V.

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V.

El apartamento de Nora se encontraba alejado del lugar citado, por lo que tuve que darle más caña de la normal a la moto, aumentar las revoluciones y saltarme más semáforos de los que me hubiera gustado. Pero he de admitir que tenía miedo, pero sobretodo curiosidad. Necesitaba llegar al final de lo que me pedían. Me atraía la idea de estar implicando en algo con alguien como Rodríguez, pero a su vez quería dar media vuelta y olvidarme de todo lo que estuviera relacionado con este lugar y su gente y dejar que fuera otro quien arreglase las cosas por mí, no tener que mantener el control por mucho más tiempo. Cuando llegué, aparqué junto a unos muros derrumbados e iluminé el camino con mi móvil, pues no había luz más allá de la luna y el suelo estaba repleto de cristales de botellas que no me apetecían pisar. Ladridos de perros era lo único que mis oídos captaban, no había nadie, me resultó demasiado extraño. Comencé a pensar que todo se había tratado de una broma y que me la habían jugado, sabiendo que una mala consecuencia saldría de esto. Ahora sí que estaba perdido, totalmente desquiciado, me sentía acorralado. Notaba que algo más estaba pasando y yo lo estaba dando por alto, no centrándome en los detalles y simplemente juzgándolo de manera superficial. Quizás la respuesta me la había dejado más atrás en vez de el fondo de la boca en la que estaba apunto de ahogarme. Frené. No indagué más en las oscuras profundidades de este lugar y rehice mis pasos hasta mi vehículo cuando unas, no tan fuertes manos, se posaron sobre mi espalda. Ahogué un grito y reprimí el impulso de girarme y golpear. Pues, como dije al principio, sabía que todo estaba relacionado y que cada acto iría en mi contra con el triple de fuerza. Que todo unía un mismo hilo conductor. Que empezaba en Rodríguez como jefe mayor de Búfalo y acababa en él implicándome a mí.

-¿A dónde ibas, cachorrito? –hablaron unas voces más débiles. Más jóvenes. Me giré extrañado, para nada lo que esperaba, encontrando a unos chicos poco mayores que yo. Encarné una ceja, pensando que se habían equivocado de persona o incluso de lugar. Crucé los brazos sobre mi pecho aún con mi móvil en la mano y me permití una pequeña risa de lado. Los miré de arriba abajo. Pensé que eran unos adolescentes que andaban por el lugar. Al fin y al cabo, apostaba que la policía no llegaba a pisar esta zona.

No tenían ningún parecido con los muchachos de aquella noche, se veían más débiles. No me sentía nada intimidado, al contrario, parecían querer darme algo de confianza pues las amplias sonrisas de sus rostros mostraban burla y no amenazas. El más bajo de ellos parecía mucho más relajado que el alto que me miraba con arrogancia.

-¿Ibas a escapar, novato? –habló el más alto de ellos. Negué, elevando las manos a la altura de mis hombros, dando un paso hacía atrás a la vez que ellos reían y se acercaban adoptando, este vez, una actitud más amenazante. Aun así, el miedo que se apoderó de mí cuando llegué, se esfumó.

-No es como si me asustarais algo -intenté vacilar con una fingida sonrisa y crucé ambos brazos sobre mi pecho.

-Deberías -susurró de nuevo el más alto muy cerca de mi rostro. Su aliento chocaba contra mi cara.

-Sorpréndeme -espeté elevando un poco la cabeza para estar a la altura de sus ojos y escuché la voz del otro chico cerca nuestra.

-No es buena idea que lo retes -dijo el rubio con una risa simpática.

-¿Por qué? -pregunté sin apartar mi mirada del moreno- ¿Acaso tienes miedo a perder? -elevé mi ceja derecha y antes de que alguno respondiera, una voz habló detrás nuestra.

-¡Dejadlo! –gritó una voz familiar, se trataba de aquel hombre, de Rodríguez. Nuevamente me tensé. No parecía tan aterrador como se mostraba, pues se acercó a aquellos dos chicos sonriente y les echó la mano sin preocupación como si realmente los apreciara-. Elliot, estos son Harry y Michael, serán tus... -frenó sus palabras acercándose a mí, y sonrió de lado- nuevos amigos –rió roncamente y gritó dos nombres. Difíciles de entender y de pronunciar. Del coche salieron los hombres de aquella noche. Aquellos que habían herido a Daniel. Me puse nervioso, la ira volvía a ser mi aliada. Pero debía contenerme, no podía perder la poco confianza que Rodríguez se otorgaba. Sacaron una bolsa de su espalda y las lanzaron al suelo bruscamente, frente a nosotros. Los chicos a mi lado sonreían, como si fuera trabajo fácil. Yo indagaba entre las posibles respuestas que habría dentro. Al contrario de esta tarde, Rodríguez parecía más tranquilo. Intimidaba incluso menos que cuando me lo encontré en mi habitación apretando un gatillo. Parecía estar en un ambiente más relajado, en un ambiente controlado por él. Su lugar. Que por lo que veía, le encantaba. Para mi sorpresa, miraba a esos chicos con carisma, no con desprecio. Disfrutaba de su compañía y ellos también-. Esto será fácil –nos repartió una bolsa a cada uno que contenía pequeños sobres transparentes, con una flecha en rojo dibujada, con polvo blanco. Era droga, comencé a ponerme nervioso, pero ya era inercia, de manera inconsciente. Un poco de droga no sería nada malo, demasiado simple, supongo-. Iréis a esa fiesta y vendréis con todo esto vendido. Nos encontraremos aquí en cuanto terminéis... -se alejó de vuelta al coche que lo traía- No me defraudes Elliot, confío en ti.

Infierno Helado (TERMINADA en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora