Debo admitir que sin todos estos legendarios personajes mi vida inclusive sería algo aburrida, pero como ya sabes todo en exceso es malo, y con estos tres eternos meses pude comprobar que era verdad.

En fin...ya era viernes a las 11 y tantas de la mañana, a unos cuantos minutos de salir como caballos del hipódromo drogados del salón y disfrutar de la miserable pero reparadora semana que tenían el descaro de llamar vacaciones. Yo le diría más bien respiro.

Todos los salones se encontraban sin profesor, todos...menos el mío. Aveces podría confirmar que había una maldición en el décimo B, que jamás nos dejaban un sólo momento...hablar tan siquiera. Y o nos dejaron con cualquiera sustituta de pacotilla, ¡nada de eso! Sentada en su pupitre frente a nosotros con cara de militar de la Alemania nazi estaba la mismísima Ellen Dickenson, una señora que te podrá engañar su apariencia chochita y oxidada pero luego la conoces y ¡compruebas que las apariencias engañan! Un carácter que yo creo que hasta el mismo diablo de sale huyendo -bueno no, pero poco le falta-.  

Y ahí estaba ella, atenta cual halcón buscando su presa escondida, y por supuesto que básicamente todos estábamos estáticos mirando hacia cualquier otro lado menos hacia ese pupitre, lo cual era difícil ya que hoy se había puesto la más extraña de las pelucas. He visto a gente en el circo con los "cabellos" más alaciados que eso. Yo para evitar falsas acusaciones de su parte hundí mi cabeza no para dormir, sino para leer "Bajo La Misma Estrella". De hecho ¡pronto sale la película, que emoción!  Cuando empiezo a sentir unos toquesitos al hombro.

Voltee -cuidadosamente claro- y era Meli, en el momento más oportuno me va a llamar para contarme algo, vaya mujer esta.

-Mariana, aquí te manda Mauro.-susurró.

Miré a Mauro quien sólo se limitó a mirar la pared. Vaya actorazo el.

-¿Qué quiere este ahora?-dije un poco alto.

-¡Cremallera, cre ma llera! -gritó la anciana profesora Chewbacca, como solíamos decir en su ausencia. Se levantó de su silla, divisó la total calma en el salón y volvió a sentarse.

-¿Ves lo que causas? ¡Dime ya qué quiere!-insistí, tomando en cuenta disminuir mi voz.

-¡Ay, cálmate! Sólo me dijo que te diera esto-me extendió un papelito en forma de corazón. -Seguro es un acta de matrimonio-me guiñó el ojo aguantando una risita.

-Ajá. Bueno, dame.-respondí seca.

El rumor de que Mauro sentía algo por mí se había extendido más de lo que yo esperaba. Es decir, los que estaban ahí se dieron cuenta obviamente pero...mucha más gente sabía. Seguro fue Meli que lo expandió. Ella era una amiga leal y toda la cosa, pero apenas sabía algo su lengua salpicaba más que el aceite caliente cuando le caía agua.

Abrí el papel, y luego de darle unas 10 leídas-la letra de Mauro era como de cirujano-, pude captar esto:

"¿Quieres ir al cine conmigo?

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