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Mi nombre es Paris, y antes de todo esto, yo no solía llamarme así.

—"... y varios más. Esta noche se dieron a conocer las identidades del atraco en el departamento de hacienda del país. Están siendo prófugos de la justicia, con una pena máxima de dieciséis años, a un momento de ofrecer cualquier tipo de información sobre sus posibles paraderos a cambio de una considerable cantidad de dinero..."

Las imágenes de unos chicos sin capucha se reproducían en la televisión de una cafetería. La muchacha que más llamaba la atención tenía el cabello verde reluciente, corto hasta los hombros y una sonrisa petulante en todo momento.

Tuve que empezar a tomar precauciones. Pero no lo hice.

Camino tranquilamente por la calle, y la cruzo.

Y eso sería algo estúpido, arriesgado, para cualquier otra persona en mi posición. Ladrona, Asaltante de un departamento del estado, prófuga de la justicia y con medio país conociendo mi rostro.

Estaba preocupada, sí, por mi familia, pero sabía que si realmente quería protegerlos era cortando cualquier tipo de comunicación con ellos.

Mis padres son separados, y con dos hijos únicos del matrimonio, antes de mí, un año mayores. Mis hermanos gemelos, de quiénes ya me había despedido diciendo todo lo que debía, sentía que ya no necesitaban de mí, se tienen el uno al otro, almas gemelas, para toda la vida.

¿Una hija no deseada? No me necesitaban. Mi mamá sabe mis decisiones, que una vez tomadas, ya no podía cambiarlas. Sí, era la vida que elegí, y ya no tenía alternativa una vez que tan hundida estaba.

El viento ondulaba mi corto cabello rosa, y con mis gafas oscuras no me molestaba en los ojos el clima tan brusco. Podía ser reconocida en cualquier momento, pero no me importaba, ya no. Toda esta mierda me tenía cansada.

Entonces conocí al Profesor.

Un coche rojo algo viejo me seguía el paso desde hace unos minutos aceleró y me alcanzó.

—Es un color de pelo muy peculiar, ¿no crees?

—Escúpelo, gilipollas.—le espeto con mal humor sin parar de caminar.

Suelta una risa algo sarcástica. Sigue siguiendo mis pasos en su carro. ¿Qué juegos se traen estos uniformados ahora? Ridículos.

—No sería la mejor idea para no llamar la atención dada tu situación, es todo.

Me he cansado oficialmente de este imbécil, se ve a simple vista un sabelotodo que no sabe en lo que se mete.

—Mira, me he jurado hace unos años que jamás sería de esas estúpidas de llamar la atención, pero a veces las situaciones lo requieren, ¿eh?

Saco mi arma automática y le apunto. Le saco el seguro y sonrío cínicamente.

—No dispares.— pide con voz tensa. Levanto una ceja.—Él está haciendo una llamada ahora mismo, pero en realidad está informando de cada músculo que movemos a su jefe de investigación de delitos criminales.—lo miro de reojo, y efectivamente, un hombre con gabardina se giró rápidamente. —Sube ahora, y te perderán el rastro, te lo aseguro.

Fue ahí donde me di cuenta, que sí quería seguir viviendo, era ahora o nunca.

Le pongo seguro al arma y me meto al carro antes de siquiera dudar. Al instante arranca y hace como si nada, perdiendolo de vista y girando por varias calles.

La casa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora