3.- Sheri

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— ¿Qué pasa? Parece que viste a un muerto — bromea con una cálida sonrisa el chico apuesto con quien ella aceptó salir.

Lentamente, los colores de la muchacha comienzan a volver en su pasmado rostro, y, reaccionando con una espontánea y nerviosa risa, contesta al saludo del joven.

— ¡Eh! ¡No, no! ¡para nada! —responde entre risas—. Lo que pasa es que creí ver que te habías metido por aquel lugar y te estaba buscando. Si, eso fue...

Ella entrecierra sus luceros, mientras le enseña una enternecedora y dulce sonrisa. Él reacciona con un gesto muy seguro en su rostro y una mueca de confianza.

— Es por ese payaso que estaba parado ahí en medio pidiéndote una cita, ¿verdad? Te preocupa que pueda hacerte algo ahora que le has rechazado.

Cada vez que el joven habla y se mueve, esparce el aroma de un refinado perfume con aroma dulce, muy agradable. También al sonreír enseña una hermosa dentadura, a la que solo falta un brillo destellando para lucir como en los comerciales de televisión. Ella suelta una tenue y temerosa risa con la vista clavada hacia el suelo, mientras junta las puntas de los dedos de una mano y la otra, nerviosa.

— No tienes de qué preocuparte —prosigue el joven, mientras se acomoda el cabello hacia atrás con su mano—. Yo he cursado en varios intensivos de defensa personal. Si veo a ese sujeto rondándonos, le daré una paliza.

— ¡¿Eh?! ¡No! —responde ella, con tono de súplica—, no le vayas a pegar. No seas malo.

El joven suelta una carcajada desenvuelta mirando al cielo y luego, bajando la vista con su mirada de galán, busca los ojos de la chica.

— ¡Tranquila! Si solo ha sido una broma —chacotea el apuesto joven.

Con el bullicio de la multitud al fondo intercambian algunas palabras más antes de caminar. El aire en la multitud se siente un poco viciado entre el calor de los gregarios asistentes y la mezcla de aromas y perfumes de todo tipo, que, por momentos, pueden dejar un sabor agridulce y un tanto nauseabundo. Dando una suave palmadita en la espalda de la chica, el muchacho la induce a caminar para salir de la plaza y ella acepta. Caminan juntos, dejando atrás el bullicio de la muchedumbre que rodea la pasarela. Mientras deambulan en dirección hacia alguna calle aledaña a la plaza, el apuesto galán dialoga con la joven.

— Y bueno, señorita... —alarga la ultima silaba de su frase, esperando que la chica complete la oración.

— Sheri. Me llamo Sheri, gusto en conocerte —responde ella sin demoras.

La calle luce una típica arquitectura virreinal de época antigua que combina armoniosamente colores celestes, blancos y suaves púrpuras. Posee muchos edificios de mediana y baja altura que la componen en ambos lados de la vía, con balcones que adornan la vista de la acera. La calle misma está construida de adoquines muy bien cuidados y, por un solo lado de la vía, se estacionan vehículos de forma disgregada. A pesar de lo anterior, en realidad, esta calle no es muy transitada por automóviles, y los pocos que hay, solo están aparcados. El cielo está despejado en estas horas del mediodía, y en el aire fresco se comienzan a percibir los aromas de comida para el almuerzo en distintos locales. Mientras los jóvenes caminan por la vereda de esta calle, inician los esbozos de su conversación.

— Mucho gusto, Sheri. Mi nombre es Enrique y me gustaría ser tu anfitrión esta jornada. —indica el joven— He comprado estas reservas para un restorán de renombre, por lo que quisiera que aceptes sin culpas mi invitación.

— ¿Un restorán de renombre? —comenta Sheri, sorprendida— Pero eso no es necesario. Bastaba con que pidiéramos algo sencillo en los locales de alrededor...

El sueño de un ermitañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora