I - Un conejo negro

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Todd Martthem

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Todd Martthem

44 semanas antes de la Semi Final

La esbelta figura de Todd estaba apoyada en el tronco del sauce llorón. Sus ramas alargadas y curvas formaban un domo a su alrededor protegiéndolo de los rayos del sol y de los males del exterior. Sus pies desnudos acariciaban el pasto verde y húmedo de rocío. Afuera del sauce se extendía un millar de jacintos lilas, rosas y anaranjados, pero Todd prefería estar ahí, acompañado de la sombra y de las mariposas que llegaban en busca de descanso, igual que él. 

Su hermana apareció de pronto haciendo a un lado a las ramas alicaídas del árbol, venía acompañada por un conejo negro, negro entero, ojos negros, orejas negras, cola negra, patas negras, barriga negra, era una sombra más entre las sombras del interior del árbol. Su rostro, habitualmente moreno, tenía esta vez tonos cálidos, sus mejillas estaban un tanto coloradas y su respiración buscaba desesperadamente recuperar algo de oxígeno. 

Parecía querer decir algo, de hecho movía la boca, la abría, la cerraba, pero de sus labios no salía ruido alguno, y cuando Todd quiso decir algo, cuando quiso preguntarle que era que lo qué pasaba tampoco salió su voz, esa voz que nunca había sido lo suficientemente ronca, que nunca había madurado. Danny, su hermana, resignada y agotada salió corriendo de la protección del Sauce, Todd quiso seguirla, pero sus pies anclados al suelo no se movieron ni un solo centímetro y en su desesperación pudo ver al conejo, que era tan negro como la noche más oscura, sonreír, e incluso su sonrisa era negra.

Todd despertó con el cuerpo sudado y con su respiración entrecortada. No importaba qué, sin falta, cada noche Todd soñaba, siempre en un lugar distinto, a veces aparecía Danny, otras veces su madre, incluso habían sueños en las que estaba completamente solo, pero siempre aparecía aquel conejo negro. Apaguen todas las luces del mundo, que desaparezcan todas las estrellas del cielo, incluido sol y luna, y podrán conocer la negrura que envuelve a ese conejo, pensaba Todd cada mañana al despertar agitado y consternado, sin entender las señales que sus sueños intentaban darle.

—Danny—dijo aún con somnolencia en su voz.

Para su sorpresa nadie respondió. Se levantó abriendo bien los ojos y examinó la pequeña habitación de 3x3 en la que dormía junto con su hermana en una cama hecha con cartones, en las noches más frías sacaban uno de los cartones del suelo y lo usaban para taparse, pero esa noche había sido cálida, demasiado cálida considerando que su camisa, que probablemente alguna vez fue blanca, estaba pegada a su espalda mojada. 

Se sacó la camisa y la dejó a un lado, dejando ver sus costillas pegadas a la piel. Se levantó y buscó algo que ponerse, tomando finalmente una camisa larga de color café que su hermana había hecho con unas telas que había conseguido dándole su peluche favorito a una de sus amigas, el intercambio le había dolido a Danny, y Todd apreciaba tanto esa camisa como a su hermana; su short, un poco harapiento y extremadamente sucio, con el que había dormido no se lo cambió, solo tenía tres y los otros dos estaban en peores condiciones, y al final del día, todo eso daba absolutamente lo mismo, nadie en Las Lombrices se fijaba como las personas vestían, si tenías ropa ya podías considerarte afortunado.

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