Parte única

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Cuento mis pasos. Al decimoctavo una puerta metálica se abre y mi cuerpo se estremece. Reconozco, a pesar de que mi visión es impedida por un sucio paño, el cuarto en el que me encuentro. El olor a sangre impacta en mis fosas nasales provocándome náuseas. Mis músculos se tensan, conozco perfectamente la función de aquella sala.

Estoy en Siria, capturada, a punto de ser torturada; otra vez. Es un milagro que siga consciente, que siga viva.

Al principio pretendían que les diera la ubicación del campamento militar con el que me movía, o eso entendí en el muy escaso inglés del que parecía ser el líder. Me negué rotundamente por lo que me golpearon salvajemente, y me arrancaron tres de mis dedos. Lo más probable es que los solados ya se hubieran trasladado, pero no iba a arriesgarme a delatarlos... además, de una forma u otra yo moriría. Al comprender que no hablaría por más que me arrancasen la piel a tiras continuaron torturándome por pura diversión, por placer, porque era el enemigo y mi sangre representaba su vino.

Las formas de magullar mi cuerpo, y en consecuencia mi alma, variaban según el estado de ánimo de mis carceleros. Había días en los que preferían rebanarme los músculos en trozos, mientras que en otras ocasiones disfrutaban pateándome hasta el hartazgo.

Hoy es diferente, el cuchillo desgarra la piel de mi espalda en sendos surcos verticales, luego, para mi desesperación, rellenan las aberturas con lo que parece ser sal. Grito. Mi carne escuece como el mismísimo infierno. La risa de ocio que sueltan mis torturadores hace eco en mis oídos, en mi espíritu, me inyecta una cantidad máxima de odio que se esparce con rapidez por mis venas.

Aprieto los dientes concentrándome en no vociferar, ya que ello aumentaría su regocijo. Mi mente empieza a reproducir el proceso que realizo a la hora de tomar una fotografía para desenfocar el creciente dolor:

Primero preparo el trípode con manos ágiles, mientras analizo el paisaje que quiero capturar. Siento el acero rasgar la piel de mi cuello, mientras la sangre mana continuo. Coloco la cámara sobre el soporte con precisión y la enfoco. Mis nuevas heridas reciben una descarga de salinidad, no pienso, sigo enumerando. Observo por el lente la posible fotografía mientras respiro con lentitud. Mi cuerpo pesa, ya no aguanto. Posiciono el dedo sobre el botón y disparo.

De pronto todo cambia, observo mi cuerpo quieto y a mis verdugos vitorear con orgullo. Me veo atada, demacrada, completamente lacerada. La comprensión llega a mí como cae la noche, primero despacio hasta que la oscuridad reina a mí alrededor. Comprendo que lo que observo es mi fotografía, la última...

Terminaron conmigo, su cometido está cumplido. 

SiriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora