Las lágrimas caían precipitadamente sobre mi rostro, mientras que el suyo permanecía serio. Tenía sus ojos clavados en el suelo y las ansias que tenía para que me mirará cada vez eran más grandes, necesitaba su dulce mirada, para poder calmarme. Estaba nerviosa y confusa. No entendía como todo había llegado hasta este extremo tan rápido. Todo iba tan bien, todo se veía tan normal, ella se veía tan... feliz.
Alcé la mano para intentar acariciar su cabello. -¡Ni se te ocurra tocarme!-me gritó al mismo tiempo que, bruscamente, se apartaba de mi.
-No puedes hacerme esto... por favor... no lo hagas- dije yo entre jadeos, mientras se me entrecortaba la voz -por favor, Sunie...- le supliqué pero fue en vano porque en seguida me miro a los ojos, de una forma que hizo que mi corazón, al igual que todo mi cuerpo, se estremeciera. Su mirada no era dulce y risueña como de costumbre, ni mucho menos. Sus ojos de color café, se habían vuelto de un negro sólido, en sólo un parpadeo. Eran fríos y muy distantes, y el odio radiaba de ellos. Dos grandes manchas oscuras baja estos, que hacían una función de ojeras daban a pensar que, al igual que yo, había pasado toda la noche en vela, sin poder dormir.
-No me llames así.- hizo una pausa-Nunca más.- me escupió con frialdad, pude notar como el odio corría por sus venas. Intenté abrir la boca para intentar decir algo pero... no podía, me había quedado sin palabras. Porque... realmente, no creía haber oído palabras más dolorosas en mi vida como aquellas.
Quería disculparme o explicarle de alguna manera todo lo que pasó para que me entendiera, pero mi cuerpo no respondía. Me sentía estúpida por haberle causado tanto daño y por no haber razonado las consecuencias de lo que hice.
Dirigí mi mirada al suelo, sintiéndome la perosna más miserable. Y las dos permanecimos así durante unos, eternos, minutos.
Con cada segundo que pasaba podía notar su mirada clavándose sobre mi piel con más dureza. Por mi mente pasó la palabra 'perdón' más de una vez, pero sabía que cualquier disculpa sería inútil en un momento como ese y en una situación como aquella.
Intenté no recordar a la dulce Sunie. Pero me era imposible no pensar en sus risueños ojos, ni en su dulce sonrisa. De manera que las lágrimas empezaron a caer con más fuerza sobre mi rostro, como si de una carrera se tratara
Sin previo aviso vi como sus zapatos se marchaban de mi estrecho campo de visión. Tenía ganas de detenerla, pero estaba paralizaba y avergonzada, por lo que solo pude seguir cabizbaja e inmóvil mientras oía sus pasos alejarse lentamente, hasta que la habitación se sucumbió en silencio. Un silencio que me echaba en cara que había dejado ir a la persona a la cuál más quería. Ese tipo de silencio que me recordaba en forma de tortura todo el daño que logré hacerle a ella y todo el daño, que hasta ese momento, logré hacerme a mí.